Al salir al exterior de la imponente mansión donde vivía, Allen se detuvo un instante para inhalar profundamente. El aire fresco del clima lo envolvía como un bálsamo, revitalizándolo después del caos del que acababa de escapar en casa. Sentía la fuerza de la brisa recorrer su cuerpo, sus cabellos alborotándose al compás de aquel viento que atravesaba la ciudad con vigor. Era un clima perfecto, aunque fugaz; el cielo comenzaba a oscurecerse rápidamente. Espesas nubes grises se desplazaban con una velocidad alarmante, formando un manto denso que anunciaba lo inevitable: en cualquier momento, la lluvia caería sobre la ciudad.
Mientras permanecía allí, inmóvil por unos segundos, observó el movimiento a su alrededor. La gente caminaba con prisa, casi corriendo, como si cada uno de ellos estuv
