Después de un rato, la monotonía comienza a apoderarse de mí. La sensación del agua fría contra mi piel ya no es suficiente para mantenerme entretenido, y el sonido repetitivo de las cámaras disparando sus flashes empieza a perder su encanto. Me levanto de la pileta con un movimiento decidido, dejando atrás las ondas que mi cuerpo ha creado en la superficie del agua. Con una sonrisa juguetona, decido interactuar con los fotógrafos, explorando todas las maneras posibles de hacer que su trabajo sea más interesante. Me muevo con soltura, posando de formas inesperadas, cambiando de expresión en fracciones de segundo, desafiando su capacidad de capturar el momento perfecto. El tiempo transcurre sin que me dé cuenta, y cuando los veinte minutos reglamentarios del contrato con el dueño del lug

