Un mes después…
Aquel día Gina llegó llorando a la empresa, lo que captó la atención de Edward.
—Gina, ¿qué te sucede? ¿Por qué estas llorando? —indagó él con preocupación.
—No pasa nada, Edward, tranquilo. —Restó importancia.
—No me digas que no pasa nada cuando es claro que sí. Te ves muy mal, Gina. Puedes confiar en mí, para eso somos los amigos. Habla conmigo, aunque sea para que te desahogues. Es más, ¿por qué no vamos a almorzar hoy y así conversamos? Yo te invito.
—Está bien, iré a almorzar contigo para que hablemos. —Ella suspiró más calmada y le sonrió—. Gracias, eres una persona tan especial en mi vida que te has convertido en mi mejor amigo —añadió conmovida.
En ese momento, Gina recibió una llamada de parte de su jefe, quien le pidió que pasara por su oficina antes de empezar sus labores. Ella obedeció a su mandato y, antes de traspasar la puerta, se limpió las lágrimas y suspiró profundo para recuperar la compostura.
—Buen día, jefe, ¿me mandó a llamar? —inquirió con timidez.
—Sí, Gina; siéntese, por favor. La llamé porque necesito decirle algo muy importante. Bueno, me iré directo al punto: No sé si se dio cuenta de que ayer despedimos a una empleada.
—Guau, no sabía —respondió asombrada—. ¿Qué fue lo que pasó para que la echaran? —inquirió un poco temerosa, debido a que le extrañaba que él la llamara a su oficina y le mencionara aquello.
—Si lo quiere saber… —Se relamió los labios y la miró con expresión descarada—. Seré directo y sincero. Ella perdió su trabajo porque se negó a salir y a ser complaciente conmigo. Yo la invité, pero la muy arrogante se atrevió a ofenderme. Hay mujeres que no saben utilizar los atributos que Dios les dio, por lo que pierden buenas oportunidades en la vida.
—¿Por qué me cuenta esto? ¿No le parece injusto lo que me dice?
—Injusta es la vida, querida. Yo solo les facilito a las mujeres hermosas, como ella y como usted, el poder disfrutar de las mejores oportunidades. En fin, lo que le quiero decir es que voy a hacerle la misma propuesta que a ella. Deme lo que tanto he deseado y la subiré de puesto. Yo hace mucho que tengo puesto los ojos en usted, así que me gustaría que me aceptara la invitación a salir esta noche. Cenaremos en un restaurante elegante, iremos a bailar y luego terminaremos la velada en mi departamento, donde la vamos a pasar bien rico.
—¡Pero usted se está volviendo loco! —profirió con tono enfurecido—. ¡Qué clase de persona se cree usted que soy!
—Baje la voz, que a usted no le conviene armar un escándalo aquí. No tiene que exagerar ni hacerse la digna. Este asunto es sencillo: Si usted no acepta mi propuesta, mañana a primera hora estará despedida.
—¿Conque así son las cosas? —lo enfrentó indignada—. Ahora mismo iré a recursos humanos para reportarlo.
—Piénselo bien y no actúe de manera estúpida. Tengo la manera de justificar su despido y será su palabra contra la mía. No se haga de rogar ni tampoco pierda su empleo por querer aparentar ser una puritana. Mejor acepte salir conmigo, de todas formas, solo será una vez y jamás le volveré a pedir nada similar. Acepte y así conservará con su empleo, listo.
—Por supuesto que no voy a aceptar acostarme con un depravado como usted, que solo me inspira asco. En cuanto a mi despido, dudo mucho que tenga cómo justificarlo, dado que yo he sido una empleada ejemplar. Por lo tanto, si no me va hablar de nada que no sea laboral, mejor me retiro —replicó ella con firmeza.
—¿Está segura? Recuerde quién soy y mi influencia en esta empresa. Si pude hacerlo con la otra tonta, más rápido lo lograré con usted, quien solo es una simple conserje. Le voy a dar una oportunidad para que cambie de opinión, así que tiene todo el día de hoy para pensarlo. Está de más decirle que si se va a regar chismes por ahí acerca de esta conversación que hemos tenido, no solo haré que la despidan, también me encargaré de que no la contraten en ningún otro lugar. Eso era todo, ya se puede retirar. Por cierto, quiero su respuesta a la salida, después de que termine su horario.
—Pues haga lo que quiera. Yo no tengo nada qué pensar, así que sáquese de la cabeza que yo caeré en su trampa y que me acostaré con usted. El simple hecho de pensarlo me repugna, puesto que usted me da asco; entiéndalo, jefe.
Gina se levantó de su asiento y salió de la oficina del encargado enfurecida. En su pecho embargaba una mezcla entre tristeza y rabia, al mismo tiempo, no podía negar que la amenaza de ese hombre le dio un poco de temor; sin embargo, no iba a caer en su juego de manipulación.
Por su parte, Edward sintió preocupación al vislumbrar su semblante alterado, así que se le acercó al instante.
—¿Qué te sucede, Gina? Luces peor que hace un rato. —Ella no respondió a su pregunta, en su lugar, se abrazó a sí misma. Edward miró el reloj, para luego enfocar su atención de regreso a ella—. Bueno, de toda forma ya es hora del almuerzo, así que vamos a comer algo y allí me cuentas.
Salieron a almorzar como de costumbre y, una vez se sentaron, Edward la miró a los ojos con esa profundidad que la solía poner nerviosa.
—Ahora sí, Gina, dime qué te pasó.
—¿Qué me pasó? Que todo lo malo ha recaído sobre mí. —Dejó salir un resoplido y continuó—: No solo tengo que lidiar con mi novio, ahora se me añadió el acoso del jefe. ¿Puedes creer que me amenazó con echarme? —Rio con amargura—. Ese pervertido me dijo que si no me acuesto con él me va a despedir de la empresa.
—¿Quéééé? —exclamó Edward espantado—. ¿Cómo es eso posible? ¿Acaso ese tipo se volvió loco? ¡Qué insolente e irrespetuoso! ¿Cómo se atreve a acosarte y a amenazarte? —La ira ardía dentro de él de manera casi irrefrenable.
—¡Sí! ¡Es que todos los hombres son iguales!, solo piensan en sexo y no les importa nada más que satisfacerse a sí mismos. ¡Malditos egoístas!
—Gina, entiendo tu enojo, pero no nos puedes encasillar a todos. Yo soy hombre y creo que eres consciente de que no soy así.
—Solo tú eres diferente. Es más, creo que eres el único que no piensa en sexo. Ni siquiera te he visto interesado en una mujer. He notado que las chicas de la oficina, en su mayoría, se te han ofrecido; y no las culpo, puesto que hay que reconocer que eres muy lindo; sin embargo, tú a ninguna les prestas atención.
Edward se removió incómodo ante sus palabras, debido a que él ya le había confesado sus sentimientos antes, por lo que no entendía por qué decía que no le interesaba nadie.
—Yo solo tengo ojos para una sola chica y tú sabes muy bien de quién se trata y, aunque no soy correspondido, a mí no me interesa coquetearle otra mujer.
Ella tragó pesado al caer en cuenta de su metida de patas y empezó a sentirse muy culpable.
—Edward, no sé qué decirte; perdón por hablar a la ligera. —Ella suspiró sonrojada. No solo era el hecho de que le avergonzó haberle dicho aquello, también sentía conmoción y una emoción extraña debido a su confesión. De alguna manera, que un hombre como él le fuera fiel a sus sentimientos por ella la hacía sentir muy especial y enaltecida—. Me siento una egoísta por ponerte en esta posición, pero de verdad te necesito. ¿Me das un abrazo?
Todo el interior de Edward fue sacudido por una sensación electrizante que lo puso muy nervioso, pero al mismo tiempo feliz. Los brazos fuertes de él apretaron el cuerpo de Gina, que junto al de Edward lucía pequeño y débil. Ella se aferró a él como si su vida dependiera de ello, hipnotizada por el calor y el delicioso perfume que este desprendía. De momento, la mirada azul de Edward se encontró con la de ella y ambos se quedaron petrificados como si estuvieran bajo el hechizo de algún encanto, que se sentía muy bien…
De momento, sus narices rozaron y ya respiraban el mismo aire, hasta que la distancia de ellos quedó inexistente, debido a la unión sutil y tímida de labios. Por supuesto, Edward no dejaría pasar aquella oportunidad, así que aprovechó que ella había tomado la iniciativa para besarla como siempre lo hacía en sus sueños y fantasías, con la esperanza de que ella jamás olvidara aquel beso.
Gina, por su parte, quedó sorprendida por la manera habilidosa de él saborearle la boca, que era tan apasionante, pero delicada a la vez, y que le hizo temblar las piernas.
¿Cómo era que antes creía que la habían besado bien? Podría asegurar que ese era el beso más delicioso que le habían dado en su vida sin miedo a equivocarse.
«¿No será que te gusta tu amigo?», la confrontó la conciencia.
Ella se apartó de él espantada, con emociones contradictorias embargándole el pecho y las manos temblorosas, debido a la intensidad de aquel beso y en un lugar público.
—¡Ay! —exclamó avergonzada—. Edward, lo siento mucho —se disculpó con voz trémula y las mejillas sonrojadas—. No sé qué me pasó, de seguro esto solo fue fruto de todo lo que me ha acontecido. ¡Qué pena contigo!
Sus palabras fueron ese balde de agua fría que lo trajo a la realidad.
—D-Discúlpame tú a mí, Gina —respondió nervioso y con tono triste y desesperanzado—. No entiendo qué rayos me sucedió… —Suspiró—. Creerás que me estoy aprovechando de la situación, pero no lo hice con mala intención. De verdad, perdóname, fui demasiado imprudente y egoísta.
El peso de su acción lo estaba asfixiando. Se sentía hipócrita al decirle aquello, puesto que sí aprovechó la ocasión; solo que después de culminar aquello no se sentía correcto y eso lo estaba torturando.