—¡Amo, por favor, entiéndame! —repitió Aidan, su voz quebrándose con desesperación mientras intentaba mantener el paso detrás de Allen. Sus palabras eran un eco de su arrepentimiento, pero también de su frustración. Sabía que había cometido un error, pero el silencio de Allen era más doloroso que cualquier reprimenda que pudiera recibir. —¿¡Ya me podría decir algo!?... por favor... No se ponga así... —farfulló, su tono cada vez más suplicante. Sus ojos, grandes y llenos de una mezcla de culpa y angustia, se clavaron en la espalda de su amo, quien seguía caminando sin detenerse. Aidan, incapaz de contenerse, continuó hablando, su voz temblorosa y cargada de emoción. —Castígueme, pégueme, muérdame, pero hágame algo... lo más mínimo, se lo pido. Aunque sea una pequeña mirada, pero haga, o

