Mientras Allen caminaba por las estrechas y sinuosas calles de la ciudad, sus sentidos se agudizaron al percibir una inquietante ausencia de movimiento. Aquel panorama era inusual para Múnich, una ciudad que, incluso a esas horas de la madrugada, solía estar viva con la actividad de sus habitantes y turistas. Pero no había nada. Ni un murciélago surcando los cielos con su característico aleteo errático, ni los habituales jóvenes tambaleándose hacia sus hogares después de una noche de excesos en los bares. Solo el silencio, roto apenas por el leve eco de sus pasos, acompañaba a Allen y sus dos inusuales compañeros: Aidan su hijo adoptivo que hace lo posible para mantenerse despierto y Corito. La soledad de la escena le resultaba inquietante, como si algo en el ambiente hubiese decidido ahuy

