Aidan no tardó en reaccionar al comentario de Dreida, aunque eligió no hacerlo delante del cazador entrometido. Esperó hasta que sus pasos resonaban distantes, cuando los tres habían retomado su marcha entre mausoleos empolvados y el zumbido tenue del viento silbando entre ramas secas. Allí, en esa intimidad compartida con Dreida y envuelta por la noche, permitió que sus palabras salieran despacio. —¿Y ahora qué van a decir de mí? —murmuró sin levantar la vista, sus labios apenas moviéndose para que solo Dreida lo escuchara—. Si papá estuviera presente... La respuesta de Dreida fue inmediata, casi como si la hubiera tenido preparada desde antes. —Pero tu padre no está aquí ahora, Aidan —replicó con una burla suave, sin intención de herir, sólo de empujarle a soltar esa preocupación—. No

