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2594 Words
—"Apolo llamando a Tierra. Houston, ¿me copia?» —. La voz de Samsara retumbó en la cabeza de Miranda como un megáfono. —«¡No debí regalarte ese televisor! ¡Tienes la mente llena de episodios de todo lo que has visto en los últimos ochenta y seis años!» —dijo Miranda con fingido malhumor.  La verdad es que Samsara era muy entretenida cuando no creaba eventos funestos que acabaran con naciones enteras. —«Tengo la coartada perfecta para Cameron: es mi experto en cultura griega antigua. ¡¿Qué te parece?! ¡Dudo que otro ser que camine sobre la Tierra en este siglo sea capaz de identificar cualquier pieza griega o pedazo de ella a la primera, o leer el dialecto más muerto que exista sin parpadear siquiera!» —«Pero ¿cómo se te ocurrió semejante idea, has perdido el poco sentido común que te queda? ¡Cameron va a desatar el Apocalipsis cuando se entere de lo que has hecho!» – le gruñó Miranda sin disimular que le hacía muy poca gracia su ocurrencia. «Ya empezamos con los problemas, canté victoria muy pronto» —pensó la Moira. —«¡Se supone que Cameron es contratista y tiene una empresa que hace remodelaciones! Para aclararte, pinta casas, levanta paredes y arregla techos para ganarse la vida. ¿¡Cómo llegamos al punto de convertirlo en experto en filología y arte griego!?» —«Tranquila, no te pongas nerviosa. Respira hondo, que te va a dar un ataque con el par de kilitos de más que llevas encima. Te dije que tengo la coartada perfecta para el malas pulgas. Antes de su identidad actual fue profesor de literatura clásica y filología en Cambridge, podemos arreglar todo para que aparezca como su propio hijo en papeles y documentaciones, mismo apellido, físico muy parecido, pero otra época. Siguió los pasos de su padre y se licenció en literatura griega, pero simplemente se cansó de tanta mierda que escribió Homero, de las tragedias retorcidas, Atlántidas perdidas y del «yo sólo sé que nada sé» y cambió de rumbo. Ahora tiene un negocio más lucrativo en el que sólo usa los músculos que el Creador magistralmente le dio». —«Un poco complicado tu plancito, pero puede arreglarse»—. Miranda respiró ante la posibilidad de contarle el plan a Cameron sin que hiciera temblar la tierra en el proceso. —«Pero, si es fácil, en medio segundo creas partidas de nacimiento, certificados de secundaria, diplomas de doctorado…No te olvides de las fotos en los anuarios, por si lo buscan». —«Muy graciosa»—replicó ya con la guardia abajo—. «Se puede y ciertamente resultaría muy conveniente para que pudiera acercarse sin despertar sospechas a esos dos. Adrian es la puerta para llegar a Katrina, ¡dos pájaros de un tiro!» —«Te dije que tenía la coartada perfecta…qué poca fe me tienes. Soy catastrófica, pero no idiota». —«Llamemos a Cameron para contarle y ver qué dice. O mejor lo citamos para vernos en su casa e intercambiar ideas» —. Miranda por fin veía la luz. El plan de Samsara iba a facilitarle la entrada a su amigo, sin que se sintiera como un pez fuera del agua—. «Pero deja que le aviso antes, porque si te apareces nuevamente de improviso, vas a estropearlo todo». —«¡Ese tipo no cambia! La verdad que tanto protocolo me aburre. ¡No se le quita lo anticuado, aunque pasen treinta siglos! Pero bueno, cualquier cosa es mejor que regresar al camafeo por una rabieta del ángel». Miranda ignoró la vocecita chillona de Samsara en su cabeza y ubicó telepáticamente a Cameron. Para su sorpresa, estaba en forma incorpórea en la oficina de Katrina Parsons, enterándose de los pormenores de un hallazgo sobre el cetro que le había mostrado Sanders la noche anterior. —«Querido, no saltes del susto, soy yo y tengo buenas noticias»— dijo a Cameron telepáticamente en un susurro, para no alterarle la energía irrumpiendo en su cabeza sin aviso, al mejor estilo de Samsara. Cameron estaba sentado en la silla giratoria de Katrina leyendo la información del buscador que la chica utilizó para investigar el cetro. Tomó nota de la URL, con la intención de hackearla al llegar a casa y hacer otras búsquedas por su cuenta. Era menos tedioso que indagar personalmente en la Fuente del Conocimiento o pedirle a Miranda que husmeara en los Akásicos. Katrina estaba tirada en un sillón marrón bastante maltrecho, haciendo anotaciones sobre los resultados impresos, sin aparentar ansiedad o percibir cambios en la energía del cuarto, por lo que se teletransportó a su apartamento para responderle a Miranda y asegurarse que la profitis continuara sin notar su presencia. Por ahora no le convenía que supiera nada de él, mucho menos si estaba en forma incorpórea. —«Te escucho, Miranda, ¿qué novedades tienes?» —«¿Regresaste a casa? Vi que estabas en la oficina de la chica». —«¿Ahora me espías?»— respondió Cameron con voz de pocos amigos ante el comentario de Miranda. —«De ninguna manera, quise asegurarme de no colarme en tu mente en mal momento. Sé cuánto odias que invadan tu conciencia»— respondió rápidamente para atajar la molestia que se adivinaba en él. —«Agradezco el gesto. Ya estoy en casa, invádeme si quieres». Acto seguido, Miranda se materializó en la cocina de Cameron, que estaba sentado a la barra del desayunador, con una Coca-Cola frente a él. —Además del cigarrillo, tomas ese brebaje que destapa cañerías— dijo con las manos en jarras en la cintura. —Empezamos mal la conversación. A ver, vamos de nuevo: «Tengo excelentes noticias que darte. Ya sé quién es el tipejo que tintinea como un arbolito de Navidad y no hay peligro de que legiones de ángeles iracundos se escapen del Inframundo». —¡Qué optimista estás hoy! Si no te conociera, diría que te alegraron el día, pero no eres de ese tipo. ¡No has mojado un churro en la vida! Cameron la miró con expresión impasible, mientras materializaba frente a ella una taza de café caliente. —Brindemos por las buenas noticias que me tienes—. Levantó su vaso de Coca-Cola esperando el choque de la taza de Miranda, cosa que ella hizo con una sonrisa de oreja a oreja, sin salir de su asombro. —Me tienes con la boca abierta… —Lo miró con la cabeza ladeada, tratando de adivinar qué era lo que lo tenía tan relajado y de un humor excelente—. ¿No me digas que te drogas o algo? —¿¡Cómo me voy a drogar!? ¡No seas absurda! ¡Ojalá hubiera algo que me sacara del aburrimiento crónico en el que vivo y que no veo cuándo termine!¡No hay droga que me sirva y lo sabes! —Por eso agregué lo de «o algo». Ya daré con lo que te alegra la vida, mi ángel—. Le dijo entornando lo ojos—. Mira, después de todo Samsara no es tan descocada como pensaba. Me ha traído una solución al problemita de cómo introducirte de manera natural en el mundo de Adrian Sanders y su amiguita la filóloga. Cameron la miró con cara de desaprobación. —Suena muy mal eso de «amiguita». ¿Tú no eras feminista o algo por el estilo? —. Cruzó lo brazos sobre el pecho y la observó con expresión de disgusto mal contenido. —¿Y la vas a defender? ¿Se lo revuelca hasta colgada de la lámpara de techo de su baño que, además, está blindado para entidades paranormales como nosotros, y no puedo decir que es la amiguita? ¡Me estás preocupando, amigo! ¡No te conocía ese lado de defensor de causas perdidas de las que ni siquiera puedes alegar duda razonable! —No estoy defendiendo a nadie. Sólo te recuerdo que no deberías hacer juicios sobre la gente. Tú mejor que nadie sabes que hay cosas que se escapan al buen criterio y sencillamente son inevitables. No hay libre albedrío que sirva en esos casos. Miranda se apoyó con ambos codos en el sobre de mármol blanco de la barra y, con la taza de café entre las manos, miró directamente a los ojos de Cameron, que empezaban a mostrar chispas danzantes en sus iris. Mejor no seguía con el tema si apreciaba su vida. —Me excuso—dijo haciendo un gesto con la cabeza—. Ciertamente, no debo hacer juicios a la ligera. Cameron asintió y le rozó la mano con el pulgar, en son de paz. —¿Qué idea genial tuvo Samsara? Me cuesta pensar que no involucre catapultas ni bombas atómicas. —Esta vez se ha lucido. Le ha dicho a Sanders que va a enviar a su experto en arte griego a examinar un ánfora que pretende comprar. Cameron levantó los brazos en son de protesta ante la ocurrencia. —¡Pero déjame explicarte! ¡Su plan lo tiene todo cubierto! Recordó que tu fachada anterior era de profesor de Literatura Clásica y Filología Antigua, así que sugirió crear la documentación para hacerte ver como tu propio hijo, quien siguió los pasos de su padre y también se doctoró en Literatura Clásica, pero colgó los guantes y ahora tiene un próspero negocio de remodelación de inmuebles. La fachada es perfecta, de casta le viene al galgo. Creciste entre estudiosos y eso no se olvida. Eso explicaría por qué no te conocen en el círculo de los geniecillos locales. Podemos incluir en tu hoja de vida un par de años en Grecia estudiando lenguas muertas indoeuropeas y nadie dudará que eres un experto. —Tal vez funcione—concluyó sentándose en el taburete y dando un sorbo a la Coca-Cola. —¡Claro que va a funcionar!¡Soy una mente maestra de planes maquiavélicos! Samsara hizo su aparición triunfal, sin ser invitada, lo que ocasionó que Cameron pusiera los ojos en blanco e hiciera un gesto de fastidio, al tiempo que dejaba el vaso con un golpe seco sobre el mostrador. —¡Otra vez sin anunciarte! —le dijo sin siquiera mirarla. Materializó un cigarrillo y lo encendió sin hacer ni un gesto. Iba a necesitar una cajetilla entera para contenerse si Samsara pasaba mucho tiempo en su presencia. —Me quedé esperando la señal de «Gerónimo» que me iba a hacer Miranda para no llegar sin ser invitada—dijo señalando con el dedo a la aludida que tenía un mohín de «metí la pata» en la cara. —Lo siento, me emocioné contándole a Cameron tu idea y se me pasó avisarte que ya podías venir. —Últimamente te emocionas demasiado, Moira, no te queda bien y te desconcentra. A ver si regresas a la cordura, que hay trabajo que hacer—respondió la recién llegada. Samsara se sentó de golpe sobre uno de los sillones de cuero n***o del salón, desde donde se divisaba la cocina, porque el apartamento era de espacio abierto. La verdad que se trataba de un ático muy bien arreglado. Se preguntó si Cameron lo había remodelado personalmente, ahora que se dedicaba a reconstruir casas y ponerlas bonitas. Pensándolo bien, ese tipo amargado tenía el don de componer todo lo que tocaba, tenía energía creadora en sus moléculas que no fue suprimida tras su destierro. Seguía siendo un ser de luz poderoso, aunque no le gustara admitirlo frente a él para que no fuera a creerse la gran cosa. ¡Que siguiera deprimido!, así podía lidiar mejor con sus poderes y las probabilidades de que la devolviera al camafeo de un sólo movimiento de mano eran menores. En ese camafeo se sentía como la de Sueños con Jenny en su botella, muy cómoda y todo lo que quieras, pero era un destierro peor que el del ángel. —Me parece bien lo que se te ocurrió—le dijo Cameron una vez que le dio un buen par de aspiradas a su cigarrillo—. Miranda va a hacerse cargo de crear la identidad fantasma para que la coartada sea convincente. Giró sobre el taburete para estar de frente a ella y subió una de sus kilométricas piernas sobre la rodilla, dejando a la vista que no llevaba medias puestas con los mocasines de cuero gris. —Tendré que sembrar un par de falsos recuerdos en la memoria de Samuel Harrods, pero eso es pan comido―agregó Cameron. —¡Te dije que era un buen plan! —. Samsara se volvió hacia Miranda, mientras subía los pies sobre la mesa de metal envejecido que tenía frente a ella. Se había quitado el atuendo de historiadora adinerada que llevó a la galería y vestía nuevamente de cuero n***o de pie a cabeza, con unas botas de tacón de aguja que la estilizaban. —¿Qué viste de interés en la galería de Sanders? —preguntó Cameron. —¡De todo! Ese tipo tiene piezas que no debería. ¡Tiene la máscara mortuoria de Egisto y su tumba no ha sido descubierta! El ánfora que estamos comprando puede que también sea un botín del pasado, pero no me consta, porque me contó una historia que puede que no sea del todo falsa. —Eso quiere decir que ha estado en el pasado, no queda otra opción. No hay duda de que es un inmortal, pero ¿de qué clase? Esa es la pregunta que debemos responder. —Y la administradora... ¡Necesito que la veas! Es una sombra o algo peor, porque no tiene aura. Esa mujer cuida a Sanders como un perro guardián, estoy segura de que es una entidad oscura. La chica medio pazguata con la que se acuesta no encaja en esta ecuación, un hombre como ese jamás se fijaría en alguien tan insulso. Miranda se puso a espaldas de Cameron para hacerle señas a Samsara de que se callara y no siguiera hablando mal de Katrina, pero ella se limitó a arrugar la nariz mientras gesticulaba preguntando qué pasaba. Cameron fulminó a Samsara con la mirada y volvió a girar el taburete para darle la espalda, pero no dijo nada ni defendió a Katrina de la lengua mordaz de la imprudente chica. No iba a darle el menor indicio de que sentía cierta simpatía por la desaliñada filóloga, porque podía usarlo para coaccionarlo o hacerle una mala pasada. —¿Se puede saber qué le dijiste a Sanders? Cameron hizo la pregunta sin mirarla, mientras jugaba con el vaso que tenía en la mano con actitud distraída. —Que le ibas a llamar para revisar el ánfora y la documentación de autenticidad. Aquí tienes su tarjeta. —Bien, mañana me daré una vuelta por la galería y lo llamaré cuando esté frente a la puerta, para no darle tiempo de ocultar nada. Ya me encargaré que requiera de la experiencia de Katrina durante el proceso de venta, para que nos presente. Tengo que dejarle saber que soy amigo de Samuel, a ver si entra en confianza y me deja ayudarla con las tablillas y el cetro. Volvió a girar sobre el eje del taburete, mirando primero a Miranda y luego a Samsara, le dio una última aspirada a su cigarrillo y ahogó la pava en lo que quedaba de la Coca-Cola. —Parece que el viento sopla a nuestro favor. No lo jodas―sentenció, clavando sus ojos dorados en los de Samsara.
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