—No tienes idea del gusto que me da verte aquí —dijo Alonso y Erena le sonrió incómoda—. ¿Podemos comer juntos?
Erena suspiró, ahora que lo tenía enfrente recordaba un poco todo lo que había odiado de él en la preparatoria y, sobre todas las pequeñas molestias, definitivamente estaba el hecho de que a él le gustaba que las cosas caminaran al ritmo que él marcaba.
—Yo, creo que necesito un poco más de tiempo —respondió la joven—, además, siempre como con los niños y aún no les he hablado de ti.
—¡Eso es perfecto! —exclamó entusiasta el hombre—, podemos hablar con ellos de una vez.
Erena sintió que la tenía perdida, como siempre que hablaba con él, así que tan solo contuvo el aire y se resignó a que de nuevo él le ganara. Afortunadamente para ella llegó la ayuda de lo más inesperado.
—No sé con quién quieres hablar —dijo Roberto Marín, entrando a la conversación que parecía tener incómoda a su recepcionista—, pero te recuerdo que tenemos una reunión a la una y vamos a comer con ellos. Buenos días, Erena, disculpe a mi hijo, no esperaba que la molestara tan pronto la conociera.
—Nosotros nos conocíamos de antes —informó el joven, algo disgustado de que tuviera que cambiar de planes—, fuimos compañeros de preparatoria, además....
Alonso debió detener lo que decía luego de recibir el toque amable y la mirada suplicante de la joven que, justo en ese momento, se arrepentía de no haberse ido cuando tuvo la oportunidad; y cuya vida estaba ahora en manos de ese despreocupado e imprudente hombre.
» Van a enterarse tarde o temprano, así que, ¿para qué ocultarlo ahora? —cuestionó Alonso provocando a Erena suspirar.
—¿De qué nos vamos a enterar? —preguntó Ángela, que se unía a los que en la recepción parecían platicar cómodamente.
—De que soy el padre de los hijos de Ere —anunció Alonso y la chica agachó la cabeza, con la cara ardiendo de pena, rezando al cielo porque justo en ese momento se la tragara la tierra.
Un silencio sepulcral envolvió a los presentes. Nadie supo qué decir pues, aunque muchas preguntas se agolparon en sus cabezas, la sorpresa de la noticia era tanta que los tenía en estado de shock.
» ¿Nadie va a decir nada? —cuestionó Alonso, divertido por la expresión de su padre, de su amiga de la infancia y de la propia Erena; y fue Erena quien habló.
—Te está esperando Pablo Márquez en tu oficina —anunció la joven con la mano en la frente, cubriendo parte de su rostro con ella.
—¿Ya llegó? Lo esperaba como a medio día —informó Alonso y, antes de irse, volvió los ojos a la joven y sonriendo le dijo que la veía después.
—Lamento que se enteraran de esta forma —se disculpó Erena bastante apenada—, él es tan...
—Imprudente, ¿cierto? —preguntó el señor Roberto y Erena asintió—. Hay una historia que contar, ¿verdad? —cuestionó el hombre y, al recibir otra respuesta afirmativa de la joven de la recepción del edificio de su firma, terminó solicitando que cenara con ellos.
—Conmigo tienes que comer —dijo Ángela y Erena asintió.
Le debía explicaciones a quienes nunca creyó les debería eso, pero el mundo era un pañuelo, al parecer, y ella había corrido justo al borde que debió haber evitado.
—¿Qué fue todo eso? —cuestionó Tony, casi emocionado por todo lo recién ocurrido—. Tienes que contarme todo con lujo de detalles.
Erena cerró los ojos e hizo una pequeña rabieta, cosa que divirtió mucho a su compañero.
Afortunadamente para Erena esa fue una mañana de muchísimo trabajo, por lo que ni siquiera le pudo contar a Tony lo que quería saber pues, entre sus tantos deberes, salir a bancos y otras oficinas era la tarea que se comía sus mañanas y, así, la hora del desayuno llegó y, a sabiendas de que por los pasillos de ese lugar ya corrían chismes y rumores sobre ella, decidió almorzar afuera aprovechando que ya andaba ahí.
Cuando volvió, para el desayuno de Tony, respiró profundo sentada en la recepción, pero el aire se agolpó en sus pulmones cuando Alonso Marín apareció frente a ella, sonriendo de oreja a oreja como lo recordaba.
—Sigo cayéndote mal, ¿no es cierto? —preguntó Alonso, divertido por la expresión con la que la chica le veía—. Siempre que me veías ponías esa expresión de “Ahí viene ese fastidioso. No me hables. ¿Por qué me hablas?”, y es justo la cara que tienes ahora mismo.
—Pensaba que disimulaba bien lo mal que me caías —musitó Erena—, o eso parecía si teníamos en cuenta que siempre seguiste acercándote para hacerme perder el tiempo.
—Seguí acercándome con la intensión de descubrir por qué te caía tan mal —informó el hombre—, pero eras bastante educada y me parecía tierno que intentaras con todas tus fuerzas pretender que no me odiabas.
—Aunque estás equivocado en algo, porque yo no te odiaba —aseguró la castaña—, solo no te soportaba mucho... creo que aún no lo hago, y posiblemente no lo haré nunca.
Una estridente carcajada retumbó en el estar del edificio y Erena fulminó con la mirada a quien reía de desaforada manera.
—Es una pena, porque siempre me has encantado —informó el joven de la nada, sorprendiendo a una que decidió no dejarse mover el piso por ese hombre que, si antes no lo creía para ella, ahora sabía bien que no eran tal para cual.
—¿Yo o molestarme? —preguntó Erena y otra risa fuerte sacudió el lugar, empujando a la recepcionista de apariencia impecable a entornar los ojos.
—Touché —expresó Alonso, apuntándola con su dedo índice—. Me dijo papá que cenarías con nosotros, y, puede que ya lo sepas, pero Macaria es una cosa complicada, así que no te sientas mal por lo que diga o haga, esa mujer no nos cae bien a nadie, creo que no se cae bien ni sola.
Las palabras de Alonso, lejos de tranquilizarla, le sacudieron los nervios otro poco. Y es que ella ni siquiera había pensado en que se encontraría con la abuela paterna de sus hijos jamás, mucho menos en las condiciones en las que lo estaba haciendo y cuando no estaba preparada para ello.
Alonso se fue, Tony regresó y al mismo momento llegó Ángela invitándola a ir por los niños, esa era la señal de que irían a comer justo en ese momento, pues seguro la abogada no aguantaba la curiosidad sobre ese desconocido pasado que en la mañana Alonso les dejó entrever.
—¿A dónde vamos? —preguntó Erena, que comenzaba a desconocer el camino que su jefa y amiga había tomado luego de que recogieran a los niños en el colegio.
—A mi casa —informó Ángela—, estoy segura de que voy a gritar en algún momento y qué pena que alguien me vea haciéndolo.
—¿Por qué vas a gritar, mami? —preguntó Michelle, acercándose al espacio entre los asientos delanteros donde las dos mujeres estaban.
—Porque la tía Ere me va a contar una historia de terror —informó Ángela, divertida, viendo sonreír a Erena quien negaba con la cabeza.
—A mí no me gustan las historias de terror —informó Michelle comenzando a llorar.
—¡A nosotros sí! —gritaron a unísono Damián y Fabian, provocando que Ángela se uniera al barullo con su estridente risa.
—Entonces a ustedes sí que se las va a contar, ¿verdad? —cuestionó Ángela y Erena suspiró.
Contarles esa historia era algo que tampoco había planeado hacer nunca, así que no tenía mucha idea de lo que iba a decirles, en realidad.
**
—Qué cruel tu mamá —expresó Ángela luego de escuchar la historia de esa chica que de verdad consideraba su amiga—. No puedo creer que en serio te echara así, ¿no crees que se arrepintió alguna vez?
—No lo sé, pero me gusta pensar que no, pues la madre con la que crecí era así: estricta y recia —explicó la castaña de ojos cafés—. A mi madre le gustaba que las cosas fueran como ella quería y no había otra forma que aceptara.
—¿Y por qué elegiste esta ciudad? —preguntó Ángela, curiosa por esa coincidencia.
—Porque me gustó la casa —fue la respuesta de Erena—; además de que era barata, así que me dejaba suficiente dinero para el parto y gastos de los niños, o al menos eso fue lo que pensé cuando hice mis cuentas. No tenía idea de que los gastos de los niños fueran tantos.
—Supongo que por eso buscaste trabajo en la guardería, para ayudarte un poco —cuestionó la mayor y Erena asintió.
—Fue igual con el preescolar y con la primaria —informó la joven—, pero, de haber sabido que esto pasaría, no te hubiera aceptado el trabajo. Te juro que no sé cómo lidiar con esto, ni con él. Estoy segura de que alguna úlcera está reventándose en mi estómago desde ayer que lo vi; y algo más en mi cabeza, porque creo que me voy a volver loca.
—Yo creo que era tu destino —dijo Ángela, sonriendo por cómo se habían reencontrado esos dos—, pero, sabes, me sabe mal que no buscaras el apoyo de Alonso en cuanto te supiste embarazada y sola, estoy segura de que él te habría tendido la mano y no lo habrías pasado tan mal siendo madre, porque no hubieras estado sola.
—A mí él no me caía tan bien que digamos —confesó Erena y Ángela le miró en serio curiosa—, a decir verdad, era quien peor me caía de mis compañeros de preparatoria.
—Y aun así terminaron haciendo gemelitos —soltó la casi rubia en un tono juguetón.
—Estaba muy ebria —explicó la castaña—, y te mentiría si te dijera que él no me atraía, pero me mataba que le atrajera a todas y esa seguridad en sí mismo que le hacía andar a su ritmo sin importarle lo que los demás opinaran o quisieran. Desde el inicio quise no acercarme a él, pero él no dejaba de acercarse a mí.
—¿Crees que le gustabas? —preguntó la mujer de ojos verdes, curiosa.
—No creo que yo le gustara —respondió Erena—, pero sé que le gustaba sacarme de mis casillas, y al final terminó por volverme loca. Si te confieso algo, sigo queriendo agarrar a mis hijos, mis cosas y salir corriendo, pero no tengo a dónde ir; además, aunque los nervios y la colitis me están matando, parece que las cosas no terminarán tan mal con su intervención.
—También creo que esto no será tan malo —concedió Ángela—, al menos si no contamos a la tía Macaria, porque ella es cosa especial. Creo que no te va a caer bien y, definitivamente, no le caerás bien a ella.
Erena suspiró. Esa segunda advertencia, sobre una mujer que de por sí la miraba como si fuera nada cada que pasaba por la recepción, le hizo doler un poco más su ya muy adolorido estómago.