Una vez dentro de la mansión, los efectos de la llegada de Corito se hicieron evidentes casi de inmediato. La pelirroja, completamente ajena al impacto que estaba causando, dejó un rastro de caos en cada paso que daba. Su ropa, cubierta de barro fresco y húmedo, goteaba pequeños charcos en el suelo de mármol pulido, mientras que restos de césped y tierra seca caían de sus zapatos, acumulándose en montones irregulares. Y si eso no era suficiente, un desfile inquietante de insectos, arácnidos y otros pequeños parásitos había decidido acompañarla, trepando por su ropa y piel con una indiferencia que ella compartía. Corito, con su actitud despreocupada, parecía completamente ajena a este desastre. Su aparente indiferencia era tan exagerada que resultaba casi cómica para Allen, quien la observa

