Esperando bajo el marco de la puerta, Nathan contemplaba en silenciosa angustia como los dos médicos de la manada trataban las heridas de Jude. Su estómago estaba revuelto y apretado, un nudo de pura angustia se mantenía en su garganta sin poder moverse y su pecho dolía en preocupación. Simplemente, no lograba comprender cómo era posible que Jude hubiera acabado así cuando esa misma mañana lo había acompañado hasta su casa, dejándole con la promesa de que volvería pronto con una respuesta a su pedido. Esa misma cama en la cual el lastimado alfa se encontraba recostado, en la que ellos habían dormido juntos, abrazados. Joder, Jude le había llevado el desayuno a la cama, y le había contado su importante secreto. Todo eso, había ocurrido esa mañana, en esa cama. Y observándole así de l

