Aidan volvió a asentir con la cabeza, conteniendo el aire en sus pulmones por unos segundos antes de mirar hacia el frente. Tenía la sensación de estar a punto de cruzar un umbral invisible. Su mirada se suavizó apenas al escuchar la voz de Dreida; no por las palabras en sí, sino por el modo en que las decía como si estuviera caminando en la cuerda floja entre el coraje y el miedo. Y él lo sentía. Llegaron hasta donde estaba el hombre. De espaldas, inmóvil, con la mirada perdida en la nada. El paisaje frente a ellos era desolado, sin lápidas en pie ni señales evidentes que justificaran aquella quietud. La figura del cazador parecía desconectada del entorno. No pestañeaba, no giraba la cabeza. Solo se mordía las uñas de forma automática, un tic que revelaba un estado de ansiedad profunda.

