Capítulo 5

3071 Words
Mattias se quejó bajito cuando el molesto sonido de su celular interrumpió su agradable sueño, obligándolo a volver a la consciencia. Arrugando su nariz, el omega giró su rostro apoyando el costado derecho sobre la suave superficie acolchada y bajó su brazo, buscando ciegamente donde estaba su celular. Cuando la llamada se detuvo, el joven castaño soltó un pequeño suspiro de felicidad y sus labios rosa se entreabrieron levemente, logrando que ya su relleno belfo inferior se viera más abultado, casi como si estuviera haciendo un puchero. Claro que dicha calma no duró demasiado y el molesto sonido volvió interrumpiendo el lugar. —Estoy despierto, lo estoy... —balbuceó forzando a sus ojos a abrirse. Observando el suelo, encontró su celular tirado sobre la alfombra a solo unos centímetros más lejos. Sin querer levantarse para cogerlo, Mattias estiró lo que más pudo su brazo, con la punta de sus dedos, casi rozándolo, si tan solo... —¡Manzanas! —gruñó el omega cuando se cayó del sofá—. Ow, eso duele —se quejó sobando su frente. Observando el celular con un puchero triste y enojado, culpándolo de su caída, Mattias finalmente se sentó cruzando sus piernas y tomó el teléfono para contestar la llamada de su papá Renato. —¿Cómo está mi querido príncipe de chocolate? —cuestionó la cantarina y parsimoniosa voz de su papá. Sonando tan alegre como cualquier persona mayor de cincuenta años podría sonar en la mañana con un exceso de energía, como siempre. —Bien papá, pero ¿por qué me despiertas tan temprano? —se quejó, bostezando. —Las nueve de la mañana no diría que es exactamente temprano —respondió—. En especial considerando el lugar donde te estás quedando —indicó—. Mejor dime cómo te encuentras, cariño, o tu padre aquí pronto se quejará de que algo te ocurre. —¿Padre también está ahí? —preguntó restregando sus ojos para ahuyentar el sueño. —Algo así, se supone que estamos desayunando, pero Patrick se tuvo que levantar y contestar una llamada del trabajo y me ha dejado comiendo solo —explicó. —Uh, suena a que papá Patrick está en problemas a pesar de que seguramente debe de estar parado solo a tres pasos de ti —comentó soltando una ligera risa alegre. —Umf —musitó sin decir nada, pero dándole la razón con ello—. Mejor contesta la pregunta cariño, tu padre ya me está lanzando esa mirada de "está cambiando de tema, hay que ir a verlo". Mattias rió mientras negaba con su cabeza. —Le echas la culpa a padre, pero qué te apuesto que tú estás igual, papá —indicó. —No por nada te digo nuestro príncipe, ¿no? —respondió. —Estoy bien —anunció finalmente—. Anoche estuve hasta tarde haciendo unas argollas nuevas, por lo que caí en el sofá —contó. —Dormir en sofá no debe de ser cómodo, príncipe —suspiró—. Si tan solo Alan nos hubiera dejado subirte una cama —chasqueó su lengua. —Me permitió tener mi taller en su granero e hizo que subieran un sofá solamente para que no me quedara dormido en el suelo —le recordó—. Yo creo que ha hecho más que suficiente, considerando que mi trabajo solo era curar de sus heridas y ayudarlo en la casa. —Una cama no hubiera estado demás... —Renato —pronunció levantándose del suelo. —Uhg, odio cuando me llamas así, suenas igual que tu padre —se quejó—. Bien, no diré nada más al respecto —prometió—. ¿Cómo se encuentra ese alfa bruto? —Alan no es un alfa bruto —respondió acercándose a su mesa de trabajo—. Al menos, no tanto —añadió sin poder evitarlo—. Solo es algo rudo. —Lo que tú digas, príncipe —rio bajo—. ¿Ya ha sanado de sus heridas? —Uhm, yo diría que ya no necesita de mi ayuda —contestó observando satisfecho la argolla en la que había trabajado hasta tan tarde—. Él prácticamente ya puede hacer todo por su cuenta otra vez y ha vuelto a trabajar en su rancho —contó—. Echaré de menos estar aquí —suspiró contemplando a su alrededor. —Lo siento cariño, sé que alejarse de la ciudad es un descanso que todos necesitamos, por eso con tu padre salimos casi semana por medio a la casa que tenemos a las afuera —reconoció. —Sí, pero tienes que reconocer que hay una diferencia entre esa casa y el rancho —indicó dejando la argolla en su mesa—. Aquí salgo e inmediatamente me golpea la naturaleza, el aire puro y es un lugar tan abierto y amplio que nunca te aburres de caminar o salir a cabalgar en caballos —expresó. —Puedo ver lo bueno que es eso solo con escucharte —pronunció con una sonrisa—. Si quieres, podríamos hablar con Alan para ver si te deja quedarte más tiempo o tal vez te ofrece otro trabajo —comentó. —Gracias, pero no —rechazó—. Además, Alan no me ha dicho nada todavía. —¿No mencionaste ayer que no estaba en el rancho? —recordó su papá omega. —Nop, pero ayer me dijo que hoy estaría volviendo y que quería hablar conmigo de algo importante —explicó colocándose sus zapatillas. —Bueno, me dices si necesitas o no que te vayamos a buscar —pidió. —Y ve a conseguir algo de comida, príncipe, no es bueno que te saltes el desayuno —advirtió la voz severa, pero a la vez cariñosa de su papá Patrick. —Lo haré, padre, ahora mismo estoy saliendo del granero —prometió bajando las escaleras. —Bien, te estaremos llamando después —respondió satisfecho. —Adiós, príncipe, te llamaré —prometió su papá Renato, finalmente cortando la llamada. Guardando su teléfono en el bolsillo de su pantalón corto, Mattias salió del granero y se detuvo respirando profundamente mientras estiraba sus brazos y permitía que el agradable sol besara su piel. —No importa lo que digan, el aire limpio es genial —murmuró abriendo sus ojos para revelar ese inusual conjunto de colores entre verde, azul y amarillo. Dirigiéndose a la casa de Alan, saludó a unos cuantos trabajadores con los que se encontró a su paso y aceleró un poco al contemplar la camioneta de doble cabina de un azul profundo oscuro. Observando la casa de dos pisos, con pilares blancos, paredes gris perla y techo de un gris más oscuro, el omega trotó subiendo los escalones del porche delantero y abrió una de las puertas de madera. Las cejas gruesas de Mattias se juntaron levemente cuando un olor diferente al de Alan invadió su olfato, pero lamentablemente, la esencia era solo algo leve como para saber exactamente de qué se trataba, pero ante la falta del tono dulzón, ya sabía que no era un omega. —¿Alan? ¿Estás por aquí? —llamó, observando primero el despacho a su izquierda para luego observar el comedor a su derecha. —Cocina, chico —respondió aquella voz grave y gastada. Ingresando al comedor, Mattias lo atravesó y pasó por el arco de madera para entrar en la cocina, encontrando al alfa preparando el desayuno. —Buenos días, Alan, ¿a qué horas llegaste? —preguntó curioso. —Anoche —respondió sirviendo una taza de café a medio llenar—. Como no te vi aquí, me imaginé que estarías en tu taller —comentó. —Si —respondió sacando el cartón de leche del refrigerador junto a la crema batida en aerosol—. Después de cenar, una idea me llegó a la cabeza mientras peinaba a silvestre, por lo que subí a mi taller y bueno, me quedé ahí —explicó. —Sigo sin saber cómo te puede gustar tan dulce —murmuró Alan observando con una mueca contenida como el omega vertía la leche en la taza y luego la terminaba de llenar con la crema. —Algo dulce alegra la mañana de cualquiera —le sonrió abiertamente antes de guardar las cosas y tomar asiento en uno de los banquillos de la isla—. Gracias por el desayuno. —Dime que no lo subirás a tus r************* con una frase estúpida y sin sentido —pidió al verle tomar una foto. —Nop, prueba para mis padres de que me estoy alimentando bien —respondió dejando su teléfono de lado para comenzar a comer. —Tus padres son una cosa —negó el alfa—. A tu edad, los míos a penas me llamaban una vez a la semana y se quejaban si yo los llamaba más de dos veces un día —comentó. Mattias soltó una risa que no pudo contener y que cubrió con su mano al tener su boca con comida. —Bueno, soy hijo único y omega con dos padres hombres —le recordó—. La sobreprotección apareció desde el mismo día en que mi papá Renato se dio cuenta de que estaba en cinta y se lo contó a papá Patrick —indicó. —Sin contar que ambos son personas influyentes, con un gran negocio y adinerados —añadió. —Como si tú no lo fueras también —bufó alzando levemente su mentón—. Tu rancho es muy renombrado en la ciudad. —Si haces un buen trabajo, tu nombre estará en la boca de muchos, te guste o no —se encogió de hombros. —¿Te está doliendo la espalda nuevamente? —preguntó cuando le observó hacer una mueca. —No, solo es el cansancio acumulado de estos días —aseguró. —Ah, cierto que mencionaste algo de ir a ver a tu sobrino antes de irte —recordó. —Si, mi sobrino tuvo un accidente y no podía no ir a verlo cuando es como mi propio hijo —explicó. —Lo siento, espero que ya esté mejor y que no fuera demasiado grave lo que le sucedió —expresó sincero. —Gracias —asintió bebiendo de su café—. ¿Recuerdas que te pedí hablar cuando volviera? —Uh, sí —respondió, y tomó una servilleta para limpiar sus labios—. ¿Es porque ya estás mejor? ¿Me tengo que ir de aquí? —¿He dicho algo de irte? —alzó una ceja. —Eh... No. —Entonces deja de adelantarte a los hechos, chico —reprochó levemente. —Lo siento, es que me gusta estar aquí —se excusó con una pequeña sonrisa—. Entonces, ¿de qué deseabas hablar? —De mi sobrino —anunció. —¿Tu sobrino? —repitió confundido, tomando su taza—. ¿Te refieres al que fuiste a visitar a la ciudad? —A ese mismo —asintió—. Me he traído a Devak a mi casa, pero él aún no se encuentra en las mejores condiciones —anunció—. En realidad, él debería de seguir internado en el hospital, pero en este momento estar ahí le estaba haciendo más mal que bien —explicó. —Bueno, para algunas personas es así —comentó—. Estar encerrados en una habitación fría y desconocida, con un acceso restringidos a tus parientes y con constantes personas desconocidas dando vueltas, hace más mal que bien. —Exactamente —asintió Alan—. La cosa, es que la doctora que lo estaba atendiendo me advirtió que debía de tener un absoluto reposo y dio indicaciones estrictas para su recuperación, incluso solo me permitió traérmelo luego de prometerle que tendría a alguien calificado en casa ayudándome a atenderlo —explicó. —Una persona calificada —murmuró y se señaló a sí mismo. —Tienes un título de enfermero y supiste de cuidar de mí perfectamente a pesar de que... Uh... —observó hacia otro lado—. No fui el mejor paciente del mundo —reconoció. —Aw, que lo reconocieras ya es el primer paso —indicó con una sonrisa divertida. —No te rías a mi costa —advirtió observándole con sus ojos entrecerrados. —Pocas veces son las que puedo hacerlo —se excusó y bebió un sorbo de su café—. Entonces, quieres que te ayude a cuidar de tu sobrino —retomó y lamió la crema que quedó en su labio superior. —Exactamente —asintió—. Pero debes de pensar en Devak como... —torció sus labios—. Bueno, una versión más terca, osca y malhumorada que yo —explicó. —Déjame adivinar, ¿un paciente que cree que no necesita la ayuda de nadie por lo que no será cooperativo? —alzó una ceja. —Resumidamente, sí —aceptó. —Vaya, ¿será que es porque son familia? Me suena exactamente a lo que me advirtieron antes de aceptar cuidar de ti —comentó, apoyando su codo en el mesón para luego recargar su mentón en su mano. —Esta vez no es solo por ser familia —indicó—. Devak, él... —suspiró—. Digamos que ha sufrido mucho y no solo por el accidente —reveló levemente. —¿Bien? —musitó Mattias, enderezándose y sentándose correctamente—. ¿Cuáles son sus heridas? —preguntó. —¿Eso significa que estás aceptando? —indagó. —Claro —asintió sin dudar—. No me quiero ir de aquí, y si puedo quedarme mientras trabajo cuidando de alguien, me sentiré mejor a que hacerlo porque mis padres han hablado contigo —explicó. —Devak no será un caso fácil —advirtió. —Sin ofender, pero tú tampoco lo eras y mírate ahora —le observó—. Estás de pie nuevamente y trabajando como si nunca te hubieras caído de un caballo. —¿Sabes? No era necesario tocar la herida —refunfuñó. Mattias soltó una ligera risa sin poder contenerla. —Solo digo la verdad, según escuché, si no hubieras sido tan terco eso no te habría pasado —comentó. —¿Quieres seguir trabajando aquí o no? —espetó aparentemente irritado. —Sí, sí quiero —respondió riendo—. Entonces, ¿qué heridas tiene exactamente tu sobrino? —Resumidamente, en todo su cuerpo —anunció. El omega parpadeó. —¿Todo su cuerpo? —repitió—. ¿Acaso tuvo un accidente de automóvil? —No realmente, solo es producto de su trabajo —explicó brevemente—. Tiene, bueno... —rascó su nuca—. Tiene quemaduras, hematomas, laceraciones, aún no puede usar su pierna derecha y su hombro izquierdo recibió una operación —contó. —Bueno, esas son muchas heridas —pronunció con sorpresa—. ¿Cuál de todas es la más grave? —preguntó. —La doctora Gilman estaba más preocupada por las quemaduras en sus antebrazos, ya que había agarrado una infección en ellas, pero ya está controlada —explicó—. De momento, su prioridad se estaba transformando en los cortes, Devak desarrolló estrés post traumático y las pesadillas son horribles, al despertar siempre lo hace peleando y al moverse mucho se vuelve a abrir las heridas y termina sacándose uno o más puntos. —Entiendo —asintió—. Me imagino que estando así no se estaba tomando bien que tanta gente desconocida entrara a su habitación. —No —reconoció—. Tuvieron que sedarlo cada vez que tenían que revisar sus heridas nuevamente —contó—. Es por eso por lo que te digo que lo pienses bien si quieres tratarlo, Devak será un caso duro, más que yo. Observando fijamente al hombre frente a él, con su largo cabello gris hasta sus hombros, su barba y ojos grises intenso, Mattias asintió. —Pude contigo, y he tenido otros pacientes menos que agradable —aseguró. —Devak con su estrés será algo peor —indicó—. La doctora ya me advirtió que sería explosivo, malhumorado, negativo y que se aislaría solo tras llenarse de pensamientos negativos. —Sé cómo trabaja el estrés post traumático —aseguró—. La cosa será si tú quieres dejarme a cargo de tu sobrino —indicó. Esta vez fue el turno de Alan de observarlo fijamente. —Pudiste cuidar de mí, sé que podrás con mi muchacho —asintió rígidamente y sacó su teléfono celular—. La doctora grabó los cuidados respectivos que debes de tener con Devak y sus heridas —anunció y se detuvo un momento, observándolo otra vez. —¿Qué sucede? —preguntó. —Devak no soporta ahora el aroma de los omegas, la doctora dijo que podría ser por el mismo estrés o por... No importa —negó sacudiendo su cabeza—. ¿Tienes inhibidor de aromas? —Nop —respondió. —¿No se supone que cada omega debe de tener ese tipo de cosas como en caso de emergencia? —cuestionó. —Tengo un perfecto control sobre mi celo, antes de que me llegue, me voy al departamento que mis padres me regalaron y lo paso ahí —explicó. —¿Y si se adelanta tu celo? —alzó una ceja. —¿Por qué crees que mis padres me piden tener un control casi mensual con nuestro médico? —resopló—. Es algo molesto, pero admito que tiene sus ventajas, por eso que voy —se encogió de hombros. —De acuerdo, veré si puedo conseguirte un inhibidor con alguno de los trabajadores —expresó entregándole su celular—. No será algo permanente, solo hasta que Devak mejore un poco —prometió. —Seguro, no hay problema mientras no tenga algo contra los omegas. —No, solo es con su aroma —aseguró—. Escucha esa grabación y me avisas si necesitas que compre algo o lo reponga —pidió—. Me he traído algunas cosas de la ciudad también, pero no sé si es todo lo que necesitas. —Respira, Alan —indicó sonriente—. Escucharé la grabación, revisaré lo que has traído y te diré si falta algo —prometió. —Eso suena bien —asintió y se apartó—. Te conseguiré el inhibidor —anunció saliendo de la cocina por la puerta trasera.
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