Regina se apoyó en la puerta cerrada y se dejó deslizar hasta el suelo. Estaba abrumada por los acontecimientos de la noche. No le parecía que le hubieran pasado a ella. ¡Era la novia del príncipe! Sacudió la cabeza, feliz. Y había tenido su primer beso… y su primer orgasmo. Incluso ahora, cuando pensaba en sus besos y sus caricias, oleadas de excitación la invadían. Pero… había un reverso de la medalla. Él no la amaba, y se lo había dicho claramente: nunca sería capaz de amarla. Aquello la hacía sentir terriblemente insegura; si fuera por ella, nunca lo dejaría, mientras que para él algo así era perfectamente posible. Si no la amaba, después de un tiempo de novedad se aburriría y la trataría cada vez con más frialdad, hasta dejarla. ¿Valía la pena? Tal vez no, pero no podía renunciar a

