Allen tomó el pedazo de comida más lejano con un gesto casi mecánico, como si deliberadamente buscara prolongar la pausa en lugar de enfrentarse a lo que estaba frente a él: la insistente mirada de Aidan, quien, con los brazos cruzados y los labios apretados, parecía estar midiendo cada uno de sus movimientos. Para el joven ghoul, esa actitud era desconcertante, una nota disonante en la dinámica que siempre habían compartido. Sin embargo, a pesar de su evidente incomodidad, Aidan no se atrevió a romper el silencio directamente. Había algo en la postura de Allen, en su forma de evitar contacto visual, que lo mantenía en vilo. El vampiro mordió lentamente el trozo de carne, saboreándolo con una atención exagerada, como si de repente aquel bocado fuera el centro del universo. Pero, por dentr

