Vuelvo la mirada hacia las escaleras, no solo para evitar seguir observando la escena entre ellos dos, y las imágenes en las escaleras, sino para intentar bajar las pulsaciones que me golpean el pecho. Hay algo profundamente incómodo en ver a mi padre con una mujer tan intensa, tan misteriosa, tan... no-mamá. El nerviosismo me muerde los músculos de la mandíbula, y finjo observar los peldaños aunque en realidad estoy tratando de borrar mentalmente lo que acabo de presenciar. Y entonces veo a Sarah. Su expresión no es solo de incomodidad es de auténtico fastidio. Tiene los labios tensos y los brazos cruzados, y sus ojos clavados como estiletes en la pareja que no parece tener noción del momento. Sin pensarlo mucho, lanza un silbido agudo que rebota en las paredes de la cripta, con esa pote

