Allen dejó escapar un suspiro profundo, uno que parecía recorrer cada rincón de su sistema, como si quisiera purgar la tensión acumulada en su interior. Con el pecho alzándose lentamente y el aire fluyendo por sus pulmones, intentó mantener la calma aunque su mente estuviera sumida en un caos de emociones. Sin decir una palabra más, se giró hacia la puerta de salida, su expresión impenetrable y su mirada fija en el próximo paso. Agarró con firmeza a la adolescente del brazo, guiándola con decisión, dejando atrás a su hijo adoptivo que, una vez más, se quedaba hablando solo. Era un hábito de Allen cuando sentía que no tenía la razón, un mecanismo para evitar confrontaciones o aceptar su propio error. El silencio pesado de la sala se vio interrumpido por el eco de sus pasos. Pero, antes de

