Sarah y yo caminamos juntos detrás de la vampiresa, como si fuésemos niños cruzando una galería viviente de secretos y ladrillos centenarios. Mientras pasamos por los pasillos silenciosos, Minerva no deja de hablar. Su voz se desliza como bruma entre columnas, narrando la historia de aquel lugar con una naturalidad escalofriante, como si aún recordara el crujido de cada piedra colocada en su sitio. Según dice, este refugio subterráneo abarca no solo el terreno entero del cementerio, sino incluso parte de la ciudad alemana que duerme allá arriba. El lugar fue construido —según ella— por el penúltimo sepulturero del cementerio, un hombre que, por una millonaria suma, erigió toda esta maravilla en menos de un mes. ¿Su única herramienta? Una pala. "Una muy especial", dice Minerva con una sonr

