Aidan permaneció unos segundos completamente inmóvil, con los ojos clavados en la nada como si su cuerpo se negara a aceptar lo que acababa de suceder. El silencio era casi ofensivo después de la detonación, como si el mundo hubiese cerrado la puerta tras un grito, dejándolo solo en una habitación donde todo resonaba. Los ecos del estruendo aún vibraban en sus huesos, aunque el sonido se había desvanecido hacía rato. Entonces, algo dentro de él -una intuición primitiva, agazapada desde su infancia- lo impulsó a hacer algo que llevaba años sin repetir.
Sin pensarlo, vació todo el aire de sus pulmones en una exhalación violenta, como si al expulsarlo pudiera limpiar su interior del caos que lo invadía. Tosió con fuerza. Una tos seca, quebrada, que le obligó a doblarse ligeramente y apoyar l
