Primera fase: Deseo

4520 Words
La primera vez que me vi en el espejo y me di cuenta que era de belleza promedio, no me sorprendió, porque siempre que me tomaba fotos al lado de mi hermana y prima, notaba que ellas se veían mejor que yo, siempre. Pero entonces me dije que debía aprovechar mi belleza promedio antes que se acabase. Porque sí, las bonitas por naturaleza duran mucho más y cuando se envejecen, les queda la elegancia y eso es algo que yo no tengo. Entonces, cuando entré a la universidad me dije que gozaría a lo grande. Deseaba ser esa tía solterona con dinero que vive la vida disfrutando entre los brazos de los hombres y gastando mucho dinero en ropa cara y viajes. No soy de las que se les da bien el ser amorosa, aunque soy buena para escribir, el romance en mi vida no se me da. Desde que me obsesioné al terminar el colegio con un chico que vi por única vez en un restaurante chino y supe que nunca más lo volvería a ver, por más que lo buscara, supe que el amor no era para mí. Soy de las que se enamoran desbocadamente y escriben sobre esa persona hasta crear un libro. Me dije que no lo volvería a hacer, no en la universidad. Pero entonces fue cuando lo conocí a él. Carl. Lo conocí cuando daba clases en el campus de la universidad a unos estudiantes. Lo primero que pensé fue “¡wao!, ¡qué inteligente es!” porque explicaba muy bien cálculo matemático. Después descubrí que ese era su lugar para dar tutorías extracurriculares. Me encantaba que, aunque era bastante guapo, con ese perfecto cabello castaño oscuro, sus ojos verdosos y piel bronceada, era bastante inteligente. Me sentaba en una banca cerca de su mesa y lo veía escribir números en el tablero de concreto que había cerca del lago. Estaba satisfecha con eso. Lo veía de lejos e imaginaba que era su novia y lo esperaba terminar una de sus tutorías. Era… mi fantasía perfecta. Sin embargo, una vez, en medio de una clase de razonamiento matemático, él entró con dos chicos más y sentí que mi corazón se me quería salir, ¡¿qué hacía ahí?! Era una clase de primer semestre (ya sabía que estaba mucho más adelantado que yo). La profesora lo presentó junto con los otros dos jóvenes y explicó que, si queríamos, podíamos reforzar clases con ellos. Estaba muerta de los nervios y lo veía muy fijamente, algo que llamó mucho su atención y cruzamos miradas. Inesperadamente, él me sonrió. Como muy buena tonta, voltee hacia atrás de mi puesto al creer que veía a alguien más allí, pero no, detrás mío estaba un tipejo gordo con acné en el rostro que copiaba las fórmulas del tablero en su cuaderno de apuntes. Intenté no volver a mirarlo y esperar a que se marcharan. Pero cuando menos creí que iba a pasar, él se me acercó y dejó un papel pequeño sobre mi escritorio con su número de celular. Rápidamente alcé la mirada y ¡Carl me seguía sonriendo! —Escríbeme y acordemos una cita —me dijo. —Ah… Claro —solté con nerviosismo. Lo juro, pensé que fue porque le había gustado. Porque… sino… ¿para qué me daría su número? Pero no fue así. Estaba totalmente equivocada. Al día siguiente habíamos acordado vernos en esa misma mesa donde siempre se situaba. Me había bañado en perfume, también me llevé mi mejor falda -que era una de color rosa- junto con una camisa blanca de mangas cortas. Como si fuera poco, le pedí a mi hermana que me hiciera uno de esos maquillajes milagrosos en los cuales era experta. Y ahí estaba yo, acompañada con cinco compañeros más de clase que estaban recibiendo la tutoría de Carl. Me había dado el número porque… —Siempre te veía de lejos y estaba seguro que necesitabas ayuda —me dijo una vez se acabó la tutoría—. ¿Te sirvió? Estuviste bastante callada en la clase. —Ah… sí —acomodé un mechón de cabello detrás de mi oreja—. Muchas gracias —desplegué una sonrisa tímida. —Bien, si necesitas ayuda, puedes escribirme —mostró una sonrisa amable—. Con gusto te ayudaré. Tomé mis libros de la mesa y le di una última mirada. —Bien, muchas gracias por todo —me despedí con una sonrisa. Una semana después me enteré que tenía una novia. Con el paso de los meses terminó con ella, pero a las dos semanas tenía una nueva con la que duró seis meses, después otra y… así… ¿Qué fue lo que pasó conmigo en todo ese tiempo? Pues… no había mucho cambio. En mis ratos libres lo seguía viendo de lejos, pero esta vez en una banca más lejana donde estaba segura que no me podía ver. En ese semestre donde lo conocí me reuní con Carl varias veces para poder reforzar la materia de razonamiento matemático y así ganarla. Pero después de eso… era difícil el poder acercarme a él, no tenía alguna excusa. Yo estudio licenciatura en lengua castellana, así que después de primer semestre no volví a ver más números. En cambio, Carl estudia ingienería mecatrónica, así que siempre está envuelto en números y… es el mejor de su facultad hasta el momento. Siempre me he imaginado teniendo hijos con Carl, porque al ser yo una amante a las letras y él un estudioso de los números ¡nuestros hijos saldrían superdotados! Pero esas son simplemente fantasías, porque… él nunca se fijaría en mí. Han pasado tres años en los que me volví una conocida para Carl, a la que saluda cuando nos cruzamos en el campus. El amor es un tema complejo, es como tratar de recoger las fichas de un rompecabezas que están dispersas en un inmenso bosque. Carl no sabe que me ha hecho mucho daño, que… cuando me daba falsas expectativas, como un mensaje donde me saludaba, un abrazo cuando nos encontrábamos en un evento de la universidad… al darme cuenta que había confundido todo, me dolía mucho. Pero nunca he podido decírselo, ya que todo está en mi mente, él únicamente juega su papel de chico amable que saluda a una conocida. En este tiempo de tres años intenté jugar mi papel de chica soltera rebelde que antes de entrar en la universidad decidí ser. Y sí, lo he hecho bien. Así como también he roto algunos corazones de chicos que creen que pueden enamorarme, pero claro, ¿cómo lo van a hacer si el mío ya tiene dueño?; ese es un punto a favor del amor no correspondido. —Zaideth, ¿y tu ganadito te respondió? —me pregunta Eva, mi hermana, que está acostada en la cama. —Nada, pero ese va porque va —respondo mientras termino de ponerme el pantalón jean. —Eso espero, porque debe mandarse las cervezas esta noche —comentó mientras se acomoda a medio lado y ve la pantalla de su celular. —¿Y no te vas a cambiar? —inquiero mientras la veo por el reflejo del espejo. —Sí, cuando te responda. —¿Por qué? —¿Qué tal que nos deje como el último que te dijo que sí iba y nos dejó cambiadas? —Este no es así —replico—, ya lo probé, le dije que me comprara una pizza y lo hizo, es fácil sacarle plata. Mi hermana suelta una gran carcajada entusiasmada y se sienta en la cama. —¿Fue la que nos comimos el viernes? —pregunta con una mirada de emoción. —Claro, —respondo mientras peino mi cabello con una mano— sabes que no gasto dinero comprando cosas innecesarias, para eso están ellos. —Ah… bueno, si es así, entonces sí me cambio —se levanta de la cama y sale de la habitación. Sí, lo acepto, utilizo a los hombres para sacarles algo de provecho. Pero no crean, sé muy bien que esos hombres hacen lo mismo con mujeres como yo, así que no hay problema; nos destruimos mutuamente. De camino a la discoteca, estando acompañadas por mi prima Carla (somos un grupo inseparable), veía por la ventana del taxi el paisaje urbano nocturno. Me sentía como un recipiente vacío, un florero que siempre debía estar bien puesto, nada más. Tal vez el jugar con hombres e ir a divertirme de noche era mi escapatoria para mi vacío en el corazón. Llegamos a Bambam, una discoteca en el centro de la ciudad que solíamos concurrir los sábados por la noche. Nicolás, uno de los chicos con los que estoy saliendo recientemente, nos estaba esperando a las afueras de Bambam junto con otros dos amigos más. Son los típicos chicos planos que son amantes al fútbol, estudian derecho (no en mi universidad) y creen que son capaces de poner a las chicas a sus pies. El mismo perfil que buscaba para poder pasar el rato, nada más, porque sé muy bien que nunca podría sentir algo por ellos. Eran altos, delgados y se notaba que se pusieron su mejor ropa para esa noche. Se acercaron a nosotras y nos barrieron con la mirada, demostrando que estaban a gusto con lo descrito anteriormente y que serían capaces de gastar dinero en nosotras. Después de los saludos entramos a Bambam y nos situamos en el segundo piso de la discoteca, en una mesa cerca de la baranda para poder tener una panorámica de toda la discoteca. Lo único que me interesa en esta noche es poder embriagarme y pasarla bueno, nada más. Nicolás no me gusta para tener sexo, es demasiado bruto, no tiene nada de interesante. Parece que mi hermana y prima también piensan lo mismo, ya que únicamente están tomando cervezas y hablando entre sí, dejando a los chicos en segundo plano. Nicolás se acerca a mí y me susurra en el oído que vayamos a bailar, a lo que yo acepto por amabilidad y vergüenza porque nos estamos gastando su dinero y ninguna da el brazo a torcer para una conquista. Bajamos al primer piso y nos adentramos en la pista de baile. Lo bueno es que la música es de mi gusto y al tener los tragos subidos a la cabeza puedo pasar un buen momento. No bailamos solamente una canción, ya que estoy animada por el buen ambiente y debo aceptar que Nicolás baila bastante bien, así que bailamos unas cuantas más. Cuando estoy en el mejor momento, siento que me toman de un brazo y me jalan bruscamente hacia la derecha. Es Nicolás, me está apartando de una pelea que se está creando cerca de nosotros. Siento que algo duro golpea mi brazo derecho, en el antebrazo, y suelto un pequeño grito. —¿Estás bien? —me pregunta. —Ah… sí —busco con la mirada entre la muchedumbre, pero no logro encontrar dónde se está formando la pelea, sin embargo, se pueden escuchar algunos gritos y se ve un gran revuelo de personas. Logro divisar a unos guardias que se acercan a la muchedumbre y comienzan a sacar a algunas personas. —Qué desgraciados —gruñe Nicolás. Suelto un quejido por el dolor en mi brazo. Malditos borrachos que me acaban de dañar la noche. Estoy segura que se me debe estar formando un moretón en el brazo. Lo más seguro es que mis padres me van a preguntar después el por qué tengo ese moretón y deducirán que me sucedió algo malo en la discoteca; algo que no será del todo mentira. Nicolás y yo subimos hasta donde se encuentra nuestro grupo que observa lo que sucede por los locos que se pusieron a pelear. Me acerco acariciándome el brazo y llevo un rostro amargado. —¿Qué te sucedió? —pregunta mi hermana preocupada. —Uno de los idiotas que estaba peleando lanzó una silla y la golpeó —explica Nicolás cerca del oído de mi hermana—. Intenté apartarla, pero alcanzó a rozarla la silla. —¡No puede ser! —suelta mi hermana tomándome del brazo, a lo que yo me quejo porque me está lastimando— Ay, no… Carla enciende la linterna de su celular y alumbra mi brazo, a lo que todos se sorprenden porque parte de mi antebrazo se ve hinchado y casi que seguro que pronto se pondrá morado. —Dios… qué locura —suelta uno de los jóvenes. —Ay, yo me quiero ir a casa —confieso con mal humor. —Sí, es lo mejor —acepta mi hermana al entender el por qué estoy de mal humor. A los minutos, después de los chicos pagar, salimos de la discoteca. Allí todavía se seguía desarrollando lo que parecía ser una gran discusión que iba a terminar nuevamente en golpes. Había dos mujeres, una blanca y otra morena con cabello rizado y tres hombres que debía aceptarse que estaban bastante musculosos cerca de la esquina de la calle y se gritaban bastante fuerte. Las chicas trataban de calmar a dos de los jóvenes junto con otro de los muchachos. Una de ellas que era la de cabello rizado se puso en medio de los jóvenes y le suplicaba a uno de ellos que tenía el cabello castaño oscuro que se calmara, sin embargo, él no le prestaba nada de atención. Nosotros, como buenos curiosos, nos quedamos observando como muchas otras personas. —Están lindos, hay que aceptarlo —susurra Carla cerca de mi hermana y yo.    De pronto, el joven que la chica trataba de calmar, se abalanzó a su contendiente y se formaron los golpes. Afortunadamente el tercer muchacho logró apartar a la chica a tiempo para que no recibiera un golpe. Menos mal, porque los locos se estaban golpeando bastante fuerte. —Dios… ¡se van a matar! —soltó mi hermana asustada. —Alguien que llame a la policía —se escuchó detrás de nosotros. Y sí, la verdad es que se estaban golpeando bastante fuerte, de hecho, el chico que anteriormente la joven trató de calmar le hizo una llave a su contendiente y lo lanzó al piso, para después subirse encima de él y llenar su rostro con golpes. —¿Ese no es Pablo? —dice uno de los chicos que nos acompaña. —¡Anda, sí, ¿qué hace ahí?! —suelta Nicolás. No logro guardar un gesto de desagrado y miedo. Aquel joven… iba a matar al otro y nadie hacía nada, simplemente miraban. Afortunadamente, el joven que acompañaba a los de la riña, logra reaccionar y arranca a su amigo del chico. —¡Te voy a matar como te vuelvas a acercar a ella! —gritó el joven hirviendo en cólera. —Ah… era pelea de faldas —suelto con aburrición. Típico. Ese tipo de hombres que hacen espectáculos en la calle normalmente pelean faldas. De seguro la chica está entre ellos. Y algo me dice que es la que anteriormente intentaba calmarlos. —¿Qué hace Pablo ahí? —inquiere Nicolás animado— Quien lo ve tan tranquilo. —Vamos, vamos —insiste su amigo—. Así averiguamos el porqué se estaban peleando. —¿Quién es Pablo? —pregunta mi hermana. —El imbécil que estaba intentando separar a los bestias esos —suelta Nicolás sonriente. —Ni loca nos vamos a acercar a ellos —refuto molesta—. Ya me quiero ir a casa. Nicolás me mira cortando la sonrisa. —Pero es que está en problemas, somos sus amigos, no lo vamos a dejar tirado —explica intentando poner interés en sus palabras—. Espera un momentico, ahorita nos vamos. —Pero esos imbéciles me golpearon, ¿qué vas a ir a buscarlos? —regaño indignada— Además, él vino con su grupo, no contigo. Vemos que el chico golpeado se marcha junto con unos dos hombres que no sabemos en qué momento se acercaron a él. Ya calmada la precipitosa situación, el grupo de Nicolás insiste en acercarse a ellos. Carla y mi hermana se ven un poco animadas en querer hacerlo también. Puedo leer en sus ojos que ellas están interesadas en los chicos de la riña, claro, como están guapos, se les olvida que alguno de ellos me golpeó con una silla. Observo al chico que antes molió a su oponente a golpes que está escupiendo sangre en una zanja de la calle, algo que me repugna en gran manera. Él está muy campante con unos cuantos moretones, en cambio, el otro chico se lo llevaron con la cara molida a golpes y llena de sangre. ¿Qué tan burro hay que ser para comportarse de esa forma tan bárbara? Encima, estoy segura que debió ser él quien aventó la silla. Con lo bruto que es, no me sorprende que lo haya hecho. Me acerco detrás de mi grupo como quien no quiere la cosa. Veo que los tres chicos que nos acompañan se saludan con el tal Pablo, lo hacen como si no acabara de suceder nada: sonrisas y risas. —Hey, ¿qué pasó? —pregunta Nicolás. —Nada, un men ahí que quiso molestar —responde Pablo—. Pero se llevó lo que vino a buscar. El amigo de Pablo sonríe mientras con su lengua tantea la comisura derecha de su labio que está lastimada. Logro ver que tiene brackets. Algo que parece gustarles a Carla y a Eva, porque sonríen con él. —Walter —se presenta el joven. Después que se presentan los chicos, mis familiares están muriéndose de la emoción mientras estrechan las manos con el tal Walter. Me entero cuando las chicas se presentan que una de ellas es hermana de Walter y era quien lo estaba tratando de calmar es la morena de cabello rizado, su nombre es Stela. Algo que me desconcierta porque Walter es bastante blanco y de ojos claros, no se parecen en nada. La pobre chica aún se ve un tanto nerviosa, aunque finge una sonrisa. Me da pena por ella, porque tener un hermano así de agresivo debe ser un problema. Estoy tan sumida en mis pensamientos críticos que no me doy cuenta que todos me están mirando. Walter tiene los ojos puestos en mí y yo no oculto mi mala cara; cuando quiero ser odiosa no me limito en lo absoluto y lo menos que me gusta ser es hipócrita. No me presento y pongo los ojos en blanco para después dar un paso atrás y cruzarme de brazos. —¿Nos podemos ir? —pregunto cerca del oído de Nicolás. —Espera un momento —pide un tanto molesto. —¿Esperar? —inquiero— Me quiero ir, ¿no te das cuenta? Mi voz suena un poco fuerte y todo el grupo pone sus ojos fijos en mí. —¿Me voy sola? —reconvino— ¡Porque si quieres te dejo aquí con estos imbéciles, no tengo problema! —Zaideth, por favor —suelta serio—. No seas tan grosera, ¿podrías? —¿Grosera yo? —respingo una ceja mientras pongo mis brazos en la cintura— Uno de ellos me golpeó con una silla, ¿y la grosera soy yo? Se escuchan unos susurros. Con la luz de las farolas de la calle se logra ver en mi brazo el moretón que ya es bastante visible. —El que lanzó la silla fue el otro, no yo —dice Walter de repente. Volteo a verlo de manera fulminante. —¿Yo te pregunté? —inquiero tajante— No te metas en lo que no te incumbe. —Zaideth, por favor —pide Eva. —Vámonos, vámonos —sugiere Carla con rostro de vergüenza. —No, pero yo tampoco pedí que me llamaras imbécil —replica Walter con una leve sonrisa torcida—. No sabes el por qué peleamos, pero si lo supieras, estoy seguro que no me llamarías imbécil. —No te preocupes, no necesito saberlo —suelto con sarcasmo—. No se necesita saber que eres un bruto que va por ahí golpeando al primero que se le cruza en el camino y hace un espectáculo de tal calibre en la calle. Agradece que no llamaron a la policía. Walter suelta una risa irónica y pone las manos en su cintura, algo que lo hace ver un tanto imponente frente a mí. —¿Qué le pasa a esta perra? —suelta Stela. Pero su hermano la contiene al ponerle una mano en el hombro. —Déjala, las personas suelen pecar por ignorantes. Comienzo a odiar en gran manera su ridícula sonrisa que quiero quitársela con un puño, ¿qué tanto le da gracia? ¿Yo? —Vámonos —mi hermana me toma de un brazo con fuerza. —¡Espera! —la detengo con rabia. Sigo observando fijamente a Walter. —¿No quieres ir ya para la casa? —inquiere ella— Vamos… —¿Pero por qué? —gruño mientras quito su agarre de mi brazo— ¡Él me golpeó con una silla! —Te acabo de decir que no fui yo —refuta con voz burlona. —Está borracha —aclara Carla. Mi grupo comienza a arrastrarme lejos de Walter mientras me van regañando.   Me despierto con un fuerte dolor de cabeza y con el estómago revuelto. Me acomodo a medio lado en la cama. A mi mente llegan los recuerdos de los sucesos de la noche como bomba: “No se necesita saber que eres un bruto que va por ahí golpeando al primero que se le cruza en el camino y hace un espectáculo de tal calibre en la calle”, “¡Porque si quieres te dejo aquí con estos imbéciles, no tengo problema!” Qué vergüenza. No debí actuar tan desagradable. Debí verme igual de vulgar que ellos. Aunque por dentro sentía un alivio de esos cuando recuerdas que únicamente eran desconocidos, sé nunca más los volveré a ver, pero todavía puedo sentir un mal sabor de boca, porque tenía mucho tiempo que no hacía un espectáculo ebria. Me siento en la cama con rostro arrugado, llevo una mano a un ojo y lo rasco. Es domingo, debo hacer un trabajo de epistemología que debo entregar mañana lunes. Es así como me levanto de la cama en busca de algo de agua o jugo para tratar de aliviar mi malestar. Cuando estamos tan sucumbidos en nuestras rutinas, no pensamos en nada más, simplemente existe nuestra vida y las que están a nuestro alrededor, no es que importen mucho. Así fue como después de tomar jugo de lulo, me dirigí a mi pequeño rincón en la sala donde se encontraba mi escritorio con todos mis libros, laptop y notas adhesivas que me esperaban ansiosas por ser cumplidas. Así que me siento con la intención de adelantar todo lo que sea posible. El reloj marca la una de la tarde, así que tengo hasta las cinco y media para poder terminar el trabajo de epistemología, contactarme con mis compañeros, para después, cuando ya sean las seis de la tarde, leer un libro que será evaluado en esta nueva semana. Saco los lentes del estuche que está al lado de la laptop, los limpio con su pañuelo y después me los coloco. Al encender la laptop siento que todo mi alrededor se vuelve blanco, únicamente existe este momento donde me convierto en una chica muy estudiosa y aplicada.   Han pasado tres días y el recuerdo del sábado es casi inexistente para mí. Únicamente tuve un momento desagradable cuando Nicolás me reclamó por la vergüenza que lo hice pasar frente a sus amigos. Lo batee enseguida porque me desespera que los hombres me hagan berrinches, sin embargo, personas como él no son tan fáciles de echarlos de tu vida, siguen ahí, insistiendo, insistiendo, hasta que debes hablarles fuerte para que entiendan que no te interesan en lo absoluto. Estaba comiendo una hamburguesa en el comedor mientras hablaba con Eva que se encontraba en la cocina terminando de preparar uno para ella. —¿Sabes quién me habló? —suelta con tono lleno de interés. —No, ¿Quién? —pregunto mientras termino de mascar un bocado de la hamburguesa. Subo los pies sobre el cuero de la silla y me cruzo de piernas. —Pablo, el chico que estaba en la pelea —informa con una ligera sonrisa—. No sé cómo hizo, pero se consiguió mi número. La observo con impresión mientras mastico lentamente. Entreabro mi boca mientras trato de procesar lo que acaban de escuchar mis oídos. —¿Cómo rayos consiguió tu número? —inquiero. —Eso mismo le pregunté, pero me dijo que no puede decirme —lleva la hamburguesa ya preparada a su boca y le da un mordisco mientras se acerca al comedor. —Por favor, Eva —bufo. —¿Qué? —sube los hombros— Está buenísimo, ¿acaso no lo recuerdas? —Recuerdo que ellos me golpearon con una silla —le muestro el moretón que aún sigue en mi brazo—. Casi matan a un chico… —termino de tragar y la escudriño con la mirada— ¿Te invitó a salir? —A cine, paga todo, también comeremos pizza —suelta animada—. ¿Quieres ir? —¿Qué carajos? Claro que no… —replico— Es tu cita. Además, ellos me caen como patada en el hígado. —Pero le dije que te iba a llevar. —¿Eh? —Sí… Es que, sabes que no lo conozco y si voy sola me sentiré incómoda. —Si voy lo más seguro es que llevará a un amigo —bufo—. Las dos estaremos incómodas. Si no querías ir, ¿por qué aceptaste? —Nunca dije que no quería ir. Únicamente no quiero ir sola, sabes que soy miedosa de conocer a alguien, ¿qué tal y me lleve a un lugar que no conozco? —Por eso —regaño—, nunca debes aceptar esas citas. Ya viste que es violento. —El violento era su amigo, él no estaba peleando. Además, tu ganadito lo conoce. —Ay, Eva, eso no cambia nada. ¿Ahora qué vas a hacer? —Te voy a llevar —termina de tragar el bocado de hamburguesa y me muestra una sonrisa de satisfacción—. Tú ve a comerte la pizza y pide un combo enorme con perro caliente cuando diga qué comeremos mientras vemos la película, sabes que yo debo fingir que me compadezco de su billetera. Lo exprimimos y lo mando a partir palito. —¿Y si te gusta? —inquiero. —Pues lo violo y ya. Sabes cómo son las cosas. Despliego una gran sonrisa al sorprenderme por el modo de ser de mi hermana. Somos tal para cual.   
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