Capítulo 3: "Obediencia"

2650 Words
"Obediencia" Un rayo de sol se cuela por las cortinas avisándome que un nuevo día ha llegado. Se supone que sería mi mañana de recién casada, pero Salvatore nunca apareció. No sé si sentirme aliviada o humillada. Así que me siento en la cama llevando aún el vestido de anoche. Mi móvil suena y frunzo el ceño alargando la mano y reprimiendo un bostezo antes de responder. —¿Hola? —Te quiero en la oficina en una hora. Papá. —Buenos días para ti también—. Susurro mientras me pongo de pie y me estiro. Se aclara la garganta. —¿Cómo fue tu noche? Digo… ya sabes, ¿estás con tu marido? Resoplo. —No, Salvatore decidió hacer su propia fiesta— digo con ironía y escucho cómo mi padre se ahoga. —¿Qué has dicho? —Nada. Solo bromeaba —miento, —pero no compartimos cama—. Titubeo un poco— estoy en el Portrait Firenze. —Enviaré al chofer, Te espero en una hora—, repite antes de colgar. Dejo caer el teléfono sobre la cama, miro alrededor de la habitación y resoplo. Me alejo a tropezones y me meto al baño para así prepararme para el día. Reviso en mi bolso de viaje y respiro aliviada al tener una segunda muda, había guardado una falda de cuerina y una blusa de satín manga larga en escote en V. me dejo las sandalias que llevaba ayer. Frente al espejo del baño me arreglo el cabello castaño y me maquillo resaltando mis ojos azules y apenas me pongo algo de labial. Me rocío perfume antes de recoger todo y guardarlo en el bolso que traje conmigo ayer cuando llaman a la puerta, camino hasta ella y abro la puerta curiosa y un camarero aparece frente a mí empujando un carrito. —El señor Di Sante ordeno que le trajeran el desayuno, espera estar con usted en unos minutos—. Anuncia cuando me hago a un lado y empuja el carrito dentro. —Permiso— murmura dejando la habitación. —¿Así que el magnánimo Di Sante se va a dignar desayunar conmigo? —pregunto a nadie. Como no. Avanzo por la habitación, tomo el bolso y mi móvil antes de dejar la habitación. —Disfruta tu desayuno, esposo—, murmuro avanzando por el pasillo y subo al elevador. En el vestíbulo siento cómo los ojos del personal se posan en mí; sin embargo, mantengo mi mirada al frente hasta la salida donde ya espera el conductor de mi padre que abre la puerta trasera y subo. El recorrido matutino por las calles de Florencia me hace sentir en casa. El conductor evade el tráfico con maestría y cuando estaciona fuera del hotel Rossetti el valet parking la abre y desciendo dejando mi bolso de viaje en el coche. Una vez dentro me encamino a las oficinas y la asistente de mi padre se pone de pie detrás de su escritorio mientras me da los buenos días. —El señor Rossetti le espera. —Gracias—, espeto y abro la puerta de su oficina para encontrarlo sentado en su silla, mirando hacia los ventanales que le dan luz a la estancia. —Para estar recién casada no te veo muy feliz, —murmura viéndome cuando tomo asiento frente a él. —No sabía que tenías sentido del humor, padre. Me enseña los dientes en un intento de sonrisa. —Tu madre enviará tus cosas esta tarde a la mansión Di Sante; así que, esperaré paciente tus noticias sobre mi nieto. —Ya te dije lo que pienso al respecto y no pienso tener un hijo para que sea el peón de ustedes ni de los Di Sante. —Ellos van a pagar por nuestras muertes y lo harán desde adentro, es tu misión para con tu familia. —Me casé, los Ferretti se han quedado sin un posible aliado, ¿no es suficiente? Golpea la mesa. —¡No! No la jodas Helena, necesito que domines a Salvatore y que haga lo que quieras, vuelve al hombre arcilla en tus manos, —arquea las cejas y yo lo fulmino con la mirada, —eso y un hijo será nuestra joya de la corona. —Como si fuera tan fácil hacer caer al hombre. —Espeto, ¿crees que Salvatore es un idiota? Papá arremolina su dedo sobre el cristal del escritorio y me da una mirada socarrona. —Vamos, Helena. Usa tus artimañas de mujer. —Así que me estás diciendo que use el sexo como moneda de cambio. No es una pregunta. —Te di lo mejor, te eduqué en los mejores colegios y universidad, —continúa en tono engañosamente suave, —eres una mujer inteligente y muy hermosa, úsalo a tu conveniencia. —No prometo nada—, me aclaro la garganta e ignoro su brillante mirada—. Supongo que no me has mandado a llamar para saber cómo fue mi noche de bodas, ¿o sí? —No, te mandé a llamar porque quiero que te unas a mí en la dirección de los hoteles, es hora de que te dediques a tu herencia. Te necesito aquí, al menos por las mañanas. Es extraño el modo de mi padre, a veces dice algunas cosas que pueden interpretarse como machista, pero al mismo tiempo me ha formado para que tome el control de los negocios. Soy su única hija y nunca me ha puesto por debajo de los hombres de la familia. La puerta se abre y una cabeza oscura aparece. —Tío, ¿me han mandado llamar? —Pasa Lorenzo, —dice haciendo un gesto—. Llegas a tiempo porque estaba hablando con Helena de su futuro en la empresa. Este asiente a mí y me da una sonrisa algo forzada. —Pensé que ahora siendo la esposa de Di Sante no… —Pensante mal porque nadie va a impedir que tome posesión de lo que me corresponde por derecho interrumpo a este. —Por supuesto, querida prima, faltaba menos. Lorenzo había quedado huérfano en medio de la disputa entre familias, siendo el hijo del hermano menor de papá. Este lo acogió como un segundo hijo y le dio todo lo que pudo, incluyendo amor y tiempo mientras yo era enviada fuera por años. —Además, —papá continúa sacándome de mis pensamientos mientras Lorenzo toma asiento en la silla libre junto a mí, —necesito que llevemos a cabo la fusión del negocio con los Di Sante. —No me malinterpretes, tío, pero asumir la construcción del hotel en Inverness y hacerlo en sociedad con esa familia que es una panda de criminales es crónica de una muerte anunciada. —Bien, te llamé para que sepas que Helena será parte de la directiva. No para que me des consejos mientras te haces encima. Auch. Lorenzo pensaba que asociarse en ese proyecto con los Di Sante era mala idea; sin embargo, al final decidieron hacerlo como una muestra más de que los Rossetti y Di Sante estaban en paz. «Eso y que ambas familias habían disputado ese terreno por años, o al menos fue lo que me contó mamá una vez cuando fue a verme a Londres.» —Muéstrale la oficina del fondo, la que está junto a la sala de juntas y encárgate de que recursos humanos le tenga una asistente lo más pronto posible. —Así se ahorra tío, —murmura. Me pongo de pie y Lorenzo hace lo mismo. —Por cierto, quería asegurarme que Freya también va a llegar esta tarde con mis pertenencias. Mi yegua pura sangre había sido un regalo y la había traído conmigo de Londres, era mi bebé y sabía que los Di Sante tenían caballerizas, así que bien podía tenerla conmigo, eso no era una opción. —Le dije a Gianluca y ya está al tanto de que Freya es tuya. —Perfecto—, le doy una sonrisa pasiva—. Pasaré a ver la oficina y después me iré. Asiente y salgo de su oficina con Lorenzo pegado a mis talones. —Espero que podamos trabajar juntos, Lorenzo —digo intentando que se sienta bien con mi presencia. —Bueno, eso depende de que tanto eres productiva para los negocios—. Comenta abriendo la puerta de la oficina del fondo. —Por supuesto— mi tono es serio mientras observo el lugar de buen tamaño y mucha luz. Necesita algo de pintura y una buena decoración—, comento. —Voy a darte el número del encargado de esos detalles y podrás escoger lo que te parezca mejor—, replica en tono despreocupado. —Gracias— murmuro—. Supongo que me iré y esperaré a que me envíes el número—, espeto caminando por el pasillo de regreso cuando una puerta se abre y una figura alta aparece. —¿Helena? —Antonio —replico sintiendo cómo una sonrisa se forma en mis labios. Antonio Morelli era hijo de amigos cercanos, el hombre siempre había sido un conquistador innato que me ponía nerviosa. Mi tonta niña de catorce años soñaba con ser su esposa. Era tan ingenua y llena de sueños. —¿No sabía que trabajabas aquí? —Soy el consultor financiero de los hoteles. —Eso es fantástico. Y sorpresivo. —Debo irme, te dejo en buenas manos, —comenta mi primo antes de alejarse por el pasillo dejándome en compañía de Antonio. —Dime que vas a honrarnos con tu hermosura. Sonrío. Una sonrisa genuina. —Pues sí —echo mi cabello hacia atrás y mira mi mano asintiendo. —Supe de la boda. —Era lógico, ¿ya ves cómo son las cosas? Antonio era unos diez años mayor que yo y sabía la historia de las familias. Bueno, no había nadie en Florencia que no la supiera. —Voy de salida, pero me encantaría que tomáramos un café. —Puedo invitarte a mi oficina cuando esté en condiciones —señalo detrás—. Yo también voy bajando. —Entonces te acompaño—, murmura tomando su móvil rápidamente y avanzamos hasta el elevador y pulso el botón para pedirlo. Cuando las puertas se abren subimos y estas se cierran después de marcar el vestíbulo. —¿Hace cuánto trabajas aquí? —Dos años, —responde estudiándome con sus ojos con motas verdes. —Supongo que es bueno para ti estar en casa nuevamente. —Así es—, murmuro. «No estoy en casa, estaré en un nido de víboras que me odian.» Llegamos al vestíbulo y las puertas se abren. Este hace un gesto con su mano instándome a pasar a su lado y lo hago. Un caballero en toda la extensión de la palabra. «No como la bestia de Salvatore.» Detengo en seco ese pensamiento porque, ¿qué me importa él? Salimos y nos detenemos en medio de la acera mientras el chofer de mi padre espera pacientemente. —Entonces vamos a trabajar juntos—, comenta coqueto haciéndome reír. —¿Espero no ser una carga para ti? —Para nada— bufa, —siempre has sido una chica inteligente— me guiña—, estaré feliz de tenerte. —Qué bonitas palabras. La voz fría de Salvatore me hace dar media vuelta y mi sonrisa se esfuma. —¿Qué haces aquí? —Viendo cómo mi errante esposa pretende dejarme en ridículo frente a los demás. —¿Qué? —Mi cara es de desconcierto total— ¿de verdad…? —Sube al auto. Corta mis palabras, alzo la barbilla y hablo en tono sereno: —Me voy con el chofer que me trajo. —Sube al maldito auto si no quieres que te meta por las malas. —Oye, no la trates de esa forma. Salvatore solo arquea la ceja y mira a Antonio como si viera escoria. —Quien va a impedírmelo, ¿tú? Eso tengo que verlo. Su cara no denota su cabreo, pero puedo ver sus ojos que está muy enojado. —Antonio, me tengo que ir, pero estoy feliz de reencontrarme contigo— digo y este asiente mirando mal a Salvatore que le da una sonrisa fría. Tomo el bolo de viaje del coche de mi padre y avanzo digna al auto de Salvatore. Entro y esté tira la puerta con fuerza antes de rodear el auto y subir. —¿Quién te crees que eres? —Siseo cuando sube. —No me digas que arruine tu coqueteo. —¿Coqueteo? Claro, el ladrón juzga por su condición. Me mira mal. —Fui a la suite y no estabas como ordené. —Vete a la mierda, no soy tu payasa de circo que te espera para la función. Se pone unas gafas y enciende el auto. Miro su atuendo y veo que lleva uno de sus trajes a medida. —Estuviste con tu amante. —No es tu problema. La ira arde en mí y aprieto mis manos en puño. —Eres un imbécil, dime si esto será así— hablo en tono serio—, así yo también puedo hacer lo mismo. —Si quieres morir, hazlo— su tono helado y palabras me dejan con la boca abierta. —No estás hablando en serio. —Pruébame, no pienso quedar como un imbécil, menos ser la burla de una maldita niñata que no sabe mantener las piernas cerradas. No lo resisto y golpeo su costado. —¡Basta! —Grita mientras respiro de forma entrecortada. —Eres un hijo de puta, ¿los sabías? —Dime algo que no sepa. El resto del camino lo hago en silencio y cuando entramos a la villa Di Sante siento que estoy entrando a mi cárcel. El vello de mi nuca se eriza y quiero correr. Él frena en seco, sale del coche, lo rodea y abre la puerta. —Baja. —Jódete, Salvatore. Estoy harta de ti y no tenemos ni veinticuatro horas casado, así que eso es un récord. Se quita las gafas de sol y me toma del brazo, su agarre me hace daño, pero no se detiene cuando chillo que me suelte. Aldo mantiene la puerta principal abierta con una estoica expresión mientras entramos a tropezones. —Déjame, ¡animal! Así no se trata a una dama. —Compórtate como una— gruñe entre dientes. Miro a un lado del vestíbulo y veo a los Di Sante viéndome. La sonrisa en el rostro de Martina y su madre me cabrea más, mientras que la satisfacción en la cara de Gianluca me dan ganas de patearlo. Salvatore tira de mí por las escaleras y entierro mis uñas en su mano, pero no me suelta. —Ahora eres una Di Sante y te vas a comportar como una: Calla, observa y sonríe —recita. —Soy una Rossetti y no soy tu esposa florero—, mis ojos se llena de lágrimas cuando este aprieta más. —Aprenderás obediencia. —¡No soy una niña! Suéltame, me haces daño. Abre la puerta de la habitación que use anoche para cambiarme y me empuja dentro. Me froto el brazo que me duele un infierno y lo miro con desprecio mientras lucho contra mis lágrimas. —Te lo dije, no estoy jugando—, señala—. No vas a ser de mí una burla. Aprenderás a obedecer o esto será solo el inicio— sentencia antes de cerrar la puerta y escucho cómo pasa el seguro desde fuera. Conmocionada, corro a la puerta e intento abrir, pero no cede. —¡Salvatore! —Golpeo la puerta—, abre la maldita puerta—la última palabra sale en un sollozo, —no puedes encerrarme, ¡no soy tu prisionera! No obtengo respuesta. Golpeo la puerta hasta que me deslizo por la misma, mientras la rabia me consume.
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