Apenas iba terminando la segunda semana de clases, y la chica de ojos vedes ya estaba estresada. Agradeció internamente que finalmente fuera viernes y el timbre de salida estuviera por sonar. Estaba emocionada por descansar el fin de semana, y sobre todo por el lanzamiento y firma de libros de Melissa Cooper la tarde de ese sábado. Se suponía que aún nadie lo sabía, sin embargo, Lyanna se lo dijo para que así estuviera preparada. Según lo que Brooke había entendido, publicarían por la mañana, desde la cuenta oficial de la escritora, la gran sorpresa de su visita a Nueva York.
Los ojos verdes se enfocaron en el reloj que colgaba sobre el pizarrón. El segundero se movía de la forma más lenta que alguna vez hubiera visto. Estaba demasiado ansiosa. Deseaba adelantar el tiempo para poder volver a ver a la mujer. Después de su encuentro en el aeropuerto se le había hecho casi imposible dejar de pensar en ella. Sabía que era un tonto crush de adolescente, pero ella lograba acelerar su corazón de una manera impresionante. Algo que en definitiva no le sucedía con su novia.
¿Estaba enamorada de Mia? Se preguntaba eso todos los días. Sabía que la quería, sentía un inmenso cariño por la porrista. Había sido su amiga antes de ser su novia, y durante su declaración fue un gran apoyo. Y definitivamente le parecía preciosa. Como había dicho Lyanna al conocerla, parecía toda una modelo. Sus ojos azules eran impresionantes, muchas veces se sentía como si estuviera mirando directamente al océano. No dudaba del cariño que le tenía, pero era consciente que eso no era amor. Al menos, no del que alguna vez leyó.
Realmente deseaba sentir algún día esas emociones que se suponía se debería sentir por la persona que amas, como sucedía en los libros que leía. Como lo que sintió el día que vio a la mujer de sus sueños en el aeropuerto.
Quizá con el tiempo podría llegar a sentir lo mismo por Mia.
Cuando el timbre sonó, la maestra ya había terminado su clase, y Brooke tenía su mochila lista
—Parece que alguien anda ansiosa estos días —susurró Mia, abrazándose al cuello de la chica de ojos verdes.
—Sí, estoy muy ansiosa —aceptó Brooke, dejando un beso en la mejilla de la porrista.
—¿Y qué te tiene tan feliz? —preguntó Leah.
—Que mañana veré a mi escritora favorita —respondió. —Lyanna me pasó el dato —desplazó su mirada alrededor en busca de la castaña. —Por cierto ¿Dónde está ella?
—Acaba de marcharse, su madre vino a recogerla —respondió Karolina. —Dijo que te escribiría.
—Se supone que se va a Miami a pasar el fin de semana con sus abuelos —dijo Brooke. —Imagino que la veré nuevamente el lunes.
—¿No irá a la firma de libros? —preguntó Emma. —Creí que compartían su locura por esa escritora.
—Su vuelo ya estaba reservado —respondió. —Además, su padre estará en Miami con su hermano y quiere verlos.
—Creí que no quería volver a Miami —comentó Karolina.
—¿Por qué lo dices?
—No han notado lo nerviosa que se pone cada que alguien le pregunta sobre su vida en Miami —dijo Karolina. —Pienso que debió ocurrirle algo muy desagradable. Si me pasará algo así querría irme y no volver.
—También he notado lo mismo —dijo Brooke. —Pero Miami es una ciudad grande y su familia sigue estando ahí.
—Tienes razón —susurró Mia. —Aun así, debemos… no sé ¿ayudarla? Lyanna me parece una chica demasiado tierna. Si alguien en su pasado le hizo daño, no entiendo cómo pudo ser capaz.
—Me alegra que pienses eso —dijo Brooke. —Sin embargo, lo mejor por ahora sería evitar que alguien más la cuestione. Si quiere contarnos, lo hará. Debe acoplarse a nosotras.
—Oye, creo que hay alguien que se quiere acoplar a ella —comentó Leah de manera burlona, señalando a Cristopher Jensen, el quarterback del equipo de su escuela. —No le ha quitado la mirada desde que llegó.
—No digas estupideces y vámonos de aquí —sonrió Brooke.
Cuando Brooke llegó a su casa, encontró a su madre con unas prendas viejas y llenas de pintura. Imaginó que se encontraba trabajando en una nueva obra para su colección. Desde que dejó de enseñar, se dedicó enteramente a sus hijos. Y cuando sus hijos crecieron y ya no la necesitaron de la misma manera que antes, encontró su pasión en la pintura. Para Brooke era común entrar a la gran casa y encontrar nuevos cuadros adornando las paredes.
—¿Llena de inspiración hoy, mamá? —abrazó a la mujer mayor y dejó un par de besos en su frente.
—Mucha —respondió sonriente. —¿Y tú? Te veo muy feliz.
—Nada mamá, cosas de adolescentes.
—Qué tal tu nueva amiga. Lyanna, ¿verdad? —Brooke asintió. —Acabo de conocer a su madre. Una mujer encantadora y muy guapa. Me supo decir que le hacía feliz que su hija haya hecho amigos tan pronto, parece que su vida en Miami fue un poco dura.
—Nos hemos dado cuenta de eso —respondió. —Pero queremos darle su espacio. Si confía en nosotras para contarnos lo que le sucedió, le ayudaremos. Y si no, también. Las chicas la adoran, es demasiado tierna.
—Y tú tienes un corazón demasiado amoroso —dijo la mujer, pellizcando la mejilla de la chica y pintándola en el proceso. —¿Cómo van las cosas con Mia?
—Muy bien.
—¿Segura? No hay nada que quieras contarme.
—¿Cómo qué?
—No lo sé —dijo la mujer. —Ya tienes dieciséis años, eres una adolescente y seguramente estás llena de esas hormonas…
—¿Acaso me estás preguntando si ya tuve relaciones con mi novia?
—Bueno, sí.
—¡Mamá!
—Estoy tratando de ser más una madre buena onda.
—No estás en la edad para eso —bromeó la chica de ojos verdes.
—No te pases de chistosa, jovencita.
—Mejor olvidaré que preguntaste eso —se puso de pie y se alejó, escuchando a su madre quejarse de ella al llamarla vieja.
En su habitación se detuvo a pensar mucho acerca de sus sentimientos. La incomoda pregunta de su madre la llevó a imaginar ese momento junto a la porrista, sin embargo, a medida que se desarrollaba la imaginación, el rostro de su acompañante cambio. Ya no veía los ojos azules como océano, sino que frente a ella se encontraban unos profundos ojos marrones como el chocolate. Y a quien podría mentir, Brooke amaba el chocolate.
Suspiró conmocionada por lo que acababa de fantasear. Sabía que debía darse una ducha muy fría para pasar la calentura que el solo imaginar a la escritora había causado en ella. La chica de ojos verdes se dio cuenta de que deseaba profundamente a Melissa Cooper. Y la deseaba con tanta intensidad, que sabía que aquella no era la primera vez que fantaseaba con la mujer.
Se levantó de su cama, y caminó hasta la repisa donde estaban todos sus libros y tomó el que acababa de leer esa semana. Se sentó sobre sus sabanas arrugadas, y entonces la volvió a ver sonriente, al reverso del libro donde estaba su biografía.
Le parecía la mujer más hermosa que sus ojos hayan visto alguna vez. No podía dejar de pensar eso. Acarició su pequeña foto. Tenía tantas ganas de volver a verla, quería poder tomar su mano esta vez. O, quizás, acercarse a ella y poder sentir su aroma. ¿Sería capaz de robarle un beso a la famosa escritora? ¿O simplemente se congelaría? Sospechaba que la segunda opción sería la más probable.
Recordó como su corazón había palpitado frenéticamente contra su pecho, sus rodillas habían fallado en mantenerla sobre su cuerpo, creyó que se desmayaría en frente de la mujer. Y, por un momento, sintió un extraño movimiento en su estómago. Como las mariposas de las que había leído.
Su celular vibró en el bolsillo de su uniforme. Lyanna le había mandado una foto de ella en el avión diciéndole que la vería el lunes, y que no la extrañara demasiado. Brooke soltó una pequeña carcajada para la secuencia de fotos graciosas que le siguieron.
—Disfruta de la firma de libros —leyó el último mensaje antes de bloquear su teléfono.