Refugiada en su propia mente e imaginación, la chica de mirada nocturna voló a través de sus pensamientos, migrando de recuerdo en recuerdo, como si intentase revivir una vida pasada.
Su vida.
La secuencia de eventos fue en retrospectiva, desde el último instante en el que vio el cuerpo inerte de Erick Sowler tendido en el suelo como un saco de papas, hasta el primero de sus recuerdos, uno que se desdibujaba entre la fantasía y la realidad.
En aquella imagen dibujada en su propia mente, ella no era más que una pequeña niña de no más de cuatro años, llorando desconsolada sobre el césped de su jardín luego de haber caído de un pequeño árbol y raspado su rodilla.
Su madre, como de costumbre, estaría dentro de su casa ingiriendo cualquier sustancia que la alejara del mundo real.
La sangre se mezclaba con la tierra alrededor de su rodilla, y la pequeña niña no sabía qué hacer, no realmente.
Sin embargo, en ese instante una mariposa apareció de la nada y se posó a un lado de la herida.
Mientras Daphne observaba con la boca fundida en un puchero la hermosa mariposa posada sobre ella, lentamente sus lágrimas cesaron.
Su mente infantil y algo exagerada, no tardó en imaginar que aquel pequeño insecto podría ser su hada madrina, que había llegado hasta ella para tranquilizarla.
Con aquel nuevo pensamiento surcando su mente, ella esbozó una gran sonrisa mientras pasaba sus rechonchas manos por su rostro, borrando así el rastro de las lágrimas.
—¡Daphne ven, necesito que hagas unas compras para mí!—gritó su madre desde el interior de la casa con la voz algo ronca.
—¡Ya voy mamá!—respondió la pequeña sin apartar su mirada nocturna de la mariposa—. Tengo que irme, pero puedes visitarme cuando lo desees.
Ella no quería que la mariposa se fuera, pero sabía que sería lo mejor, al fin y al cabo a su madre le disgustaba demasiado los insectos como para permitirle conservarla.
Sin embargo, aunque su madre se lo permitiera, ella jamás guardaría un animal tan hermoso dentro de un frasco, privandolo de su libertad de volar.
No, aquello sería aún peor que matarlo.
Con un poco de angustia, la pequeña de cabello oscuro se puso de pie, haciendo así que la mariposa se volará lejos de su alcance.
Aún así, la angustia duró poco, ya que recordó que de ahora en adelante no estaría sola.
Ella tenía un hada madrina.
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Cuando sus oscuros ojos, tan profundos como una noche sin estrellas, se abrieron, lo primero que divisó fue aquella figura masculina a un lado de ella.
Por un instante el pánico la invadió, mientras recordaba las intenciones de Erick para sacarla del país.
Sin embargo, lentamente el miedo comenzó a ser apartado mientras los pensamientos se aglomeraban en su mente.
Eso, sumado a la silueta que comenzaba a tomar forma y sentido ante sus ojos.
Lentamente todo comenzó a encajar en su mente, igual que las piezas de un rompecabezas.
Justo, cuando su mirada se encontró con un par de ojos azules, tan profundos como el propio océano.
Fue entonces que su corazón se apretó en un puño, mientras sentía como sus ojos se llenaban de lágrimas.
Él estaba allí, frente a ella, con aspecto cansado y algo abatido, sin embargo estaba allí.
Dorian la había encontrado, finalmente, a pesar de la jodida nota que le había dejado a modo de despedida, él la había buscado, incluso cuando ni ella misma se habría buscado luego de aquella patética despedida.
—Me encontraste—susurro Daphne con un hilo de voz, sintiendo el desenfrenado latir de su corazón a punto de escapar de su pecho.
El millonario, cuyo aspecto se asemejaba al de un vagabundo, se aproximó hacia ella, sin apartar su mirada de la de Daphne.
—Siempre te encontraré—respondió él, tomando delicadamente un costado del rostro de Daphne mientras se inclinaba hacia adelante, recostando su frente contra la de ella, quedando tan cerca que podrían compartir el mismo aliento—, eres la estrella que guía mi camino en la oscuridad y no pienso perderte nunca.
Aquellas palabras destrozaron el corazón de la agente, mientras las lágrimas se deslizaban con pereza por sus afiladas mejillas, dejando una extraña sensación de calidez.
—Lo lamento, Dorian—susurró ella, sintiendo su voz flaquear.
—No, Daphne, perdóname a mi por no haber llegado hasta ti antes—susurro él inclinándose levemente hacia adelante, con la intención de besarla, sin embargo se detuvo.
El deseo y el anhelo que sentía por reclamar sus labios murió, mientras el recuerdo de las palabras dichas por un doctor retumbaba en su mente.
Daphne había dado positivo a la prueba de violación.
Aquella noticia había puesto a llorar nuevamente al millonario, igual que un bebé.
Su corazón destrozado no acababa de asimilar la pérdida de su hermano, y ya recibía otra puñalada.
El pecho de Dorian se apretó, como si una enorme roca estuviera hundiendo su pecho, aquella sensación solo le ocurría cuando comenzaba a pensar en Aiden.
Pero aquel no era el momento adecuado para recordarlo, no con Daphne finalmente despierta ante él.
Mordisqueando su labio inferior con algo de nerviosismo, el millonario apartó levemente su rostro del de ella, intentando darle algo más de espacio para que se sintiese cómoda.
Estaba dispuesto a apartar sus manos de su rostro, cuando Daphne las tomó con delicadeza.
—¿Te puedo pedir algo?—susurró ella con sus ojos colmados de lágrimas.
El millonario de mirada oceánica tembló levemente, temiendose lo peor.
Quizás ella no lo quería allí, al fin y al cabo en su carta se había despedido, o tal vez ya no guardaba los mismos sentimientos por el que antes.
Cualquiera fuera la respuesta, él sabía que le dolería demasiado.
—Pideme lo que sea—respondió él con decisión, consciente y firme en sus palabras.
Si ella le decía que la dejase y que nunca más la volviera a ver, él hallaría un modo de hacerlo posible, incluso cuando para eso debía renunciar a la poca esperanza de felicidad que aún guardaba.
—Besame, por favor—susurró ella, mientras las lágrimas se escurrían por sus mejillas.
Aquellas palabras tomaron por sorpresa al millonario, quien entreabrió levemente su boca, permitiéndole al aire entrar a su cuerpo con mayor facilidad.
Lentamente, mientras el contemplaba sus profundos ojos negros como la noche, comprendió porque se lo pedía.
Ella necesitaba saber que aquello era real, que no era un sueño y que no despertaría en los brazos de Sowler.
—Con gusto lo haré—respondió el con un hilo de voz, sintiendo que repentinamente olvidaba cómo respirar.
Pero no le importó, no cuando unos instantes después, sus labios se unieron a los de Daphne en un suave, tierno y gentil beso.
Mientras la calidez y el inconfundible gusto a fresas de los labios de ella se fundían en su cuerpo, él se sintió más liviano, rápidamente recordó cómo respirar e incluso moverse.
Pero no por eso lo hizo.
Dorian simplemente disfrutó de aquel beso, hasta que ella lentamente se apartó.
—Eres real—susurró ella, su voz sonando rota mientras las lágrimas no dejaban de deslizarse por sus mejillas igual que una catarata.
El millonario se apresuró a secarlas, mientras contemplaba a la mujer frente a él, esa que lo había consolado, aconsejado, la que le había sacado mil risas y otras mil lágrimas.
Ante él estaba esa hermosa mujer que se había convertido en la ladrona de sus sueños sin siquiera saberlo.
Con el corazón acelerado y sintiéndose incapaz de reprimir las palabras, el dijo:
—Te amo, Daphne—.
Las lágrimas en el rostro de la mujer se detuvieron, mientras sus oscuros ojos se expandían con asombro e incredulidad.
—Gracias, Dorian, por amarme luego de todo esto—susurró ella con un hilo de voz sintiéndose incapaz de apartar sus ojos de él—.Yo también te amo.