Entre estos seres destacaban dos figuras que parecían sacadas de un sueño gótico. El primero era un joven Allen, cuya mirada reflejaba tanto emoción como ansiedad, un vampiro en la plenitud de su juventud. A su lado, en su recuerdo, estaba Wendy, una mujer de una belleza tan etérea que parecía haber sido esculpida por las manos de los mejores artistas de la era gótica. Su figura transmitía elegancia y fortaleza, y cada uno de sus movimientos parecía cargado de significado. Ambos compartían la misma expectativa para ese día especial: una cita en la plaza central de la ciudad, un lugar que se llenaría de vida gracias al clima perfecto que la tarde les prometía.
En su hogar, Allen se preparaba con entusiasmo desbordante. Había despertado de su descanso en el ataúd, con el corazón lleno de e
