Capitulo 1

2862 Words
—¡Alia!—gritó Megumi, desesperada en el medio del bosque. Buscaba tras los árboles con la esperanza de que su niña estuviera allí, escondida. Pero las esperanzas disminuyeron al notar que no aparecía y la angustia empezaba a matarla. La luz de la luna no alumbraba demasiado y por culpa de la preocupación, no fue capaz de ir a buscar una linterna. —¡Alia!—volvió a gritar, entre sollozos, devastada. Ya no podía ni siquiera mantenerse de pie, sus piernas estaban debilitadas. Las cosas no debieron terminar de aquella forma, de una forma tan cruel. Alia, su más preciado cielo, se había marchado nuevamente de sus brazos. Por fin había vuelto a casa después de tantos años y otra vez se había ido. Cuando Melber se marchó de su casa después de darle un escupitajo en el rostro de la mujer, Megumi corrió rápidamente a buscarla olvidándose de su maltrato. Cayó de rodillas en el frío del bosque y comenzó a gritar para maldecir a todas las personas que quizás la oyesen. Odiaba a Melber con su alma. Por culpa de ese maldito bastardo vivió quince años de calvarios alejada de su hija. De su bebé. De esa niña de ojos verdes que había nacido por el fruto del amor entre ella y su pasado. Un pasado bastante intenso. Sus pensamientos fueron interrumpidos y soltó un grito al sentir unas manos a cada lado de sus hombros que la levantaron del suelo con agilidad. —¿Dónde está Alia? —preguntó Thomas, en busca de los ojos de Megumi para recibir una respuesta positiva. Megumi tardó en contestar y otra vez se estaba ahogando en un mar de lágrimas. Thomas se puso impaciente y pensó lo peor al notar a la mujer tan desanimada. —¡No la encuentro!—bufó Megumi entre dientes y se aferró a los brazos de Thomas en un abrazo. Los dos se quedaron en un silencio necesario. Ellos tenían dos motivos por el cual la joven se había esfumado y los dos motivos eran muy graves. —Por favor, ayúdame, necesito encontrarla.—susurró Megumi contra su pecho. —No debe estar muy lejos, eso se lo aseguro.—dijo Thomas, no muy convencidos de sus palabras. Los dos empezaron a buscar y se separaron no muy lejos del otro. Ellos sabían que sí Alia tenía un lugar para esconderse, sería en el bosque. Las horas pasaban y no sé sabía nada de la niña. Cuando se percataron, el sol ya se estaba asomando en el horizonte. La mujer había recorrido cada rincón de bosque pero no se fue muy lejos ya que nunca lo había recorrido por completo. Thomas, Fred y Megumi se encontraban en la cocina contactando con sus celulares a cada conocido suyo para preguntarles si por casualidad la habían visto deambular. Pero las respuestas fueron negativas. Intentaron comunicarse también con el teléfono de Alia, pero este estaba apagado. —¿Por qué se ha escapado? Que alguien me explique porque no le encuentro sentido a todo este lio.—gruñó Fred, algo nervioso. Él también tenía otro motivo por el cual Alia se había fugado. La culpa lo estaba consumiendo y lo pinchaba como una aguja en los talones. Si Alia decía algo de lo que había pasado, estaba muerto. Thomas y Megumi cruzaron miradas. —Tengo que hablar contigo, Charlie.—dijo Megumi, con los ojos llorosos. La mujer tomó el brazo de su hijo y lo obligó a sentarse en el sofá más cercano. —Alia...—las palabras quedaron en el aire y la mujer se frotó la garganta para darse ánimos así misma—es tu hermana. Fred clavó sus uñas a los respaldos del sofá, como si se estuviera mareado. Miró sin comprender a su madre y estalló con una carcajada macabra, casi al borde de lo cínico. Megumi abrió los ojos de par en par al notar la maleducada reacción de su hijo. —¿Qué?—preguntó él, nervioso. —Es tu hermana.—repitió la mujer con un tono de voz más suave. Thomas, que se encontraba con los codos apoyados en la barra de la cocina, escuchó la confesión de Megumi. Le resultaba irreal lo que había oído, pero, coincidía con algunas de sus dudas. Eso explicaba quizá porque los padres la habían dejado con su tía. Sintió pena por ella. Se sentía culpable por no estar allí para ella y consolarla. —¡Es imposible!¿Cómo demonios se supone que debo tomar esto, mamá?—gritó Fred de pie mientras que ardía de furia. —Es difícil de explicar Fred por favor comprende, no fue nada fácil. Te prometo que te contaré todo luego, pero ahora no. No es el momento. Debemos encontrarla. —¡¿Por qué no me lo dijiste antes?! —No pude. Lo siento. Megumi se puso de pie para acercarse a su hijo, pero éste la esquivó con brusquedad. Fred salió con grandes zancadas de la casa dando un portazo detrás de él. Megumi otra vez empezó a llorar. Se sentó en uno de los sofás y cubrió con las manos su rostro. No sabía como manejar la situación de forma correcta y madura. Sus dos hijos estaban enfurecidos por sus errores cometidos y por más que intentara negárselo así misma, los comprendía profundamente. Ahora mismo se castigaba con crueles palabras que eran verdaderamente ciertas. Ella se consideraba una mala madre y dudaba que alguien la hiciera cambiar de opinión. —He llamado a la policía y no tardará en venir.—le informó el chico de cabello anaranjado y Megumi asintió con la cabeza, pero sin mirarlo. —¿Y Michi?¿Sabes por qué Alia vino tan temprano a casa?—le preguntó la mujer con un nudo en la garganta. Thomas se rascó la nuca y miró sus pies antes de contestar: —Mi hermana está en casa. Yo fui a Zinza para ver si se encontraban bien.—hizo una pausa antes de continuar— Fui con Fred, porque él quería ver a Michi. —¿Y Alia? —Buscamos a las chicas por toda la discoteca pero en ningún momento las vimos. Nos empezamos a preocupar y nos dividimos con Fred para ver si podíamos hallarlas. Fui recorriendo y empujando cuerpos a mi paso. Cuando llegué a la salida de emergencia, escuché gritos y forcejeos de una chica... —¡Sigué Thomas! —Abrí la puerta de emergencía y allí estaba ella, ahorcando a un hombre, pero no lo ahorcaba como te lo imaginas, sino...—tomó otra bocanada de aire—El hombre estaban flotando en el aire, y Alia lo estaba ahorcando con la mano estrujada pero sin tocarlo. Se que suena estúpido y que no tiene sentido alguno, pero realmente eso fue lo que vi. Megumi palideció y lo miró perpleja, tratando de procesar lo que le acababa de decir el joven. La mujer se levantó del sofá, sin sacarle los ojos turbios de encima. —No tienes que contarle a nadie. Es muy peligroso que divulgues lo que viste. Pones en peligro la vida de mi hija.—murmuró con tranquilidad mientras que avanzaba un paso a la vez en dirección hacía el joven. Thomas dio un paso hacía atrás al notar la advertencia de la mujer. —Señora yo sería incapaz de divulgar algo así, jamás dañaría a Alia. Pero ahora es usted la que debe decirme si ella se fue porque se enteró de la verdad. Porque si es de ser así, no la culpo en absoluto. Sacada totalmente de quicio, Megumi lo abofeteó. Éste quedó atónito ante la reacción de ella y se llevó una mano a la mejilla castigada. —Lo siento—balbuceó de manera nerviosa la mujer y Thomas la miró, aterrado. —Lamento haberla ofendido, pero ahora ¿cómo puede explicarme lo que vi en Zinza? —No hay explicación. Alia es una niña muy especial y puede hacer cosas que ningún ser humano puede hacer. Sólo te diré eso. Ya no hablaremos de esto, y has de cuenta que esta conversación jamás ha surgido ¿entendido? —Entendido.—vaciló. La policía llegó tarde por culpa del trafico que a plena mañana inundaba Harbor Way. Megumi les explicó lo sucedido y el motivo por el cual Alia había huido. La policía tomó nota del asunto y se pusieron manos a la obra con la búsqueda, sin respetar las setenta y dos horas que había que esperar para anotar el caso cómo desaparecida. Pasaron más de tres días y la niña seguía sin aparecer. Todas las estaciones policiales de la región estaban informadas acerca de su desaparición y sus allegados se encargaron de colocar hojas impresas con la foto de ella por si las personas la reconocían. Pusieron sus números y direcciones en cada folleto, ya que cualquier información era importante saberlo. Megumi pasaba horas sin dormir y tuvieron que detenerla más de una vez para que no cometiera la locura de ir a buscarla ella misma. Thomas, Fred y Jack estaban en la casa de Megumi para sacar sus propias conclusiones y así poder descifrar en qué lugar podría a llegar a estar. —Ya buscamos por todo el maldito bosque, Fred—carraspeó Thomas mientras se paseaba de un lado a otro—.La policía sigue buscando y dijo que aguardemos aquí hasta que ellos consigan información. La tristeza de Thomas era notable, la extrañaba demasiado y tenía la esperanza de que ella regresaría y le explicaría lo sucedido. Le dolía que no confiara en él como para contarle sus secretos. Él jamás la juzgaría. —Ya pasaron tres días, y esto se volvió un puto infierno—soltó Jack, con voz apagada. —¿Y qué quieres hacer? No podemos hacer más nada que esperar.—murmuró entre dientes Fred, con la mirada hacia las escaleras. Su madre estaba descansando después de que los chicos la obligaran a hacerlo. —No puedo quedarme aquí. Temo lo peor, incluso creo que ya está muerta.—dijo Jack. Thomas se contuvo para no golpearlo por las ultimas palabras que había soltado. Pero, su suposición podría llegar a ser tan falsa como cierta. Ni siquiera sabía por qué él estaba allí ¿de dónde lo conocía Alia? Su presencia le causaba incomodidad. —Callate—le advirtió el chico de cabello anaranjado.—, no digas esas idioteces, ella está bien ¿cuándo en tu vida tuviste un poco de fe? —Solo soy realista, eso te falta un poco a ti seguramente. —Lo único que falta aquí es Alia. Los murmullos y susurros de ambos fueron interrumpidos por unos golpes provenientes de la puerta. Jack fue el primero en salir disparado, con la ilusión de que la persona que estuviese detrás de esa puerta fuera la Néctilea. Con torpeza giró el pomo y lo que vio fue la decepción más horrible que haya sentido jamás. Un joven de gorra negra que dejaba escapar varios mechones rubios y con una chaqueta de terciopelo gris, lo miró dándole un lento repaso de la cabeza a los pies. —¿Se te ofrece algo?—preguntó Jack, desilusionado. —Soy Lauter, amigo de Alia.—contestó con cierta incomodidad mientras miraba al suelo. Thomas y Fred se asomaron detrás de Jack para ver lo que estaba sucediendo. El chico de cabello anaranjado soltó un bufido de irritación al ver a Lauter. —¿Qué quieres, Lauter?—preguntó Thomas con cierta arrogancia que hizo ponerle los pelos de puntas al joven de gorro. —Vine a preguntar si hay novedades de ella. —No, no las hay.—respondió Fred, de manera cortante. El silencio se estableció entre ellos. —¿Me permiten pasar?—preguntó Lauter, al fin. Jack cerró los ojos y frunció los labios. Después de varios segundos le permitió el ingreso al lugar que no era su casa. Fred preparaba algo de café mientras que los otros tres tenían los ojos pegados a sus teléfonos por si la policía tenía nuevas novedades. La chimenea chispeaba y la casa estaba acogedora y fría a la vez. Faltaba su presencia, su alegría y hasta su furia. Faltaba Alia. Los jóvenes estaban sumidos en sus pensamientos y su mente se encargaba de procesar imágenes consecutivas de los momentos que cada uno había vivido con ella. El rechinido de la puerta de la entrada abriéndose, retumbó por los paredes y los cuatro miraron de manera instintiva en esa dirección. Largaron el aire que estaban conteniendo al ver que ingresaba Christian. Thomas golpeó con disimulo el sofá en donde yacía sentado. La esperanza de que Alia ingresara por esa puerta de manera inesperada lo tenía muy ilusionado. —Por lo que veo la policía aún no ha dicho nada.—dijo Christian, con lamentación mientras que se dirigía a ayudar a Fred con los cafés.—Hola Fred. —Hola. —Sólo espero que estén cumpliendo con su trabajo.—murmuró Jack, sin despegar los ojos de las llamas de la chimenea. —¿Y saben por qué escapó?—preguntó Lauter. Nadie supo qué contestar, hasta que Fred se armó de valor y abrió la boca. —Se enteró que soy su hermano. Chistian, Jack y Lauter se miraron entre sí, con asombro. Intentaron asimilarlo, ya que no era la respuesta que se esperaban. —¿Quieres decir que Megumi es su madre?—preguntó Christian con un tono más alto de lo que pretendía. Fred asintió con lentitud sin mirar a Christian. —Yo también hubiera huido si me enteraba que mi tía es mi verdadera madre—comentó Lauter—. Y más sabiendo que mi tia Mashil está loquita. Nadie se atrevió a preguntarle algo más a Fred. Eran conscientes de que esa noticia era muy reciente y que seguro continuaba procesándolo. Fred colocó en una bandeja las tazas de café y los llevó hasta la mesa ratona de la sala.          Thomas, Fred y Christian estaban sentados en la alfombra y con la mirada en la chimenea. Jack miraba el atardecer que le regalaba el ventanal, y Lauter no paraba de revolver el café mientras que observaba al vacío. Cada uno de ellos la recordaba de la mejor manera, cada uno tenía la esperanza de que en cualquier momento volvería a casa. Quizá el enojo tan rebelde se le pasara y se arrepentiría. Quizá era un simple capricho y se daría cuenta de que hizo muy mal en escaparse. Ella volvería tarde o temprano, de eso estaban seguros. Las horas pasaban y las tazas ya estaban vacías. Thomas se levantó y fue hasta la cocina para beber agua. Cuando terminó de beber, no pudo resistirse más y arrojó el vaso contra el suelo. Su rostro estaba rojo y sus pupilas estaban dilatadas. Los chicos escucharon el estruendo y se levantaron sobresaltados. La mirada de Thomas se encontró con la de Jack, y este lo miraba con los ojos llorosos. Estaba furioso consigo mismo porque no la alcanzó como debía aquella noche, porque si la hubiera seguido y la hubiera sostenido entre sus brazos ella seguro estaría allí, con él. No podía permitir perderla de nuevo. —Yo ya no puedo esperar más, iré a buscarla. Estoy desesperado.—susurró, con tristeza, el chico de cabello anaranjado y Jack se interpuso en su camino. —Debemos quedarnos aquí, la policía nos prometió que... —¡La policía puede irse a la mierda!—masculló mientras se subía la cremallera de su sudadera. Thomas iba de camino hacia la puerta, con mucha decisión. Nadie podría pararlo. —Thomas no seas infantil y ven a sentarte.—dijo Christian, detrás de él. El chico de cabello anaranjado se volteó para verlo. —No soy infantil. Ustedes lo son si no quieren ir a buscarla. —Por supuesto que quiero ir a buscarla.—se apresuró a decir Jack. —¿Y sí la policía tiene noticias de ella y en ese momento no estamos aquí?—preguntó Fred con brusquedad. Los chicos se quedaron sin habla. Fred tenía razón. Sí la policía venia con noticias, Megumi tendría que recibirlas y tenían miedo de que fueran malas como para que esté sola. —Iré a tomar un poco de aire.—jadeó Thomas finalmente, tomando la perilla de la puerta. Fred abrió la boca para decir algo pero se mantuvo callado al notar que su amigo no iba a salir corriendo a buscarla. Cuando Thomas abrió la puerta se quedó impactado al ver a un oficial que subía las escaleras de la entrada. —Buenas noches. Necesito hablar con la señora Collins.          Todos los cercanos de Alia se reunieron de inmediato en la sala con la mirada sostenida en los ojos del oficial de traje azulado. Megumi se encontraba acurrucada en el pecho de su hijo en un abrazo y los demás no paraban de mordisquearse las uñas, demostrando cierta inquietud. —Hable de una vez.—insistió Jack. —Señora Collins, usted me había comentado que su hija tenía un vestido blanco aquella noche en la que desapareció ¿no es así? —Sí, sí.—afirmó ella, con el corazón encogido. El policía se rascó el cuello de manera incomoda. Como si le costara mucho soltar las palabras que estaba a punto de decir. —¿Cómo era el humor de la niña antes de su partida?—preguntó el oficial. —No tenía expresión ninguna, estaba paralizada, asustada. No sabría definirlo con claridad, oficial. —¿Qué tiene que ver eso?¿Por qué lo pregunta?—interrumpió Thomas con impotencia. El policía se aclaró la garganta, ignorando la pregunta del chico y miró con firmeza a la mujer antes de proseguir. —¿Ella tiene o tuvo depresión o alguna vez intentó suicidarse? Megumi frunció los labios, no supo qué contestar. Alia era rebelde y a veces era una chica sacada de quicio pero no seria raro que una chica como ella intentara suicidarse y más por toda la situación tan difícil que estaba pasando. Como veía que la señora no contestaba, el oficial prosiguió. —Hemos encontrado la parte rasgada de un vestido similar al que usted nos indicó con detalles, en las vigas del puente que está sobre el río Penderwood y tenemos dos teorías: O la niña pasó por el puente cuando se fugaba de su casa y sin querer se los rasgó por lo apresurada que se encontraba o...por voluntad propia, decidió quitarse la vida tirándose del puente. En ese mismo momento, no se escuchó el aliento de ninguno de los presentes en la sala. ❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀   Hola, soy Florencia Tom, escritora de este libro y quiero agradecerte por quedarte enganchada con este capitulo. No te olvides por favor de darle un corazoncito y compartir esta historia con aquella persona que quiera sentir lo mismo que tú!¿Quieres continuar leyendo esta historia?¡Desliza hacía abajo y continua disfrutando de esta historia!¡No olvides visitar mi perfil y encontrar nuevos libros escritos por mí!¡Beso grande, te quiero!       
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