La chica intentaba recuperar el control de su cuerpo, pero aquella emoción que le había invadido no se disipaba tan fácilmente. Sentía la piel más viva que nunca, como si cada poro estuviera reaccionando al contacto del aire. Sabía que si alzaba la mirada y se encontraba con los ojos de alguno de los dos, su rostro se encendería como un incendio, con el rubor desbordando las fronteras del pudor. Couzie, con su forma abrupta de expresar afecto, le revolvió el cabello como si estuviera acariciando a un perro travieso. La risa que soltó antes de alejarse parecía más nerviosa que burlona, como quien disfraza una ternura incómoda bajo un acto torpe. Aidan observó cómo el hombre se marchaba, esperando a que se alejara lo suficiente para que el aire se sintiera más liviano. Solo entonces se ace

