Aidan estaba inquieto. El silencio que envolvía el paisaje árido no hacía más que amplificar el murmullo acelerado de su respiración. Cada músculo en su cuerpo estaba tensado, como si la sola presencia del hombre frente a él fuera un detonante para una lucha inminente. La arena quemada bajo sus pies parecía hervir, como si compartiera la turbación que bullía dentro de él. Sus manos, cerradas en puños temblorosos, proyectaban una sombra quebrada que danzaba al compás de la brisa nocturna. Couzie, sin embargo, observaba esa tensión sin imponerse. Desde su posición, a pocos metros, se limitó a dejar escapar una risa leve, casi imperceptible, como quien encuentra ternura en medio de la tormenta. Sus ojos brillaron con una mezcla de reconocimiento y nostalgia, y con un gesto pausado, se dejó c

