VENDETTA Y OMERTÁ

1045 Words
CAP. 11 - LA VENDETTA Y LA OMERTÁ El capo recibe la oferta de sumisión a cambio de la protección que puede dar; su autoridad se funda en la memoria del grupo y, para eso, necesita que la huella de sus hechos sangrientos se pueda seguir en el recuerdo o la historia de sus actos de grandeza. El miedo y el recuerdo que lo provoca. La vendetta era el castigo previsto por la única ley a la que se sometía. Al cumplirla ratificaba el orden de su mundo. “Si muero seré enterrado; si sobrevivo, te mataré” dice una de las máximas de esa ley no escrita. Una ley oral, definitiva, colectiva y sin permisos; una ley sin ojerizas personales. Hay un resentimiento grande, un odio con nombre propio por estos tiempos. Que tiene orígenes diferentes pero que confluye en un mismo objetivo, quedarse a cargo de la mafia en Rosario. Ágata sabía quién estaba detrás de la muerte de su padre y por eso decidió vengarse. La gran vendetta. Con eso redimiría al Don. Y dejaría una marca en la familia y en la mafia de aquellos tiempos. Pondría en su lugar a Don Chiche, Chico. Ojo por ojo… La ofensa que liberaba una vendetta no afectaba a una sola persona sino a la familia o al grupo al que pertenecía esa persona. Ella los conocía a todos. El silencio que rodeaba al crimen resultante, la omertà, era total. Era un juramento fraterno, era la lealtad incondicional, era una ley de honor. La omertà debía ser como un madero de la cama, que ve todo, pero no dice nada. El hombre es un hombre que no se delata nunca, aunque haya recibido una cuchillada”, “la omertà resulta ser algo lindo y noble, porque aparece motivado por el temple ante el peligro o el sufrimiento. Además, en la palabra resuena el término umirtà (humildad), significa, a la vez, la ley de sumisión tácita en la relación establecida con el cabecilla del grupo”. La vendetta y la omertà son entonces, el orden en los emblemas mafiosos tradicionales ya que formaron manifestaciones de poder de un grupo que se despojaba del orden legal y solucionaba sus diferencias con sus propias reglas y su particular industria del crimen. Esto lo aprendió siendo una niña. Y había visto mucho. Su papá empezó de abajo, siendo apenas un peluquero y llegó a tener propiedades hasta en Montevideo. Don Chiche Chico, en cambio, era un malhechor huyendo de Italia, que llegó y quiso apoderarse lo que su padre había ganado decentemente. Así pensaba la joven, En manos de ellos lo perdió, los conocía y organizó un encuentro. Ya había pasado un tiempo prudente de la desaparición del Don, y lo citó en su casa para poner las cosas en orden. Chiche Chico algo olió pues mandó a su consiglieri, su mano derecha. Se jugaba mucho, si lo perdía, era posible que no pudiera reemplazarlo. Ella fue alertada a tiempo y lo recibió igual, lo conoció en su iniciación, otro ritual traído de la Sicilia. Era pequeña, pero recordaba una frase: "Únete a nosotros y ganarás dinero y no robarás más. Las cosas andaban mal por entonces y terminó uniéndose. La estampa de un santo manchada con sangre, símbolo de lealtad eterna, y al final dos besos, uno a cada lado de la cara del recién venido. Por eso, Giuseppe, el consiglieri, no le llamó la atención que tras una reunión breve donde Ágata se mostró inflexible con la idea de reunión de los actuales líderes, ¡Tan joven, tan bonita, tan huérfana!… lo besara a ambos lados de su cara al despedirlo. Estaba marcado y no lo había notado. El beso de la muerte, es la señal que da un jefe mafioso que significa que un m*****o de la familia criminal ha sido señalado para la muerte. Ill bacio della morte también se lo utilizaba como táctica de terror para ayudar en la extorsión o el cobro de deudas reduciendo a las víctimas a un estado de pánico por el que se comprometían a cualquier cosa para salvar sus vidas. Aquí, era sobre clanes, a quién sobreviviría… Don Chiche, aceptó esta vez y concurrió a la nueva reunión, con algunos secuaces, abrió la puerta y las puntas de varios fusiles Tommy Gun y escopetas de caño recortado, escupieron fuego rojo, rotundo, mortal. Quedaba establecido quién mandaba. A tiempo que Ágata levantaba la copa para celebrar, junto a un Tono y hasta un Vincenzo que la miraban azorados, le susurraron al oído que habían matado a Alfonso. Mirada fija, cejas juntas y hacia abajo, y una fuerte tendencia a apretar los dientes, fue lo que se vio primero. La reacción posterior, dicen, nadie quiere recordarla. Otra persona, una mujer a la que le arrebataron el amor, así de golpe, en un susurro. El mundo que habían creado, destruido en un segundo, doliendo. Mucho. La muerte propia, de ambos, no, el fin de un mundo construido y destruido en un susurro. ¡NÓ! Una suerte de ira y frustración la fueron embargando y eso la hizo reaccionar de forma violenta, arrojando todo lo que encontraba por el aire. Gritando, descontrolada, llenando el ambiente de críticas feroces, acusaciones descabelladas. Amenazando de muerte a propios y a extraños. A tiempo que atinó a tomar un fusil para arrasar con todo, la pudieron sujetar. Nadie puede recordar lo que duró aquello, tampoco podrán olvidar la desmesura de esa mujer, apenas una jovencita de no más de 1,50 metro, convertirse en un coloso de destrucción y demencia. Una muchacha del servicio doméstico, estudiante de enfermería le aplicó un sedante y así comenzó a calmarse, hasta que se durmió. Sueños borrosos, donde la cara de su padre se confundía con su Alfonso, para convertirse en un monstruo con dos cabezas que la perseguía. En un rincón de la habitación, Vincenzo rumiaba otra clase de rabia, la de la humillación. Él sabía. Por eso había tomado medidas. Ella lo hizo quedar como un patán frente a la familia. No podría olvidarlo. En Grecia, un toro baleado, aún con vida, asombraba a los médicos. Un hecho raro, extraordinario, maravilloso. Alfonso, luchaba por vivir. La bala ingresó y salió sin mayor daño. Casi un milagro.
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