Julissa se fue, y Maximina subió para encontrar a Marisa guardando su ropa en un par de maletas, que estaban sobre la cama, donde, además, había un par de mochilas, que seguro llenaría con otras de sus cosas. » Marisa, no te vayas —pidió Maximina, entrando a la habitación, con la voz ahogada y el corazón desesperado. Pero, la mencionada, tras mirar a esa mujer a los ojos, volvió a fingir una sonrisa y a negar con la cabeza, sin ser capaz de responder de inmediato. —Es mejor que me vaya —declaró la joven algunos segundos después—, porque este no es mi lugar. Los labios de la castaña temblaron con fuerza y, para que la señora no la viera llorar aún más, Marisa se encaminó al baño y se recargó a la puerta que había cerrado mientras llevaba sus manos a su boca para acallar sus sollozos,

