CAPÍTULO 17

1792 Words
—Pues no está tan asequible económicamente, pero son dos años y medio; además, es completamente online, así que la estoy considerando seriamente —explicaba Erena a Ángela, mientras ambas esperaban a que los niños salieran del colegio. —No suena mal —declaró la abogada—, y, ahora, que tienes pensión alimenticia de parte de Alonso, seguro no es tan difícil pagarla, ¿o no? —Eso es cierto —concedió la castaña—, pero igual no me puedo sacar de la cabeza que no debería gastar ese dinero en eso. —Oh, vamos, Ere —pidió la rubia—. Aquí lo importante era no descuidar los gastos de la casa, y ahora los tienes cubiertos. ¿Qué tiene de malo que uses tu tiempo y el dinero que ganas con tu esfuerzo en algo que quieres? Erena sonrió, lo que decía esa mujer era verdad, pero hacía muchos años que no gastaba en sí misma nada más que lo absolutamente necesario, y su cabeza seguía diciendo que estudiar una licenciatura, a su edad y en sus condiciones, era pura vanidad. » Está bien ser vanidosa —dijo Ángela como si hubiese leído la mente de su acompañante—, porque te lo mereces, así que no le des más vueltas al asunto y diles que sí. Además, que te superes es algo que, a la larga, también beneficiaría a los chicos. —¡Mami! —gritaron los gemelos corriendo hacia ella, quien no pudo evitar sonreír al verlos llegar hasta ella arrastrando sus loncheras y suéteres. Era cierto que lo único que la motivaba eran ese par, y si también era un beneficio para ellos definitivamente se animaría a buscar superarse a sí misma. —¿Qué vamos a comer? —preguntó Fabián, que se encontraba realmente hambriento. —No lo sé. ¿Qué quieres comer? —preguntó Erena, sacudiendo los suéteres que les había arrancado de las manos a sus hijos. —Yo quiero pizza —respondió Damián y Fabián asintió mostrando estar de acuerdo. Erena hizo mala cara, la pizza no era su comida favorita, además, siempre que comían pizza terminaban haciendo una entre comida pesada, y esos eran gastos que prefería evitar. —Anda, má, ¿sí? —pidió Fabián en un tono al que Erena no podía decirle que no, entonces caminó con ellos a una pizzería cercana. Cuando terminaron de comer los tres caminaron a la oficina, encontrándose con Alonso recargado en la recepción. —¿Dónde estaban? —preguntó el joven, casi molesto—. Quería invitarlos a comer con mamá. —Fuimos a comer pizza —respondió Damián y Alonso los miró contrariado. —¿Pizza? —preguntó y Erena asintió. —De vez en cuando está bien —dijo ella y mandó a los chicos a la sala de descanso. —Mamá nos estaba esperando para comer —declaró el hombre, molesto. —¿A qué hora me lo dijiste? —preguntó Erena, que no quería molestarse porque digerir la pizza no era algo que su estómago relajado pudiera hacer fácilmente. —No pensé que comerían fuera, casi siempre comen aquí, del restaurante —señaló Alonso lo que había observado. —Pues sí —concedió la joven—, pero hoy pidieron comer fuera y no me pareció mala idea. —¿Segura que no es porque me estás evitando? —preguntó Alonso—. Ya no sé qué hacer contigo, si hago planes con ustedes te niegas y si quiero tomarte por sorpresa ni siquiera me respondes el teléfono. Te marqué para saber dónde estabas, ni siquiera me tomaste la llamada. —No llevaba el celular —anunció la joven—, también esperaba solo ir por los chicos, se nos atravesó la pizzería. —No sé si debería creerte —declaró Alonso, algo frustrado por cómo estaba la situación entre ellos—... y te juro que quiero hacerlo. Erena se rascó una ceja mientras cerraba los ojos. Tenía la sensación de que ese hombre intentaba discutir con ella, y no quería pasarla mal luego de haber comido algo que no digería tan bien. —Lo lamento, ¿de acuerdo? —dijo la mujer, intentando a toda costa evitar una confronta con ese hombre—. Pero, creo que fue tu culpa por no hacerlo con tiempo. —¿Hacerlo con tiempo?, ¿para qué, para que me digas que no? —preguntó Alonso—. Estaba esperando invitarlos a ellos que no se niegan y te arrastran con nosotros. Pareciera que no quieres involucrarte conmigo ni con mi familia. —Alonso, no quiero discutir esto ahora mismo, mucho menos aquí —declaró la joven—. ¿Entiendes que mi lugar de trabajo es donde pasa todo el mundo? ¿Podríamos dejar para luego esta discusión? Ya me disculpé contigo. —Pues es que ni siquiera creo que de verdad lo sientas —indicó el hombre, aún molesto—, seguro te sientes aliviada de haber comido sola con ellos. —Bien —dijo Erena, ya molesta por la insistencia del otro—. ¿Quieres que pasemos tiempo juntos? Pues bien, pasémoslo, vayan a cenar hoy a mi casa. ¿Te parece eso bien? —¿De verdad? —cuestionó el hombre, visiblemente emocionado. —Sí —respondió la joven en un susurro, intentando que el otro también le bajara a su intensidad—, pero ya déjame trabajar tranquila. —¡Perfecto! —exclamó Alonso tan emocionado que terminó plantando un beso en la frente de esa chica que le miraba casi asustada, pero más apenada por todos los que observaron lo ocurrido—. ¿Quieres que lleve algo? —Sí —respondió Erena, aumentando el asombro del hombre que había esperado un rotundo no de parte de ella—. De pasada te llevas a los niños. Hoy comienzan Karate, los dejaré después de que salga de aquí y saldrán a las siete treinta, ¿puedes pasar por ellos? —Claro —respondió Alonso—, y, ¿para la cena quieres algo? —No, no es necesario —aseguró la joven—. Aún no sé qué haré. Pasaré al súper de camino a casa y veré entonces qué se me ocurre. —¿Un pastel, una gelatina, algo para el postre? —insistió Alonso. —Bueno, creo que algo así estaría bien —concedió la joven—, pero que no tenga nueces ni almendras, los gemelos son alérgicos a ellas. —También soy alérgico —anunció Alonso, claramente animado. —¿Y te da gusto? —cuestionó la recepcionista, algo divertida por la reacción del ese hombre. —Pues, aunque sea raro, me da gusto esa coincidencia —declaró Alonso y la que lo escuchaba negó con la cabeza. —Estás loco —conjeturó Erena—, anda, ya vete, estás distrayendo a mucha gente, incluyéndome. —Ok —dijo el joven, sonriendo—. Te veo más tarde. Erena asintió y, cuando el Alonso estuvo lo suficientemente lejos de ellos, Tony hizo una burla a su compañera de trabajo que la otra respondió con un codazo en las costillas del burlón. —Pero, es que, ¿viste lo feliz que estaba? —preguntó Tony y Erena asintió. —Y no tienes idea lo mucho que me molesta —declaró la castaña antes de suspirar. —¿Te molesta? —cuestionó Tony, que tal vez jamás en su vida había escuchado que alguien se molestara por la felicidad de alguien más, mucho menos cuando ellos la causaban. —Si —respondió Erena—, porque me hace sentir que soy la mala de este cuento. Te juro no sé qué es lo que espera de mí, pero que me presione tanto me enoja, y cuando parece herido porque me niego a todo lo que exige me siento mal por él. —Pues entonces deja de decirle que no a todo —sugirió el joven amigo de una mujer también joven, pero con muchas más responsabilidades que él. —No puedo decirle que sí a todo lo que quiere —declaró la recepcionista—, si comienzo a hacer eso no tardaremos nada en que yo viva en su casa y comencemos a jugar a la casita. No es lo que quiero. —Y, ¿qué es lo que sí quieres? —cuestionó Tony que, para ser sincero, no le veía nada de malo a lo que su amiga declaraba. —¿La verdad? —preguntó Erena y recibió un asentimiento de cabeza de parte de su compañero—. No tengo ni la más mínima idea de qué es lo que quiero; aunque sí sé que no quiero decirle a todo que sí. —No pareces la mala del cuento —dijo Tony escuchando su teléfono sonar—. Lo eres. Bruja. Erena rio en silencio. Le encantaba la sinceridad del otro, sobre todo porque le salía con tanta naturalidad que era difícil enojarse con él por hacerle escuchar lo que no quería. ** —¡Vámonos! —dijo Alonso saliendo del área de empleados con ambas mochilas cargadas y los chicos tomándole las manos. —¿Cómo es qué…? Erena no terminó su pregunta, pues en su confusión ni siquiera encontraba la manera de preguntarle cómo había llegado al área de empleados sin que ella lo viera pasar. —Cuando fuiste al baño —explicó Tony, recogiendo sus cosas también. —Pensé que te dije lo que haría —reclamó Erena a Alonso, algo frustrada por ver al otro entrometerse en sus planes buscando cambiarlos. —Lo hiciste —concedió Alonso—, y planeo acompañarte. Llevemos los chicos al karate y luego te llevo al súper y a tu casa. Incluso puedo ayudarte a cocinar, si quieres. —No quiero —respondió tajante la mujer. —Bruja —susurró Tony en medio de una sonrisa, molestando a su amiga que le miraba asombrada de que no se diera cuenta de que era Alonso quien estaba haciendo mal, y no ella. —Odio que decidas las cosas por mí —dijo Erena, caminado hasta el hombre, tomando las manos de sus hijos que sonreían por la evidente frustración de su madre. —Es que, si no te presiono, te olvidas de que existo —explicó el reprendido por esa mujer. —¡Como si ignorarte fuera posible! —exclamó la mujer en un tono algo juguetón—. Eres la cosa más molesta que he conocido en el mundo entero. —Tu número uno —expresó Alonso, ufano, y Erena no pudo evitar sonreír por la respuesta obtenida. No se creía tanto optimismo y eso, por alguna extraña razón, no le parecía tan molesto de ese tipo engreído.
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