Estoy acostada mirando el techo de la habitación. El sueño me esquiva y las palabras de Lucrecia no se apartan de mi cabeza. De verdad, Nancy tiene la mente tan retorcida como para arremeter contra una chica de dieciocho años y su padre. Dos personas que, para ella, no representaban una amenaza. O ¿Sí? Resoplo y me remuevo en la cama, cuando un ruido de algo cayendo en el pasillo me sobresalta. Me incorporo de inmediato y agudizo el oído tratando de escuchar. Escucho una maldición y me levanto de un salto. Me detengo detrás de la puerta y me quedo inmóvil hasta que escucho un siseo seguido de una risa. —¡Maldición! —dice la voz… ¿Ebria? —¿Tristán? Saco el seguro y abro un poco la puerta con cuidado. Y, sí. Tristán camina por el pasillo en un estado de ebriedad, que nunca imagine ver