Minerva se puso de pie de forma súbita, con los puños cerrados a la altura de sus costillas. El gesto fue tan violento que las venas de sus manos palpitaban bajo la piel, marcadas por una rabia silenciosa. Sin mediar palabra, se volvió hacia la puerta y comenzó a caminar con paso decidido. Cada pisada sonaba como un latido tenso en el salón. Mientras la observaba marcharse, me giré nuevamente hacia Dreida, aún con el alma agitada por tantas revelaciones entrelazadas. Le pedí, con voz contenida, que continuara. Que me hablara ahora de la presunta víctima de toda esta conspiración. La pelirroja tragó saliva y, con los hombros encorvándose como si llevaran una carga que no le correspondía, bajó la mirada al suelo sin atreverse a articular palabra. El silencio me desesperó. -¿El nombre? -ins

