Unos días después
New York
Karina
En la oficina todos creen que soy la mujer seria. La eficiente, la que nunca se despeina, la que responde correos incluso antes del primer café. La que jamás mezcla lo personal con lo profesional. Y por lo general… tienen razón.
No me interesan las complicaciones, y mucho menos si vienen envueltas en una sonrisa arrogante, un traje a medida y esa mirada de quien cree que el mundo está a sus pies, como Lance Mckeson. Peligroso. Seductor. Absurda e irritantemente encantador.
No entiendo por qué insiste tanto. ¿Qué parte de “no estoy interesada” no le queda clara?
Y hoy, como si el universo decidiera poner a prueba mi paciencia, encuentro otro ramo de rosas blancas en mi escritorio. El tercero en menos de diez días. Me detengo frente a él sin tocarlo. Contengo el suspiro, pero mis dedos tiemblan cuando arranco la tarjeta.
"Solo una cita, hermosa. Solo eso te pido. —LM"
—No puede ser… —murmuro entre dientes, arrugando el papel con rabia contenida.
—¿Karina? —Ana asoma la cabeza desde su cubículo—. ¿Otra vez flores? ¿Quién es el afortunado?
—Mi… novio —respondo sin pensar, con una sonrisa tensa, deseando que no pregunte más
Ella frunce el ceño, sorprendida.
—¿Y desde cuándo tienes novio?
—Apenas iniciamos —miento con voz cortante.
Me levanto, sujetando la tarjeta arrugada como si fuera un trofeo de guerra. Ya fue suficiente, avanzo hasta la oficina de Lance. No toco la puerta. Golpeo fuerte y entro sin pedir permiso. Él está en su silla ejecutiva, con el celular en la mano y esa expresión segura, como si acabara de cerrar el negocio del siglo.
Cuando me ve, deja el teléfono con calma y se acomoda. La comisura de su boca se eleva apenas. Odio que siempre parezca que tiene el control.
—Tenemos que hablar —digo cerrando la puerta tras de mí, con la mandíbula tensa.
—¿Tan temprano y ya me extrañas? —responde con esa voz grave y burlona que me enerva.
Me planto frente a su escritorio con los brazos cruzados.
—No me mandes más flores, Lance. Ni notas, ni cafés, ni juegos.
Él se inclina hacia adelante, apoyando los antebrazos sobre la mesa. Su mirada se clava en la mía, sin pestañear.
—¿Ni una pequeña tarjeta de cumpleaños?
—¿Cómo sabes eso?
Él sonríe, lento.
—Tengo mis formas. ¿Te molestó?
—No se trata de eso.
—Entonces dime de qué se trata —dice poniéndose de pie, con movimientos medidos, peligrosamente tranquilos—. ¿Te asusta que te guste?
Lo dice tan cerca, que el aire entre nosotros cambia de temperatura. Doy un paso atrás. Él avanza otro. Su perfume varonil me envuelve. El corazón me golpea las costillas.
—No me gustas —respondo, aunque mi voz tiembla un poco.
—Claro que sí. Si no, no estarías aquí haciendo está escenita de novia ofendida.
—Estoy aquí para decirte que esto se termina. Me canse de ser tu presa, tu conquista de turno —le espeto, con la voz firme, aunque mis piernas parezcan gelatina.
Él baja la mirada a mi boca por un segundo, y luego vuelve a mis ojos.
—¿Y si yo no quiero que termine?
—¡No todo gira en torno a lo que tú quieres!
—No, pero gira en torno a lo que los dos sentimos —responde en voz baja, con ese tono que me obliga a escuchar más allá de las palabras.
Silencio. Largo. Tenso.
Su mano roza mi cintura, casi sin tocarme. Me estremezco. No sé si quiero empujarlo o.…pero antes de que pueda hacer algo un golpe en la puerta me hace reaccionar.
Saltamos como si nos hubieran atrapado en algo prohibido. Yo doy un paso atrás bruscamente, tropezando con una silla. Lance se recompone en segundos, la postura erguida, la mirada serena.
—Adelante —dice, como si nada pasara.
Cristina entra con una carpeta en la mano. Sus ojos van de él a mí, con una ceja arqueada como un sabueso olfateando la escena del crimen.
—¿Interrumpo algo?
—No, ya habíamos terminado —dice Lance con una sonrisa profesional.
Yo me aclaro la garganta, incómoda.
—Cristina… el informe está en mi escritorio. Ahora te lo llevo.
No espero respuesta, salgo con pasos rápidos. Siento la mirada de Lance clavada en mi espalda. Y maldigo internamente el temblor en mis piernas.
Lance
¿Qué diablos fue eso? Me dejo caer en la silla, me paso la mano por el rostro y luego por la nuca. Su perfume aún flota en el aire. Me persigue. Como su voz. Como esa rabia en sus ojos que, por algún motivo, me enciende más de lo que debería.
¿Estaba a punto de besarla? ¿O fue ella quien no se alejó lo suficiente? Me río, sin ganas.
No debería importarme. No con tantas mujeres dispuestas a llenar mis noches sin preguntas ni complicaciones. Pero Karina… es distinta. Me reta. Me desafía. Y justo por eso, no puedo dejarla en paz.
Cristina aún está en la puerta. Me observa con los ojos entrecerrados.
—¿Le pasa algo a Karina? Está… no sé, rara. ¿No lo notaste?
Levanto la mirada, contengo todo lo que quiero decir. Me acomodo el saco con gesto distraído.
—No me fijé —miento con descaro.
Pero por dentro… estoy hecho un desastre y eso me arrastra y me aterra al mismo tiempo, ¿Qué se supone que haga con esto?