CAPÍTULO 12

1273 Words
La hora de comida de Erena estaba por terminar y Alonso seguía esperando nervioso en la recepción, donde Tony se comía las uñas sabiendo que una tormenta se avecinaba. Los rumores eran claros, y se habían esparcido con tanta fluidez que habían llegado a los oídos de absolutamente todos los trabajadores en ese lugar; así que era improbable que la madre de sus hijos no los hubiera escuchado. Alonso giró medio cuerpo de nuevo, mirando a la entrada del lugar, viendo aparecer al fin a los dos chicos que había estado esperando, junto con la madre de ambos que extendió la mano para abrir la puerta y se quedó sosteniéndola mientras alguien más pasaba. La piel de todo el cuerpo de Alonso se erizó de tal manera que incluso sus pasos, que se habían comenzado a dirigir a la puerta cuando vio a Erena llegar, se detuvieron a medio estar mientras sus ojos se fijaban en la rubia delgada y elegantemente vestida que prácticamente corría hasta él. —Alonso, amor —dijo la joven rubia, sacándose unos lentes oscuros y mostrando sus bellos ojos verdes perfectamente maquillados; entonces ella se colgó al cuello del mencionado mientras ponía sus labios sobre los del hombre. El silencio se hizo presente en todo el lugar, y los ojos de todos los presentes se dirigieron a donde una aparente feliz pareja se reencontraba después de años de no haberse visto, eso fue hasta que un par de vocecitas agudas hicieron un sonido desagradable. —Mamá —dijo Damián, atrayendo la atención de todos los presentes, los dos recepcionistas, un par de secretarias que también volvían de comer, Alonso, Rebeca y el padre de la joven que recién regresaba—, ¿por qué esa señora está besando a papá? —¡Infidelidad! —gritó Fabián de la nada, señalando a su padre y la mujer que no lo soltaba—. En la escuela lo aprendí. Cuando engañas a tu esposa eres infiel, así que papá es infiel contigo, mami. La nerviosa risa de la recepcionista del lugar desconcertó a todos, sobre todo a la rubia que había sido señalada como una señora y la causa de la infidelidad del supuesto padre de esos niños que, si veía con un poco de atención, eran el vivo retrato del hombre que estaba abrazando. —Lamento esto —dijo Erena en serio apenada por su inevitable reacción—, no sé qué les enseñan a los niños en las escuelas en estos días. Y, dicho eso, levantó por la cintura a cada uno de sus hijos con cada una de sus manos. » Dios ¿cuándo se hicieron tan pesados? —cuestionó la mujer comenzando a andar lento, buscando escapar de tan incómoda situación con rapidez, pero sin conseguirlo; y es que el peso de los niños era mucho, y sus tacones no tan bajos jugaban en contra de sus deseos. —Pero no le has pegado —rezongó Fabián, que era cargado por su madre—, yo vi en la tele que cuando son infieles les debes dar una cachetada. Y papá te fue infiel con esa señora. —Ya cállate Fabián —farfulló Erena, que no sabía dónde meterse, pues los comentarios de sus hijos no eran para nada bajitos, así que todos los presentes los escuchaban con claridad. —¿Qué demonios está pasando? —cuestionó Rebeca, confundida, descolgándose al fin del cuello del hombre que, contrariado, no dejaba de ver la espalda de la joven que llevaba cuáles costales de papas a sus dos hijos. —Sucede que me besaste en frente de mis hijos y de la madre de mis hijos, así que ahora ellos creen que le soy infiel a mi esposa —explicó Alonso con calma. —¡¿Esposa?! —gritó Rebeca, medio sorprendida y medio furiosa—. ¿Cómo que una esposa? ¿Cuándo te casaste? Espera... ¿tienes hijos? —Dos —respondió Alonso, alejándose un poco de la invasiva rubia que, al parecer, seguía sin saber nada sobre el respeto al espacio personal de los demás—. Son el par de gemelos que se llevó Erena cargando como costales de papas. A ella le da mucha pena lo irreverentes que son, pero eso es de familia, de la mía, así solo sale corriendo cuando la vergüenza le invade. —¡Alonso, ¿tienes una familia?! —cuestionó a los gritos la rubia— ¡¿Y nuestro compromiso, qué?! —Nunca hubo un compromiso —aseguró el cuestionado—, y, no creo que debamos hablar de estas cosas en este lugar. Así que, ¿por qué no subimos a la oficina y hablamos con calma? Tony, guíalos, por favor. Necesito hablar con Erena. El recepcionista asintió y caminó hacia la rubia y su padre, que aparentemente se encontraba en estado de shock. Alonso, por su parte, hizo lo que había mencionado, caminó hasta la sala de descanso de los empleados para encontrar a la madre de sus hijos reprendiéndolos. —Porque no soy la esposa de su padre —dijo la mujer—, y esa señora es su novia, él se va a casar con ella. —No voy a casarme con ella —refutó Alonso—, ni siquiera es mi novia. Lo del compromiso nunca se hizo oficial, de hecho, todo este tiempo pensaba que tampoco ella se lo había creído. —¿Y si no es tu novia por qué te besó? —preguntó Fabián, molesto por la situación—. Solo se besa a la persona que es tu esposa, así que solo deberías besar a mamá. —Que no somos esposos, Fabián. ¿Por qué no entiendes? —cuestionó Erena un poco cansada de la insistencia de su hijo al respecto. —¿Cómo que no son esposos y tienen hijos juntos? Los esposos son los padres de los niños —explicó Fabián en un tono inquisitivo y molesto. Erena se talló la cara con frustración, pues no encontraba las palabras adecuadas para hacerle entender a su pequeño hijo la situación entre ellos. —¿Por qué no te explico esto cuando vayamos a casa? —sugirió Alonso y Fabián asintió, aceptando esperar para obtener respuestas. Una vez solucionado eso, Alonso sonrió para sus dos hijos y acarició el rostro de Damián, que estaba más cerca, entonces dirigió la mirada a la chica que le veía con una mezcla de impaciencia y agradecimiento. —Regresaré a la recepción —anunció la joven madre—, no pongan un pie fuera de este lugar y, si pueden, no hablen con nadie acerca de esto, ni siquiera si les preguntan. La advertencia fue clara, y aun así no fue del todo comprendida, pues Fabián no tardó ni medio segundo en preguntarle la razón de ello. » Porque te lo estoy diciendo, Fabián. No hables con nadie y no salgan de aquí. —Ok —hizo el chico mencionado y se dejó caer en el sofá en que había estado de pie mientras alegaba con su madre. —Pórtense bien, chicos —pidió Alonso despidiéndose de ambos, entonces atravesó la puerta que Erena hubiera atravesado segundos antes. » Hablaré con Rebeca —informó para Erena cuando la alcanzó—, hablemos nosotros después. Erena asintió, aunque en realidad no sentía que tuviera algo que aclarar con él. Es decir, la vida personal y amorosa de ese hombre no era algo de su incumbencia, pero, si le ayudaría a explicar a los gemelos sobre la situación en que ellos se encontraban, no se iba a negar a recibir ese tipo de ayuda.
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