A la mañana siguiente los despertó una llamada de Kahan. “¡Me has despertado, burro!” gruñó Quarin. “¿Las nueve? No, no me había dado cuenta. Pero hoy…” bostezó “es día de descanso… ¿tienes alguna propuesta interesante? … Uhm. No lo sé, espera.” Se volvió hacia Regina: “Cariño, Kahan quiere venir. ¿Puedo mandarlo al cuerno?” inclinó la cabeza. “Dime que sí.” Regina soltó una risita. “Está bien, pero no enseguida” y bajó la voz en un susurro: “¡tengo que vestirme!” Él le lanzó un beso. “Vale, pesado, puedes venir, ¡pero tráenos el desayuno! ¡GRACIAS!” y colgó. “No llegará antes de una hora” dijo él, y empezó a besarle los hombros. Aquella mañana ella se sentía en plena forma, descansada y con una sonrisa de oreja a oreja. ‘¡Ah, l’amour!’, pensó. Después de disfrutar de sus besos

