Necedades

1366 Words
José ensilló el caballo de nuevo, la noche era muy oscura, tan oscura como suele estarlo cuando está a punto de amanecer.  De un golpe en el costado del caballo, este comenzó a caminar, otro más y la velocidad del galope aumentó. Sus pensamientos estaban en esa noche, no dejaba de recordarla, pero chantajear a Rosa con ello, era algo que le había incomodado, aunque se lo debía a su hermano, le debía jugar todas las cartas para retener a su gran amor.  Continúo por la carretera un par de horas más, y un galope intenso de otro caballo lo perturbó un poco; nunca había sentido temor por los caminos oscuros y solitarios de la ruta al pueblo; pero, encontrarse con alguien a esa hora y en ese justo lugar, no era común. El sonido del otro lado se apaciguo, como lo hizo el suyo, al frenar la velocidad de la bestia y continuar a paso lento, para enfrentar con ventaja a su enemigo. Al parecer, el otro pensaba lo mismo, solo quedo entre ellos, el silencio y la oscuridad. -        ¿Quién… esta? – Sonó más nervioso de lo que quería -        ¿José? – La voz del otro lado era conocida, tenía claridad de quien estaba allí. -        Julio, primo, soy yo, José. Un golpazo y el galope aumento la velocidad, lo mismo del otro lado, hasta por fin encontrarse de frente con el rostro perplejo de su primo, este era un hombre fuerte y valiente, pero podría jurar que había visto al mismísimo diablo esta noche, eso delataban sus facciones, y no era para menos. -        ¿Rosa?, ¿La niña?, Deberías estar con ellas. Don Julio golpeó su caballo y comenzó a correr sin tregua pasando frente a José y dejándolo solo, esté imitó su proceder y ahora corría detrás de él, tratando de hablarle, para explicarle la situación. -        Primo, estaba furiosa, dijo que se iba de casa -        ¿Sara? ¿Qué sabe José? – Las voces se entrecortaban y alteraban por el movimiento de los caballos. -        Lo sabe primo. Don Julio volteo su rostro, ahora José estaba a su lado y podría mirarlo con facilidad, toda la rabia que tenía por descargar, la drenó en la mirada que le propinó. -        Traición José -        No diga eso primo, ella lo sabía ya; usted la conoce más que nadie, sabe que ella ve cosas primo. Yo solo le dije que esperara, que volvía por usted. El camino se tornó tensó, ninguno de los dos musito palabra en el recorrido, no más que la que se cruzaron mientras se ponían en contexto sobre Rosa. Don Julio mantenía la rabia en su interior, sentía que José lo había hecho, de verdad lo había traicionado y todo por ganar indulgencias ante su esposa, pero pensar en eso solo le traía distracción del camino y podría accidentarse, no servía de nada darle cabida a tales pensamientos, confiar en él, era la única opción que tenía. Además, debía llegar pronto, o Rosa tomaría decisiones, basada en las emociones que la situación le causaba, y nada bueno sale de esa mezcla de duda y rencor, teniendo en cuenta que su sentir era que él estaba con Sara, aun después de haberle prometido, por su hija a punto de nacer, que jamás buscaría de sus servicios. Rosa sentía aversión por la relación de él y Sara, por eso él debía respetar su sentir, de eso se trataba el matrimonio, de apoyo y elección. Ahora lo único que quería era llegar hasta ella, tomarla en brazos y besarla, hacerle saber todo lo que averiguó y lo preocupado que estaba por su familia, tanto como para ocultarle su intención  de llegar hasta el pueblo en busca de los rumores que no se hacían esperar a los oídos de Sara. Las luces de la casa se apreciaban a unos metros de distancia, desde donde ellos estaban, lo hacían con amplitud. A las afueras de la hacienda siempre permanecían las luces encendidas; pero, en los adentros, aun se veía oscuro. Rosa suele levantarse una hora más tarde que las mujeres del servicio y cuando lo hace, ya el sol está resplandeciendo, como para tener que encender luces. José sintió temor de ver todo iluminado, y trato de adelantar el paso, pero Don Julio, celoso y terco, arremetió con velocidad, para llegar primero. En la entrada de la casa, María esperaba sentada sobre las escaleras de ingreso, su llanto alteró a Don Julio y por poco cae del caballo, de no ser porque su primo llegó a su lado para ayudarlo a mantener el equilibrio. -        ¿Qué pasa? María levantó la cara, sus ojos estaban hinchados y las lágrimas bañaban su rostro, secó su cara con parte de la blusa que llevaba y entre su voz nostálgica y congestionada por el llanto respondió. -        La señora patrón, es más obstinada que usted. Los hombres sintieron alivio, las palabras de María, les hizo pensar que estaba aún en casa. Don Julio bajo del caballo y corrió adentro para buscarla. -        Señora mía estoy en casa – Gritaba María se levantó y corrió detrás de él, la angustia le impedía hablar, temblaba y sollozaba, mientras apretaba sus manos contra su blusa.  José los siguió, pero él ya presentía lo que estaban a punto de presenciar, sabía que haberla dejado con la duda fue un error, pero no comprendía si lo hizo, para que ella misma tomara la decisión o por que de verdad quería ayudar. En ese momento su juicio era nublado por sus emociones. -        Señora mía aquí estoy – Don Julio empujó la puerta de la habitación que compartía con su esposa, para encontrarse con un cuarto desordenado y una paz alterada. -        ¿Qué pasa María? – Habló José con enojo – Responde mujer por Dios – Le gritó mientras le zarandeaba el cuerpo tomándola del brazo. -        Patrón – Dijo María entre llanto, dirigiéndose a Don Julio – La patrona se ha ido. El hombre quedo inmóvil. Su cuerpo estaba tan tenso como su boca. En su mente mil pensamientos giraron, desde la información que obtuvo en el pueblo, hasta la partida de su esposa y su hija. Nada bueno saldría de semejante disparate y casi pudo oírla diciendo le que debió confiar sus preocupaciones en ella, así como ella lo hizo con sus sensaciones y la manera en que veía llegaban a ella, los sucesos que le afectarían. Era obvio que sabía que estaba con Sara, y el dolor que pudo sentir al enterarse, antes que él lo dijera, mucho antes, que ni siquiera José pudiera haberlo dicho, era algo que le había afectado sobre manera. Ahora debía buscarla, más aún por el riesgo que corren en la soledad de la noche y con tantas personas al acecho en los alrededores, algo que ella no sabía, por lo menos, no con claridad.  José se acercó con sutileza hasta él, sabía que la reacción de su hermano podría ser de rabia y entonces, con el calor y el temor del momento, los dos podrían enfrentarse, algo que no se perdonaría jamás. -        Primo, lo espero afuera, tendré listos los caballos. Se giró para caminar hacía la puerta, pero al dar solo unos cuantos pasos, la voz de Julio lo detuvo. -        Tienes esposa y un hijo que te esperan, ya oíste los rumores, no te puedes exponer. -        No empiece con eso primo, no se irá solo, para eso somos hermanos o ¿Ya no piensa lo mismo? -        No es momento de necedades José, esto es una orden, Rocío y Domingo le esperan en casa; Esta dicho. José refrenó su ira con una patada a la silla que estaba frente a él, tenía tantas ganas de enfrentarse a Julio y decirle de una vez, que su esposa no lo merecía, que, si ella lo hubiera elegido, jamás le ocultaría nada, ni se andaría con rebeldías y necedades como lo hace él; pero, solo le quedaba callar y cumplir las órdenes. Eso o arriesgarse a perder la única familia que había conocido y al único hermano que ha tenido. -        Dios te cuide Julio. Dios te cuide.  
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