—Con tu permiso —pidió Marisa, molesta por la forma en que esa mujer intentaba obligar a Mía a quedarse en sus brazos—, recién aprendió a caminar, así que no le gusta que la carguen. —Pero si no la cargas no vamos a llegar jamás —declaró Julissa algo que parecía poder hacerse realidad, porque, no solo caminaba lento, sino que Mía se distraía con todo y se desviaba o hacía paradas cada medio minuto. —Paciencia, psicóloga —pidió la castaña y la azabache hizo una mueca de molestia—. Si llevas tanta prisa, adelántate, yo llegaré cuando ella quiera... o nunca. —Es la inauguración de mi consultorio —recordó la joven azabache y Marisa respiró profundo, disimuladamente, pidiéndose, internamente, paciencia a sí misma, y sonriéndole a la chica que odiaba todo de ella, pero mucho más su sonrisa—..

