Pero cuando su mano apretó mi brazo en el lugar donde me había lastimado, me estremecí. Él gimió en su beso. Yo estaba acostumbrada al dolor, vivía con él, pero me había olvidado de endurecerme. Había olvidado todo, y solo había sido un beso. Angh se echó hacia atrás y me miró. Su respiración era irregular; sus labios estaban rojos y resbaladizos debido al beso. Sus ojos eran como fuego n***o, pero llenos de preocupación. Él levantó las manos como si yo lo hubiera quemado. Quizás lo había hecho, porque me sentía en llamas. —Te lastimé —dijo. Sacudí mi cabeza. —Ya estaba herida. Él cerró los ojos y maldijo. —Eso es inaceptable. —Estoy bien. Volvamos a los besos. Sus ojos se entrecerraron. —No te tocaré si estás herida —repitió, esta vez las palabras eran más oscuras y profundas, co

