Aidan esbozó una sonrisa tenue, casi inadvertida. No había sarcasmo ni diversión en su expresión, solo una calma disimulada. Cada palabra que había pronunciado delante de Couzie estaba cargada de sinceridad, pero también de prudencia. Él sabía que aún no podía mostrar la totalidad de lo que sentía por Dreida. No en ese contexto. No con explosiones estallando en el horizonte ni el pasado y presente de ella respirando justo frente a él. Couzie se separó de Aidan, aunque mantuvo una mano firme en su hombro. Su gesto no parecía amenazante esta vez, más bien poseía un tipo extraño de aprobación envuelta en rudeza. —Me encanta este muchacho, Dreida —dijo sin rodeos, mirando de reojo a su hija—. Si de verdad te quieres quedar con él, no tendré ningún problema. Las palabras colgaron en el aire,

