Sin dudas

1145 Words
La velada  transcurrió en calma, como todas las otras noches de festejo por muchos años. Se hablaron muchos y muy diversos temas, y Don Julio siempre trató de poner sobre la mesa asuntos ajenos al trabajo ya que, finalmente, la idea de compartir estos momentos, era alejarse de la realidad que viven a diario entre los sembradíos. Pero entre las risas y las malas palabras, Don Julio analizaba de vista, los movimientos y el proceder de Rodrigo Meneses. Sus rasgos eran ciertamente notables con respecto a los de los lugareños. Esté se veía más conservado, como si el sol y las inclemencias de la exposición en las plantaciones, no le hubiese siquiera rozado. Lo detallo tanto, que hasta notó cierta diferencia en su manera de hablar, un dialecto propio del pueblo paisa, se asomaba en sus palabras, y rápidamente las disfrazaba, como si no quisiera que lo notaran, pero para él que llevaba gran parte de la velada estudiándolo,  no se le escapaba algo como eso. Se organizó la mesa, para el caldo de la madrugada, el fin único era bajar la intensidad del alcohol en sus cuerpos y con eso, matizar las acciones fatídicas, que, por su presencia, podría desencadenar,  aún más entre un grupo de hombres en particular. Todos caminaron hasta el lugar y en el trayecto, Don Julio se disculpó para retirarse hacía un rincón de la casa, donde su presencia no podría ser notada. Algo tenía en la cabeza, y si era lo que pensaba, las acciones se tenían que tomar en el momento. De los hombres, Rodrigo y Mario se mantuvieron al final, caminaban a paso lento y se notaba la intranquilidad en sus pasos. - ¿Julio?  - Ha de estar ya sentado a la mesa, él llega de primero, primo. - Mañana debemos tener la ubicación Mario, son ordenes de arriba. - Los límites, por el sur, son el mejor lugar para hacerlo primo. Él patrón muy poco llega hasta allá. Rodrigo asintió. – Me retiro Mario, no puedo permanecer por mucho tiempo acá, el viejo ha estado con sospechas, se nota en su actitud, mañana le informaré la hora, recuerde que cuando entremos en esto, no habrá forma de salir. Don Julio Arango muy pocas veces se equivocaba al juzgar a una persona, si lo pensaba bien, nunca había desacertado en el tema, pero le gustaba tener la certeza de lo que pensaba, para no juzgar; aunque esta vez, no lo hacía, mucho menos su esposa Rosa, ellos tenían claro que Rodrigo Meneses se acercó con malas intenciones, tal como la mala hierba enmarañando al cultivo sano, Mario, ya se había dejado enredar. - Y, sabe Dios que cosas estarán planeando – Murmuro para sí. - ¿Estas desvariando? Don Julio se sacudió con impulsivo de su escondite, su cuerpo se tensó y solo hasta ver los ojos de su esposa, respiró de nuevo en paz. - ¿Te ha atemorizado Julio Arango? Creo que me engañaste cuando dijiste que eras un hombre valiente. - No digas necedades Rosa.- Replicó el hombre enojado.  - Negarás que te has asustado cuando te hablé. ¿Lo harás? – Su mirada inquisidora presionó a Don Julio. Ella, casi siempre, tenía la razón, y solo se equivocaba, el mismo número de veces, que lo hacía su esposo. - No – Renegó entre dientes – Si me he inquietado. - ¿Qué pasa Julio? Le tomó del brazo con suavidad y se cercioró de no tener interlocutores cerca, ella le miraba curiosa, el fuerte de su esposo no era ser disimulado, pero lo encontraba tierno, al tratar de hacerlo. - Estuve pensando lo que me dijiste de Rodrigo y Mario. Y, al salir del salón para pasar a comer, se reunieron de nuevo a hablar. - Te lo dije Julio- Replicó con la seguridad de tener la razón.  - Lo sé señora Mia. – Le sonrió con ternura. Ella desarmaba su corazón de mil maneras, era su único amor, el de toda la vida - ¿Qué haremos? - Tu, nada. Espera en casa y atiende a las visitas.  Yo iré a echar un vistazo por los límites del sur. Algo escuché de eso. - No es el momento Julio, no lo hagas ahora – Se mostró inquieta ella - No hay de que temer, iré con José - No Julio, no lo harás… - Su mirada se perdió entre el horizonte, él sabía exactamente lo que estaba pasando. - No lo harás – Contestó angustiada. - Esta bien, no pierdas la calma. Pero debemos tener precaución y observar de cerca lo que está pasando.- Tomó sus manos, ella temblaba y su piel era fría.  Rosa asintió, continuaron hacia el salón, su demora en llegar ya estaba inquietando a los lugareños en la cena. Todos esperaban sentados a la mesa, los hombres y sus esposas, sin niños, los menores eran dejados en casa, para que sus padres pudieran departir en tranquilidad. No empezaban aún a comer, por respeto debían esperar a los señores de la casa para iniciar. Don Julio y Rosa se acercaron a sus lugares y excusándose con un gesto, se sentaron a la mesa. El silencio se esparció y solo se oían las cucharas sumergirse en el caldo, mientras que se observaba el movimiento, tan coordinado como en un baile de salón, de las manos hacia el plato y de nuevo a la boca, repitiéndose armónicamente. Al final de la mesa, estaba Mario, desde su lugar, Don Julio le mantuvo la mirada fija, este aparto la suya, con la incomodidad que la culpa pulsaba en la conciencia. Julio desviaba la mirada para no ser obvio,  pero en ocasiones volvía a buscar sus ojos.  Terminó la cena y el cansancio se hizo presente en los hombres, más aún en las esposas. De a poco, se fueron retirando de la casa, despidiéndose en el proceso. Todos los hacendados primero, al final, los empleados, Mario se mezclaba entre las personas, para no hacer frente a la mirada inquisidora de su patrón, sin embargo, esté al verle un par de metros de distancia, le hizo un gesto con la cabeza, para que se acercará. Mario fingió no notarlo, Don Julio advirtió su indiferencia, le dejó avanzar un par de metros más fuera de la casa. - Mario. – Un gritó fuerte y potente salió de Don Julio, todas las personas se giraron para verle, menos Mario, quien continuó caminando, no era costumbre que lo hiciera. - Espera - Rosa susurró – No es el tiempo Julio. Por lo menos no, delante de todas las personas.  Don Julio respiró con enojo, le obstinaba tener que refrenar la incomodidad que la duda le generaba, pero ya habría tiempo para encarar la situación. Aunque le mataran las ganas de reprocharle la falsedad a su empleado, actuar con inteligencia era lo más favorable en estos casos. 
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