Respiré profundamente, intentando calmar el frenesí de pensamientos en mi mente. Creía que todo había terminado, pero la chica, cuya mano aún aprisionaba la mía con una intensidad temblorosa, me arrastraba por un profundo callejón. Era un pasaje apenas más ancho que las mismas escaleras que habíamos dejado atrás. Nuestras pisadas resonaban en el suelo húmedo y ecoico mientras avanzábamos despacio, como si temiésemos perturbar el silencio reverencial del lugar. Todo estaba impregnado de un aire pesado, lleno de promesas y secretos oscuros que se negaban a salir a la luz.
A ambos lados del pasillo, jaulas diminutas, corroídas por el óxido, se adherían a las paredes de piedra. Algunas estaban vacías, otras contenían rastros que no quería analizar demasiado de cerca. Me obligué a apartar la m
