Capítulo 2

1474 Words
Me pareció ver un leve brillo en la mirada de mi amada. ―No. No lo voy a negar. Estoy enamorado de Rithana desde hace mucho tiempo. La amo con todo mi ser y ya quisiera que no estuviera enamorada de ti. ―Perdiste, hermanito, Rithana es mía, ¿verdad? ―le preguntó buscando sus ojos, ella bajó la cabeza―. Ella jamás se fijaría en un perdedor como tú. Alejandro volvió con Rithana y se paró frente a ella, puso su mano debajo de su mentón y le levantó la cara. ―Tú eres mía, ¿verdad? ―Alejandro, yo estoy enamorada de Ptolomeo, es con él con quien quiero casarme. ―No puedes casarte con él, no es a él a quien amas, Rithana, yo estoy destinado a ser tu esposo. ―Lo siento, Alejandro, pero no puedo hacerlo, yo te quiero mucho, pero como mi hermano, mi amigo… No como hombre. ―¡Mientes! Tú no amas a mi hermano. ―Es él a quien amo, es él con quien quiero casarme… Lo siento tanto… ―Desde niña te enseñaron que debías casarte conmigo y así debe ser. Ni él te ama a ti ni tú lo amas a él. Rithana, cásate conmigo, seamos felices y reinemos como debe ser, sin escapar de este ejército maldito que está terminando de destruir nuestro amado país. ―Lo siento, Alejandro, pero no, no quiero casarme contigo. Miré en derredor, no entendía nada, siempre creí que ella estaba enamorada de mi hermano y escuchar eso… Rodhon y Khala estaban abrazados, miraban cómo Rithana hacía quedar en ridículo a mi hermano que, con cada desprecio, su rostro se tornaba peor, estaba enfurecido. La miré de nuevo, ella lo miraba con… ¿lástima? ¿Había lástima en sus ojos? ―Si no eres mía, no serás de nadie ―murmuró y, sin percatarme cuándo, la degolló con sus propias manos. Lo agarré de la espalda y lo lancé lejos de ella. ―¡Si no eres mía no serás de nadie! ―repitió mi hermano en voz alta. Adolfo quiso acercarse a mí, pero se lo impedí, con mi mente le lancé piedras, dándome cuenta de mis nuevos y fabulosos poderes. También comprendí que podía hacer hechizos poderosos. Y los hice. Primero, lancé un hechizo a Rithana, ella volvería a la vida una vez cada siglo, de esa forma yo tendría la oportunidad de conquistarla, poseerla y tener un hijo de ella; lograría así, la felicidad tan anhelada, incluso, si no era posible tener ese niño antes de ser convertida, por la razón que fuera, prefería convertirla en inmortal, antes que volver a perderla como en ese momento. Luego, lancé el mismo hechizo a Khala, pero Alejandro lanzó uno impidiendo que ellas nos encontraran, ellas no nos reconocerían, así jamás estaríamos juntos. Iba a maldecir a mi hermano, pero por alguna extraña razón, no pude. Al parecer mis poderes no servían con él. No seguí insistiendo, con que no se acercara a Rithana, estaba todo bien para mí, por lo menos, por el momento. ―Tranquila, princesa, todo estará bien ―intenté tranquilizarla, sabía que se estaba muriendo en mis brazos. Ella no contestó. Ni siquiera se movió. ―Princesa, perdóname, jamás me imaginé que mi hermano pudiera hacerte daño, si lo hubiese sabido… Princesa, por favor, mírame, abre los ojos. Te amo, princesa, te amo y te esperaré cada vida tuya, aunque sea sólo para verte, cariño mío, todo estará bien, algún día estaremos juntos como debió ser, como debe ser. Rithana abrió los ojos y me miró, no pude evitar las ganas de besarla. Murió en mis brazos. Yo la esperaría. De esa manera, podríamos ser felices para siempre. La deposité con suavidad sobre una enorme roca, la incineraría, de ese modo, ninguno de los del ejército enemigo, si la encontraba, podría encarnizarla. Cuando acabé con el rito, miré a mi hermano que observaba la escena como si lo disfrutara. ―¡Maldito infeliz! ―le grité a mi hermano y me volví hacia él con los ojos rojos de furia. Antes de llegar a él y de la nada, se desapareció de mi vista, no lo vi más. Se esfumó en el aire como por algún arte de magia. Solo lo vi cuando sentí un golpe en la quijada y apareció frente a mí. Intenté devolver el golpe, pero volvió a desaparecer. Y así, varias veces. Él me golpeaba como un cobarde y desaparecía. Entonces comprendí que él podía teletransportarse, que su poder, así como el mío era mover los elementos, era desaparecer y aparecer de la nada. Luchamos con todo nuestro poder. Él, con sus apariciones, yo, con los elementos. Hasta que se cansó de ese estúpido juego y desapareció sin aviso; no volvió a aparecer. Miré a Rodhon que seguía al lado de Khala. ―Rodhon, tenemos que salir de aquí, no podemos seguir en este lugar, el ejército enemigo está avanzando, en cualquier momento llegarán. ―Estás loco, Ptolomeo ―replicó Khala―, la envidia siempre te ha corroído por dentro, eres un ser despreciable, en cambio Alejandro siempre ha sido un hombre íntegro. No un estúpido engreído como tú. ―¡No puedes hablarme así! ―gruñí fuera de control, no permitiría que una simple niñera me faltara el respeto sin razón. ―Es la verdad, tú hiciste que mataran a Rithana, tú hiciste que Alejandro se fuera. Debiste morir. Tú debiste morir, no Cesarión, al menos él tenía las agallas de luchar por lo que quería, de frente y con valentía, no como tú, que conquistaste a la novia de tu hermano a sus espaldas. Eso me dolió, no tanto por la mentira que significaba, sino que siempre sentí que para ella solo existía mi hermano, pero me decía a mí mismo que aquello no era cierto, que solo era idea mía, esa noche lo confirmé. ―Cállate, Khala, no digas algo de lo que después te arrepientas. ―Ja, eres un simplón, no mereces tener el poder de Egipto, eso le corresponde única y exclusivamente a tu hermano Alejandro. Él es el destinado a obtener el poder de Egipto. ―Entonces deberías haberlo seguido… ―repliqué con dolor. ―Tú debiste irte, no él, pero no tienes ni un ápice de compasión ni de amor por tu familia, eres un infeliz que nunca, escúchame bien, nunca logrará nada. ―Rodhon, por favor, calla a tu mujer, de no ser así, no respondo por mis actos. ―Khala, por favor, Alejandro nos traicionó ―intentó explicar Rodhon a su esposa, pero esta le hizo un gesto de indiferencia, lo cual era considerado una ofensa que no se debía consentir, pero estábamos ante Khala, la mujer que me crio y que, a pesar de todo, amaba. ―No, no es verdad, el traidor es Ptolomeo, que está aquí frente a nosotros, al que no le importó la muerte de Rithana ni la huida de su hermano. ―Khala ―intenté razonar con ella―, Alejandro mató a Rithana, tú lo viste, no lo puedes negar y él me atacó sin razón aparente. ―¡Le quitaste a su novia! ¿Qué querías que hiciera? ¿Que él cargara las cosas de Rithana a tu casa? ―Yo no le quité nada, Khala. Sí, es cierto, siempre he estado enamorado de ella, pero solo hasta ahora me he enterado de que ella también lo estaba de mí. Lo supe junto con todos ustedes. Y me sorprendí tanto a más que tú misma. ―Yo ya lo sabía y no creo que no te hayas dado cuenta, ¿acaso crees que no sé de las veces que cortabas flores para ella? ¿Las veces que cantabas y le escribías cartas? ―No eran cartas de amor, eran las cartas de un amigo… ―¡Cartas que ella creyó de verdadero amor! ―¡Basta, Khala! ¡Basta! En un altivo gesto, me desafió. ―Jamás la tendrás, yo misma me encargaré de que sea Alejandro quien la tenga y tú… tú… ¡Morirás! ―Khala… ―Oí decir a Rodhon antes de que la furia se apoderara de mí y le lanzara un arsenal de piedras, hasta que quedó sepultada debajo de ellas. Rodhon no pudo hacer nada, mis poderes recién adquiridos me permitían hacer lo que quisiera y él no me detendría. ―La mataste ―murmuró Rodhon con tristeza cuando por fin pudo moverse y acercarse al cuerpo inerte de su mujer. ―Se lo merecía ―contesté sin emoción. No puedo negar que me sentí culpable, no debí reaccionar así. No podía utilizar mis poderes de esa manera. Aunque, si soy sincero, esos nuevos poderes no solo eran superiores a todo lo que creí, sino que también pensé que podían llegar a dominarme. Y temí.
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