—¡Las velas!— grita Richard, a tientas —¡Sofía, busca las velas de emergencia!
Ella no se mueve de inmediato, la oscuridad no la asusta; al contrario, la calma, sabe exactamente dónde están las velas; sin embargo, espera un rato, disfrutando del temor de sus padres, de verlos perder la compostura. Luego, con toda la calma, va hacia la cómoda de ébano en la esquina, guiada por la memoria táctil y encuentra la caja de cerillas junto al candelabro de bronce.
La primera llama es diminuta, naranja y vibrante, la lleva a la mesa; la luz, débil y danzante, dibuja sombras grotescas en los rostros de los tres Vane. Se ven viejos, culpables y aterrados.
Richard tiene la cara bañada en sudor y Eleanor está paralizada en su silla, con el corazón palpitando muy acelerado; pero Julián, Julián está tranquilo. Su rostro es una obra de arte en la penumbra y su herida en la frente, iluminada por la luz que emana el candelabro, brilla de manera aterradora, haciéndolo parecer peligroso.
—Qué inoportuno— comenta el visitante, con voz plana haciéndola resonar en la sala y sonríe mostrando sus dientes, mientras que en sus ojos se ve la satisfacción —parece que el universo no quiere que me vaya aún.
—La electricidad volverá en un momento— murmura el patriarca, saca su teléfono celular, lo enciende y nota que la pantalla está sin señal, arrugas el entrecejo, lo intenta una segunda vez, una tercera y aunque trate de disimular para no demostrarle miedo a quien los intimida, la desesperación se apodera de él.
—No vendrá en un buen tiempo, la tormenta es muy fuerte— responde Julián, como si leyera el pensamiento de Richard.
—La señal del móvil nunca se va aquí— asegura Sofía, sintiendo un nudo en el estómago — porque la antena está bastante cerca.
—Los cables de fibra óptica pueden dañarse con el hielo, es algo que cualquiera debería saber— explica el joven con la calma de un experto y su anfitrión obligado se levanta bruscamente.
—El teléfono fijo, Richard, llama a la garita de seguridad— demanda Eleanor.
Se dirige hacia el teléfono en la pared del pasillo, Sofía lo sigue con la mirada y Julián observa el movimiento de Richard sin siquiera girar la cabeza, limitándose a sonreír. Unos segundos despues únicamente se escucha el viento y las maldiciones de el hombre que abandonó la mesa.
Richard regresa, y su rostro ahora no es sólo de pánico; es de pura furia incontrolable, está tan rojo que pareciera que le fuera a dar un ataque.
—¡No hay línea! ¡La línea está cortada!— Eleanor lloriquea, tapándose la boca; su imagen de mujer de alcurnia imperturbable se resquebraja.
—¡Dios mío!, estamos incomunicados, ¡nos han cortado la línea!— Julián mira a Sofía que le sirve una copa de vino, como si fuera una cómplice silenciosa; toma un sorbo y lo paladea sin dejar de mirarla. Un escalofrío recorre la espina dorsal de la chica junto a un palpitar en sus partes íntimas que la hacen apretar las piernas. Él nota las reacciones que provoca en ella y sonríe con satisfacción.
—Ah, eso es desafortunado— dice él, volviendo su atención al jefe de la casa —es curioso, yo solía trabajar con líneas telefónicas. A veces, para cortar una en un lugar tan remoto como este, no se necesita mucho— hace una pausa para darle suspenso a sus palabras y lo logra —solamente un par de tijeras para jardín, justo detrás del cobertizo.
La confesión es fría, sin adornos, y golpea a los Vane con la fuerza de un rayo; entonces, Eleanor jadea, Richard se tambalea hacia Julián y Sofía no puede evitar disfrutar el espectáculo, viendo como el mundo de apariencia de los Vane, cae con una torre de naipes.
—¡Fuiste tú!, ¡Nos has asaltado! ¡Voy a llamar a la policía!— grita exasperado, con una mezcla de miedo y rabia.
—¿Y cómo lo va a hacer, Richard?— cuestiona, elevando la voz solo un poco —¿Con el móvil?, ¿con el fijo? Yo diría que, en este momento, no hay seguridad, no hay comunicación, no hay ayuda.
Julián se pone de pie, por primera vez desde que entró, se para por encima del hombre, mirándolo con desprecio.
—Usted preguntó quién soy, señor Vane y yo le dije que soy un especialista en resolución de conflictos. Y el conflicto de su familia, la herida que han intentado enterrar bajo el mármol y las luces de Navidad, es el motivo por el que estoy aquí. Yo soy su invitado, sí. Pero ahora, yo soy su anfitrión.
Julián da un paso hacia Richard. La llama de la vela proyecta su sombra como una silueta monstruosa sobre la pared.
—Nadie va a irse a dormir esta noche y nadie hablará de pavo o de nieve —vamos a hablar de Lucía.
Sofía siente el aire denso y pesado, como si estuviera cargado de pólvora y se da cuenta de que la esperanza sintió en la cocina de que la farsa de familia perfecta termine y que sus verdaderos rostros se muestren es real. El caos ha llegado a su casa y el hombre que lo trae es atractivo, enigmático y a la vez aterrador, piensa que debe estar loca, porque lo siente fascinante; en tanto, Eleanor jadea y Richard aprieta sus puños cuestionándose ¿cuánto sabe este hombre perturbado de ellos?
—Ahora vamos todos al salón, donde está ese árbol perfecto elaborado para ocultar sus miserias— mira a todos, nadie se mueve de su lugar —no es una sugerencia— agrega con una frialdad que no admite réplicas.
Él quiere que Richard diga en voz alta, exactamente lo que pasó la noche en que Lucía murió. Él está forzando el drama. El enfrentamiento directo con la verdad es inminente...