Contestó el anciano Príamo, semejante a un dios: -No te opongas a mi resolución, ni me seas ave de mal agüero en el palacio. No me persuadirás. Si me diese la orden uno de los que viven en la tierra, aunque fuera adivino, arúspice o sacerdote, la creeríamos falsa y desconfiaríamos aún más; pero ahora, como yo mismo he oído a la diosa y la he visto delante de mí, iré y no serán ineficaces sus palabras. Y si mi destino es morir en las naves de los aqueos, de broncíneas corazas, lo acepto: máteme Aquiles tan luego como abrace a mi hijo y satisfaga el deseo de llorarle. Dijo, y, levantando las hermosas tapas de las arcas, cogió doce magníficos peplos, doce mantos sencillos, doce tapetes, doce palios blancos, y otras tantas túnicas. Pesó luego diez talentos de oro. Y, por fin, sacó dos trípod

