Cuando finalmente el espacio se rinde ante la quietud, lo hago con una calma que no esconde la profundidad del temblor interno, pero que ofrece un refugio, un tiempo sin prisa. Le tiendo el silencio necesario para que el aliento regrese, para que las piezas dispersas encuentren su lugar. Sarah se mueve con una cadencia sosegada, cada inhalación es un pequeño acto de reconstrucción. Me inclino, la mano firme pero gentil al sostenterla, sintiendo la vulnerabilidad palpable en sus piernas, una renuencia tácita a separarse de la intensidad que nos ha envuelto. Nuestros pasos hacia la puerta son un eco pausado de la contención, la mente aún vibrando con la impronta de lo inminente que se quedó suspendido en el aire. Busca las llaves, un gesto familiar teñido de distracción, como si la mera acc

