nuevo plan, nuevo look

742 Words
Sin tener en mente algún tipo de plan para ejecutarlo, Allen apretó los dientes, frustrado por el vacío que encontró detrás de la puerta del baño. El traje de Couzie seguía colgado en el picaporte, una especie de recordatorio irónico de su ausencia. La adrenalina que había bombardeado su sistema hacía tan solo segundos se disipaba lentamente, dejando un vacío que pronto fue llenado por una creciente sensación de impotencia. El vampiro golpeó suavemente el lavababo con la palma de su mano, pero incluso ese gesto pequeño estaba cargado de enojo. —¿Qué demonios está pasando aquí? —masculló entre dientes, más para sí mismo que para Aidan, quien lo observaba con cautela desde la entrada del baño. El joven no dijo nada, pero sus ojos no dejaban de moverse entre el traje y el rostro de Allen, claramente incómodo. El lord lo notó y, con un suspiro, intentó calmarse. Después de todo, no era la culpa de Aidan que Couzie jugara con sus nervios de esa manera. Enderezándose, Allen se giró hacia su acompañante, ahora con una expresión más controlada. —Escucha, este lugar no es lo que esperábamos, y eso cambia las reglas del juego. Necesitamos un enfoque más... estratégico. —¿Y cuál es ese enfoque? —preguntó Aidan, alzando una ceja con escepticismo. Aidan asintió, aunque no pudo evitar sentir una punzada de preocupación en su pecho. Era evidente que Allen no estaba completamente seguro de lo que hacía, pero su determinación era contagiosa. Allen no pronuncio ni una sola palabra, pero su silencio hablaba por si solo dejando a Aidan con solo una opción: aceptar cualquier cosa que el vampiro decidiera hacer. Asintió con un leve movimiento de cabeza, aunque la tensión en sus hombros seguía presente. Allen sabía que su lacayo había notado su molestia. Con un suspiro pesado, intentó liberar algo de la tensión que lo consumía. Le ordenó que cerrara la puerta con llave, dejando a Aidan completamente incómodo ante la incertidumbre de lo que podría suceder. —Amo, si es lo que yo pienso... —comenzó a decir Aidan, nervioso. —No te voy a coger, si eso es lo que estás imaginando —interrumpió Allen con sarcasmo, lanzándole una mirada severa—. Primero, yo no te veo con esos ojos, mocoso. —Solo bromeaba —respondió Aidan, intentando aliviar la tensión. —Con ese tipo de cosas no se juega —replicó Allen, visiblemente molesto—. ¿Te imaginas que alguien que fue abusado te escuchara decir algo así? ¿Y luego lo justificas diciendo que es una broma? ¿Te parecería gracioso? ¿Sí o no? Aidan bajó la mirada, avergonzado. Un leve sonrojo apareció en sus mejillas mientras recordaba las numerosas veces que Allen le había dado el mismo sermón. Sabía que tenía razón. Cuando estaba nervioso o hambriento, solía hacer comentarios inapropiados que siempre terminaban en un regaño. Allen, siempre atento, no dejaba pasar esas actitudes. —Segundo: necesito que me des esas tijeras que tienes en el pantalón —dijo Allen, cambiando de tema. Aidan lo miró confundido. No tenía idea de a qué se refería. Nervioso, comenzó a revisarse, mientras sentía la mirada acusadora de Allen sobre él. Sin saber qué más hacer, se mordió las uñas, un hábito que delataba su ansiedad. —¿Tijeras? ¿Cuáles tijeras? —preguntó, sentándose sobre el lavabo mientras intentaba recordar algo relacionado con el objeto—. La única que recuerdo es la que usamos en la torre esa... en la que me tiraste al vacío. —Deja tu sarcasmo y pásame las malditas tijeras con las que estabas jugando, pequeña flama —respondió Allen, visiblemente irritado—. No estoy de humor para esto, Aidan. Couzie está aquí, y ese trapo en la puerta es la prueba de que estuvo cerca. No podemos pasearnos como si nada, especialmente después de escapar de los manifestantes. Allen se llevó las manos al rostro, un gesto que parecía calmarlo ligeramente. Su tono, aunque aún tenso, se volvió más serio. —Esto ya no es un juego... Mira, lo único que voy a hacer es cortarme el cabello. No será nada fuera de este mundo. Aidan lo observó en silencio, aún nervioso, pero entendiendo la gravedad de la situación. Allen, por su parte, parecía decidido, como si ese simple acto de cortar su cabello fuera parte de un plan más grande, uno que aún no compartía con su lacayo.
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