CAPÍTULO 7

1167 Words
Maximiliano acompañó a la joven hasta su auto para ayudarle a colocar el asiento para bebés en el asiento trasero de este y subió la pañalera, junto a la bolsa de la joven, luego de verla recostar a la niña en dicho asiento. » Lamento molestarte de nuevo —dijo el hombre, de verdad apenado. Marisa pensó que no era necesario que se sintiera mal, porque lo que ese hombre estaba pasando era algo que ella ya conocía, Tomás Carvajal, gran amigo de la joven y socio de ese hombre, le había platicado al respecto. —No pasa nada —aseguró la joven—. El spa lo voy a visitar para conocerlo y poder trabajar en sus promocionales. Haré vídeos, fotos y una reseña, así que, entre más cosas sepa sobre el lugar, es mejor para mí y mi trabajo. Veamos cómo se la pasa una bebé en ese lugar que promete ser familiar. Maximiliano agradeció de nuevo, vio a la joven subir a su auto y acariciar el rostro de la niña antes de encenderlo, sonriéndole tan hermosamente como lo había hecho desde la primera vez que le sonrió a Mía. Ver esa escena hizo pensar al hombre que, quizá, lo que esa niña necesitaba, para sentirse mejor, eran sonrisas; pero sería difícil porque él no sabía sonreír y la abuela de la niña no tenía fuerza ni ganas de hacerlo. El hombre regresó de nuevo al edificio y, antes de entrar, vio una hoja de papel beige pegada a un lado de la puerta de entrada, donde informaban que una de las oficinas en la tercera planta de “Professional Tower” se rentaría. Maximiliano lo pensó, ese día se reunía de nuevo con Tomás Carvajal, pero no para el proyecto con “Agropecuaria Santa Clara”, con quienes iban los negocios muy bien, sino porque la agropecuaria se sumaría al proyecto que Maximiliano iba a comenzar, y para el cual podría necesitar un espacio en esa ciudad para trabajar. El hombre de cabello casi rubio se debatió entre informarse sobre esa oficina o no, porque, para ser franco, ni siquiera estaban tan lejos las dos ciudades. Él, con calma, podría ir y volver cada que lo requiriera, rentando alguna sala de reunión o hasta la sala multieventos; pero, en el fondo de sí, él quería establecer una conexión más fuerte con esa joven. La reunión se llevó a cabo sin problemas y, al despedirse de Tomás y querer contactar con Marisa, el hombre se dio cuenta de que no tenía el número de la joven, pero Maruca se lo dio; al ver a la joven llevarse a la niña que ese hombre había llevado hasta ese lugar, la mujer de cabello gris no creyó que hubiera inconveniente alguno con pasarle a ese hombre el número de teléfono personal de su jefa. Luego de hablar con ella. Maximiliano recibió la invitación al spa donde la joven iba a comer y donde él podría recoger a Mía, quien, según Marisa, la estaba pasando demasiado bien; así que Maximiliano condujo por cerca de tres cuartos de hora, pues, dicho spa, buscando crear un ambiente tranquilo, se había establecido a las afueras de la ciudad. El lugar al que el hombre llegó se veía demasiado bien, era tranquilo y acogedor, casi tan agradable como la oficina de Marisa Altamirano. En otra recepción, Maximiliano preguntó por Marisa y la persona encargada de ese puesto le dio indicaciones de cómo llegar hasta ella. A Marisa la encontró recorriendo un jardín, dando indicaciones a otra persona sobre unas fotos mientras, a escasos seis pasos de ella, Mía, sentada y tranquila en el portabebés, parecía estar jugando felizmente con una niña de, tal vez, dos o tres años. Cerca de las dos niñas estaba una mujer de cabello castaño, lacio y corto, vigilándolas, alternando a su cuidado de otros dos niños que no dejaban de salpicar agua en ese chapoteadero en que estaban; y, aun con la ayuda de la otra joven, Marisa seguía mirando al portabebés una y otra vez. —Hola —saludó Marisa tras descubrir a Maximiliano Santillana llegando hasta donde ellos estaban—. Me alegra que llegaras, tengo algo que pedirte. ¿Puedo tomar algunas fotografías con Mía? No se le verá la cara, pero sí el cuerpecito o parte trasera de la cabeza. Maximiliano sintió renuencia en un inicio, pero, pensando en todo lo que le debía a esa mujer y en lo bueno que sería para él estar en buenos términos con ella, después de todo, la privacidad de su sobrina no estaría comprometida; terminó por aceptar. » ¡Genial! —exclamó Marisa, entonces corrió hasta la camarógrafa que trabajaba con ella y volvió a la mesa para, no solo quitarse la blusa y el short que vestía, quedando en un traje de baño de color blanco que atrajo la vista del hombre, sino para tomar a la pequeña Mía en brazos. Maximiliano estaba tan impactado, por ver a esa joven solo desvestirse enfrente de todo el mundo, que ni siquiera se dio cuenta de cuándo fue que le pusieron un traje de baño, blanco también, a su sobrina. La foto fue con la piscina de fondo, con Marisa cargando con una mano a la bebé, cuyo rostro era cubierto por un gorro ligero lleno de flores blancas, igual al de la mujer castaña de lentes oscuros que, con la otra mano, tomaba la manita de la niña, que antes jugara con Mía, y que vestía igual que la pequeña bebé. Esos trajes de baño y accesorios se vendían en el spa, por eso había de todos los tamaños, colores y sabores que alguien pudiera necesitar. En esa sesión, tomaron fotos, de además en el restaurante, también en un jardín de arena que simulaba una playa gracias a la alberca tan curiosa; y esas fueron las últimas, porque en el transcurso de la mañana habían tomado muchas más. Maximiliano pensó que su sobrina se había convertido en una muñeca de esa mujer que no la dejaba de cambiar de ropa y acomodar en posturas diversas, pero, al ver que a la niña no le desagradaba para nada, no se pudo quejar. » Señor Maximiliano —habló la joven, llegando hasta él luego de revisar el material con su camarógrafa—, hay algunas fotos donde la cara de Mía se ve. ¡No las usaré en los vídeos! Pero, me gustaría saber si no le gustaría tenerlas, se ve muy bonita. Maximiliano asintió casi sin pensarlo. Tal vez sería bueno para ellos tener esas fotografías, porque, para ser sincero, entre todo lo que pasaba en sus vidas, ellos no habían tomado ni una sola foto de Mía en todo el tiempo que había estado con ellos. Luego de que Marisa le enviara las fotos al hombre, comieron todos juntos y cada uno volvió a sus hogares, Maximiliano lo hizo con esa necesidad, de estar cerca de esa joven, mucho más fuerte que antes.
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