Herencia y Sangre

1234 Words
Cuando Julio Arango era un niño, su padre partió hacia el interior del país, más exactamente, a la capital, donde parecía que las oportunidades eran más favorables para su familia. Para esa época, se empezaron a vislumbrar los primeros proyectos viales, que darían a la región, los grandes beneficios del trasporte. Su padre era, un hombre con rasgos indígenas, de la comunidad Arawak, por parte de su madre y cierto aire alemán, al parecer por el padre, al que nunca conoció, pero que dejó su sangre patente, por aquellos días en que la colonización llegó a las inhóspitas tierras de los llanos orientales. Mil historias contadas por su padre, todas en herencia de su sangre indígena, hablaban de sus creencias en los espíritus del bien y el mal. Todo esto era llamativo para sus hijos, Julio, el mayor, siempre estaba ansioso por más y más; conservaba, con celo, los tótems de animales y seres humanos que su padre retrataba tallando la madera, como en su época de infancia y que eran usados en actividades devotas, pero para el niño no eran más que los protagonistas de los fabulosos escenarios que su mente creaba. Pero, lo que más atraía a Julio de su padre, era su visión del mundo, su necesidad de conocer y experimentar; le veía con admiración cuando hablaba de cultivos, y ya a la edad de veinte años, de la mano de su padre, decidieron iniciar sus propios cultivos de arroz; era algo novedoso y causaba algo de temor, pero con su fe intacta en su buen juicio el propósito fue desarrollándose de muy buena manera. Sin embargo, algo de la sangre alemana, le impidió al padre, permanecer estacionario en el campo y le motivaba a viajar y descubrir, esa era su mayor pasión.  De todos sus viajes, siempre traía a sus hijos libros, de los diez hermanos de Julio, él era el más interesado por la lectura y el aprendizaje; nada le daba más alegría, que ver a su padre llegar a casa luego de meses sin noticias de él, cada vez que lo hacía, le hablaba de las grandezas del país, fuera de la violencia que él había vivido en su época. -             Nada puede quitarte las ganas de prosperar.  – Repetía a Julio, sin saber que esa frase, era la que le llevaría a convertirse en uno de los hacendados más importantes en la región. Todo el conocimiento que tenían, lo sacaron de sus libros, no tuvieron la oportunidad de estudiar, la realidad en el campo era distinta a la de la ciudad, y ciertamente, tener herencia indígena, era un factor condicionante. La vida se le paso a Julio entre el ir y venir de su padre, las quejas de su madre con respecto a los diez hijos que debía mantener con las pocas monedas que adquiría trabajando en los oficios domésticos para las personas adineradas de los pueblos cercanos, mientras los hermanos mayores debían atender a los pequeños. Quedaba muy poco tiempo en casa para la lectura y para aprender, cuando la ropa debía lavarse y la comida prepararse. Pero Julio terminaba antes y muchas veces dejaba de comer para correr a las orillas del rio y en el frescor de la tarde, salpicado con las gotas de agua que saltaban, cuando la marea chocaba contra las piedras, disfrutaba analizando las letras que su padre le iba enseñando a leer, las atesoraba y valoraba, más que cualquier objeto que le traía de sus viajes, siempre con sus tótems en mano, que cuando ya creció, pasaron a ser sus amuletos, y los usaba protegerse de los malos espíritus.  Esos era sus mayores regalos.      En la hacienda, ahora don Julio Arango estaba dispuesto a descubrir el interés de Rodrigo Meneses en sus tierras y el porqué de la cercanía con sus empleados, era hora de ir al pueblo, para ver que tanto se había escuchado, en el lugar, del tema. José estuvo al tanto de la orden de su patrón y organizó lo necesario para el viaje, partirían al amanecer, sin comentar a nadie, esa fue la decisión de Don Julio, ni siquiera Rosa debía saberlo, menos aún, teniendo en cuenta que debían visitar el lugar más concurrido y un tanto no tan santo del pueblo, él que ella más odiaba. Llegó la mañana, tan temprano como de costumbre en el campo, todo estaba listo y los hombres salieron de casa, el hábito adquirido de toda la vida, visitar las plantaciones, revisar las bestias, y mantener en orden los límites de la hacienda, eso tomaba alrededor de ocho horas cada día, las mismas que le tomaría ir hasta el pueblo y tal vez, la mitad del camino de regreso, lo demás ya lo manejaría con su esposa al llegar, de alguna manera explicaría el retraso. Partieron, y en todo el camino, entre el verde y el rocío que hoy les regalaba el día, don Julio solo tenía en sus pensamientos, las mil dudas que todo lo que estaba sucediendo, le generaba, esa era una sensación que no se permitía tener, el control era el mejor resguardo que la dureza de su infancia le había enseñado. -             ¿Todo bien primo? – Mencionó José Don Julio asintió, no hablaría, luego de hacerlo, no hay manera de callar a José, le daría tantas vueltas al tema, que ignorarlo y ser discretos ya no sería fácil; Pero, permanecer en el silencio, insondable y grato, era la mejor elección. Siempre ha sido una buena elección.  Finalmente llegaron al pueblo, todo se veía como siempre, sin mayor cambio. Los pocos, muy pocos turistas que visitaban la región, lo hacían solo para buscar establecer mercado o conseguir algo de información de muchas de las historias sobre tesoros y oro, que recorrían el país entre los senderos. Bajaron de los caballos, José se encargó de atarlos a los amarraderos de la plaza, mientras Don Julio estiraba sus piernas, sabía que era el momento de caminar hasta ese lugar, pero dilatar un poco el momento era válido y nada vergonzoso. José se acercó hasta él, empujo el brazo del hombre con su codo, como buscando animarlo, sabía que enfrentar el lugar era delicado para él, pero algo quería averiguar, algo de peso, como para ocultarle información a Rosita y atreverse a visitar la casa que más daño le ha causado en mucho tiempo. No hay otra razón para que, su casi hermano, el hombre que le ha ayudado desde pequeño y por el que daría más que la vida, tuviera le intención de llegar hasta allí. Caminaron a paso lento, unos cuantos metros, pero lo suficiente para ser vistos, por las personas que estaban adentro del lugar,  el temor recorrió a los hombres, sabían que no hay marcha atrás después de esto, pero uno de ellos, por lo menos, espera que valga la pena el enfrentamiento al pasado, con el único fin de obtener información. El olor era el mismo, una mezcla de tabaco, alcohol y malos momentos, nada ha cambiado Ella tampoco lo ha hecho, Don Julio lo percibió, observó y dedujo, cuando sus ojos se encontraron en la escasa distancia de unos cuatro metros, con los verdes esmeralda de ella. Su rostro se veía achacado, mas que por la edad, eran las circunstancias  a las que se veía expuesta, sus manos temblorosas y entre sus dedos, el mismo cigarrillo de siempre.  -             Julio Arango -             Sara
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