Espera que amanezca

1708 Words
El clima este día estaba fresco, algo frío y bastante acogedor, tanto como para mantenerse un tiempo más en la cama, teniendo en cuenta que las noches han sido cortas desde el nacimiento de su hija, Rosa se permitió un tiempo más de sueño, quizá un par de horas para tratar de recuperar ese descanso perdido. Su pequeña niña parecía estar de acuerdo con la idea y se mantuvo soñolienta a su lado.  Finalmente, decidieron salir de su cuarto para enfrentar un nuevo día, uno un tanto frío, bañado por el rocío que entraba por el patio principal, el que daba con las habitaciones. Todo en casa estaba bien, la cocina al día y los afanes domésticos también, ella se sentía más descansada físicamente, aunque en su mente, mil cosas le daban vueltas, todas tienen que ver con el tema de aquel hombre, que ahora está presente en sus vidas.  Sabía que su esposo no esperaría mucho tiempo antes de ir por respuestas, era un hombre un tanto impaciente y la necesidad de tener el control, le incitaba a tomar decisiones sin sopesar algunas veces las consecuencias. Solo esperaba que nada de lo que ella empezó a sentir, desde que vio a los ojos a Rodrigo Meneses, tuviera que ver con la llegada de él. Definitivamente, todo comenzó, cuando la visión de destrucción le invadió, imágenes de llanto, fuego y dolor, se esparcieron por su cabeza, nublando su visión. Sabe que la angustia no es buena, que no debe permitirse sentirla, pero solo esperaba que sus emociones y la visión, no tuviera que ver con los espíritus del mal, propios de la realidad, cuando su sentir es el mismo, repitiéndose esa sensación nubosa dentro de sí, como si le advirtieran que debe tener cuidado, pero sin explicarle lo que debe hacer. Así eran los espíritus, se presentan con sutileza y consentimiento, pues, solo las almas puras permiten ser encauzadas, por eso ella oye con claridad, lo que tienen para hacerle saber. María se acercó hasta su patrona, le llevaba una taza de café con la leche que se ordeñaba a primera hora; Rosa le sonrió, y entregó a la mujer que tanto tiempo le había acompañado, a su pequeña hija, solo el tiempo que le permita desayunar con calma. La rutina se repetía. -             ¿Julio salió temprano? -             Si señora. -             ¿Con quién? -             El señor José, como todos los días patrona. -             ¿Notaste algo María? -             ¿Cómo qué señora? -             Diferente… ¿Maletas, cantaros? Negó con la cabeza y su mirada permanecía en la beba, como si tratara de ocultarle la verdad. -             Escucha, creí que eras mi mano derecha, mi empleada de confianza ¿Es así? Asiente – Señora, no puedo decirle nada más. No está en mí. Rosa mantuvo el silencio de su desayuno, mientras la beba se removía en los brazos de María, entendía con claridad que María le debe respeto a su patrón, pero eso no le inhibe de sentirse traicionada. Terminó y María le entrego la niña, era momento de amamantarla y ella retiraría los platos. La tomó y caminó por el pasillo, hasta el salón cubierto, el que se usaba para las reuniones de los miércoles; estaba ordenado, como ella lo esperaba, al entrar, un olor a tabaco, bastante fuerte, invadió sus sentidos y le nublo la vista de nuevo, trato de mantenerse en calma, jamás había tenido una visión, cargando en brazos a la niña y eso le alteró un poco los nervios, pero, el olor era tan fuerte, como si ella  misma estuviera consumiendo el tabaco, como si lo tuviera en sus manos, un ligero viento rozó sus brazos y se adentró en el salón, removió un poco las telas y el sonido de las puertas se hizo presente. -             Esta en el pueblo, lo sé – Mencionó en voz alta, sin hablar con nadie. Un recuerdo, la imagen de un pasado tortuoso le removió en la consciencia; sabía que estaba con ella, con Sara, con la mujer que tanto daño le causo a sus vidas. Lo vio con claridad en su cabeza, en los retratos que podría ver desde niña, y que tardo mucho tiempo en asociar con un don, lo mantuvo en silencio, no creerían que una niña de diez años, tenía capacidades distintas para notar sensaciones, energías y emociones reales de las personas, más aún que tenía estimación especial de los espíritus del bien, para alertarla con suavidad sobre lo que puede causar daño. ¿Un don o un castigo? Jamás lo puso en duda, pero en momentos como este, quisiera ser la esposa normal, que cree la historia de su esposo en la hacienda trabajando, sin tener que enfrentarse a la mentira, aún sin encararlo. Pasó el día entre flores, en los alrededores de la casa y con la beba a su lado, quería sentir la calma que el viento y el olor del campo le obsequiaban, sin tener que pensar en nada más, en paz, en la paz de su familia. El día se hizo corto, fue necesario para procesar lo que hablarían, cuando él llegara. Preparo con anticipación la cena, dejó todo organizado y despacho mucho antes a las mujeres, necesitaba soledad y privacidad para encarar a su esposo, desde el principio, antes que avance la desconfianza y cree duda considerable en ella. El tiempo de llegada pasó, y con las muchas horas más, era lógico, jamás irían y volverían del pueblo en el mismo día, ni siquiera siendo ellos, unos jinetes experimentados y conocedores de la tierra, tanto como de sus manos. Rosa acostó a la niña en la cama y solicitó a María, estar al pendiente de ella, necesitaba estar serena, porque los nervios y la ansiedad la consumían lentamente, como el olor al tabaco que parecía seguir siendo fumado junto a ella. Cuando la noche era más oscura, ella escucho el galope de caballo y salió con prontitud a su encuentro, la sangre le hervía y su rostro se ruborizaba por el enojo; sin embargo, su ira fue desarmada, cuando vio un solo caballo frente a ella, del que descendía José. -             ¿Dónde está? El hombre se sorprendió con su presencia y mantuvo el silencio ordenado por su patrón, quien le repitió insistentemente ocultar su ubicación. -             ¡¿Dónde está José?! Este se mantenía al lado del caballo, mientras retiraba del mismo la silla y los paquetes enviados desde el pueblo por Don Julio. Rosa corrió hasta su encuentro y comenzó a empujarlo, la rabia la dominaba y el dolor de la traición la impulsaba a actuar errática. -             Me dices ahora mismo donde esta Julio Arango o te juro José María que ese mismo caballo me llevará hasta él. -             Rosita… - Quiso tomar su mano. -             No empieces José, solo dime y puedes irte con tu esposa y tu hija, pero, si insistes en la lealtad a ese hombre, te juro que voy tras de él, así deba hacerlo caminando. Rosa era conocida por su determinación y obstinación, José sabía que ella no se andaba con juegos y si amenazaba con hacerlo, era porque lo cumpliría. -             Esta allá Rosa – Le vio caer de rodillas en llanto – Pero no es lo que imaginas, algo está pasando y debió enfrentarlo – Se arrodillo para estar a su lado -             ¿Esta con ella? -             No es lo que piensas Rosita, no es así -             ¿Esta con ella? – Ahora gritaba. -             Si… así es, pero no es lo que piensas. Algo delicado está pasando en el pueblo y ahora en los sembradíos, ya sabes cómo es de terco. ¿Puedes entenderlo? Rosa se levantó del suelo, con restos de tierra en sus rodillas, limpió sus lágrimas y entre la rabia que aún le gobernaba le dejo en claro un mensaje a su esposo. -             Pues dile que no se moleste en regresar, que Rosa Moretti, si sabe cumplir una promesa. Y por tu bien José María, más te vale que no te atravieses por mi camino. -             Espera Rosita… No – Trataba de seguirle el paso - ¿Qué vas a hacer? -             Lo que debí hacer desde que supe de la existencia de Sara. -             No es lo que piensas Rosa, no debes pensar de más. -             Ustedes son hermanos José – Se tomo un momento para escupirle su falsedad- Jamás me dirías lo que de verdad está haciendo allí. -             Debes creerme, debes hacerlo -             ¿Por qué lo haría José? -             Lo sabes… - Pudo tomar su mano sin que lo rechazara- Sabes que no te haría daño Rosa bajo la cabeza, los sentimientos no eran los mismos de la juventud, pero ella tenía claro el amor que él sentía. -             Solo no te expongas, las cosas están difíciles en el pueblo, más aún en el campo. Yo regreso por él Rosita, te prometo que no vuelvo, si no viene conmigo. -             Ya no tendrá sentido José. Lo hizo de nuevo. Él guardo silencio, en su interior anhelaba que ella se desilusionara de su hermano, porque su amor aún se mantenía. -             No puedo decirte nada más, porque tampoco sé que está pasando, pero tú lo conoces Rosa, sabes quién es Julio Arango. -             Y sé, que ya no soy yo, si me quedo a esperar las mentiras con las que vendrá a mí. -             Le debes algo… -             ¿De qué hablas? -             Le debes esperar a que vuelva y poder decirte de frente lo que pasa. -             No le debo nada – Soltó el agarre con rabia y camino de nuevo -             Lo sabes. -             ¿De qué hablas? -             De esa noche Rosa… Lo sabes. -             Cállate, no sabes lo que estás diciendo -             Lo sé y tú también Rosa. Solo te pido tiempo, a cambio de silencio. -             No podrás chantajearme, porque caemos juntos. -             Iré por él. Espera acá. José camino hasta la entrada, y antes de salir se giró para mirarla, ella permanecía inmóvil, el recuerdo de su error le retumbaba en la cabeza, pero no la obligaría a quedarse al lado de un hombre, capaz de traicionarla de nuevo, así tuviera que exponerse.
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