El camino se extiende ante nosotros como un río de polvo y piedra, iluminado por los últimos suspiros del sol. Los tonos dorados y anaranjados se deslizan lentamente sobre la superficie de la tierra, tiñendo el paisaje con un matiz melancólico, casi irreal. La tarde comienza a desvanecerse, y con ella, la calidez del día se disipa, dejando un aire fresco que eriza la piel. Caminamos en silencio, sumidos en nuestros propios pensamientos, pero el suyo parece pesar mucho más. Sarah avanza con pasos lentos, mecánicos, sin el menor indicio de que la brisa suave o el aroma del cementerio despierten en ella la más mínima reacción. La observo de reojo. Sus hombros caídos, su mirada perdida y el leve temblor en sus manos me hablan de una tristeza profunda, una que ha estado ahí por mucho tiempo. Pa

