Ares. —¡No, detente, por favor! —la súplica de mi mate, aceleraron mi furia—. No lo mates... no puedes hacerle esto… ¡Suéltalo! —¡No es una tonta! —lanzo contra una pared al imbécil del primo y me giro a verla—. ¡No estás muerta, Leah! Respiras, tienes signos vitales, no hueles a carne putrefacta, no hueles a cenizas. Hueles delicioso, tus mejillas tienen color rosa, tus ojos están llenos de vida y tu corazón late todos los días como si el mañana no existiera —la detengo antes de que vaya con Jay—. Eres una mujer maravillosa que se merece el jodido cielo, pero no creas en lo que Jay dice estando enojado. Abre los ojos con sorpresa y vuelve a caer de bruces en el suelo. —Dios mío... ya sé quién eres... —su asombro en su voz, me hace helar la sangre—. Eres el lobo que aparece en mis sueñ

